Raimundo Fitero
Siempre igual
El Festival de Eurovisión forma parte de nuestra memoria catódica. Le reprochamos tantos desajustes estéticos que debe entenderse que nos ha formado una mirada al espectáculo de la canción pop televisada, aunque sea en contra, lo que podríamos considerar como que nos ha ido creando un gusto o un contragusto. Esta vez lo vi esquinado. Pero había tenido una previa insatisfacción: la selección de las veinticuatro canciones definitivas. Me pareció una suerte de sesión de entrenamiento, un ensayo general, con muchos fallos técnicos y artísticos. Podía parecer hasta divertido ver los gestos de los bailarines, los desenfoques, los esfuerzos ante la nada de los actuantes. Y todo ello en un decorado diabólico para el realizador e iluminador, pero que proporcionaba imágenes repetidas hasta el infinito para el espectador.Ahora que ha pasado, me importa muy poco, pero miro los resultados y puedo entender que los votos se mezclan con los intereses, que se hacen vacíos artísticos, que parecen más declaraciones de subdirectores comerciales o de encargados diplomáticos. Lo que me parece es que casi ninguna de las canciones que se exhiben acabarán en el top manta, y que ni siquiera ganando se tiene asegurada una vida comercial digna de mención. Pero este año han ganado unos finlandeses que hacían música heavy, o así lo han vendido. Disfrazados de manera horrorosa, proponían un show, un espectáculo que, por lo menos, escapaba a la mediocridad general, a todas esas cantantes macizas que mostraban sus encantos exteriores antes que sus capacidades interiores, o esos cantante melódicos que se escurrían entre sinuosidades horteras. Pero nadie puede negarnos nuestra contribución al mito eurovisivo. Siempre despotricando, siempre dando constancia de su absoluta insignificancia, pero siempre fieles a la cita. Los masoquistas somos así, nos flagelamos con posturas progres, pero consumismos estos bodrios sabiendo que engordan la parte intratable de nuestra incapacidad par disfrutar de lo bello, lo mismo que comemos txistorra con afición y regodeo sabiendo que el colesterol se convierte en asterisco en los análisis. No escarmentamos. Siempre igual. -
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