Corrían los primeros años del siglo XX y la oligarquía boliviana andaba a la greña. En cruda guerra, se disputaban el país conservadores y liberales. Estos susurraron a los indígenas seductoras promesas: no era justo que anduvieran tan sobrados de humillaciones y tan escasos de derechos. Si el liberalismo triunfaba acabaría con tamañas servidumbres y los nativos volverían a ser dueños de sus tierras originarias.

Tales discursos encendieron viejas esperanzas. Comandados por Pablo Huilka, los indígenas entraron en la pelea ganando más guerra que todos los liberales juntos. Tomaron al pie de la letra las promesas de éstos y ocuparon las haciendas y labrantíos que un día les fueron robados. Sobra decir que la oligarquía vencedora apreció desafuero y pillaje en la recuperación de tierras. Y quienes antes les colmaron de elogios luego los basureaban llamándoles «indios carajos» y parecidas lindezas. El presidente de la nación, liberal de pro, anunció a los cuatro vientos que los indios eran rebeldones y que el matarlos de a puñados no constituía delito. En muestra de que sus palabras eran firmes fusiló sin alegato al nativo Pablo Huilka.

Las oligarquías criollas bebían a sorbetones los estilos de la burguesía europea a la que consideraban su maestra. Elites políticas y financieras del viejo Continente que habían sentado cátedra de fingimiento. Librepensadoras, refinadas en sus modos, asiduas de la ópera, mecenas de literatos, herederas de la ilustración. Y, al mismo tiempo, impulsoras del capitalismo explotador en sus propios países y del colonialismo salvaje en el resto del mundo. Un siglo más tarde, año arriba año abajo, la historia se asemeja. Las burguesías que gobiernan Europa son tan imperialistas como siempre y más neoliberales que nunca pero, aunque capitalismo y democracia no casan, se consideran modelos y garantes del sistema democrático a nivel mundial. Así y todo, no aceptan que los bolivianos hayan elegido a un aymará como presidente. Las elites progres humillaron a Evo explicándole cómo se debe gobernar. La caverna hizo mofa de él; que para eso es la indiada: para cargar bultos en el mercado y servir de chirigota.

La recuperación de los hidrocarburos ha desbordado las tragaderas del imperialismo cosmético. Brama contra unos indios mangajos y, además, ladrones. Cuando la libre voluntad de los pueblos perjudica a la Bolsa, ¡a la mierda la soberanía y su hija la democracia! Que Bolivia extreme las cautelas. Ya les ronda, a dentadas y tarascazos, el mismo caimán violento que pedaceó a Pablo Huilka. -