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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-06-02
Koldo Nuñez Betelu - Director de la Escuela de Ingeniería IMH de Elgoibar
Formar ingenieros: dedicarse a lo importante

Mi bisabuelo trabajaba en una ferrería y mi padre en un taller de calderería. Casi todos en mi familia han sido trabajadores empleados en la industria local, sin más estudios que los elementales cursados en la escuela del pueblo o poco más. Recuerdo cuando era niño cómo mi madre hablaba de sus numerosos parientes. Los había quienes sólo tenían nombre y los había con nombre y apellido. Entre estos últimos estaban Ignacio «el médico», Joxe «el cura» y Juanito «el ingeniero». Estos tres eran sus primos más importantes y entre ellos el que gozaba de aura de triunfador era precisamente Juanito «el ingeniero». Había salido del pueblo y, con gran esfuerzo económico de la familia, estudiado en la universidad. Consiguió un buen empleo en una gran empresa en Bilbao y alcanzó un nivel económico considerablemente más alto que la mayoría de la familia. Eran tiempos en los que estudiar en la universidad quedaba lejos para las economías o incluso para la imaginación de muchas familias vascas.

La economía del País Vasco generaba en aquel tiempo una gran cantidad de puestos de trabajo y daba empleo a abundante mano de obra en general poco o medianamente cualificada y más o menos barata. Se trataba de una economía dinámica y con muchas oportunidades de crecimiento, tanto que muchos trabajadores con poco más que los conocimientos adquiridos a través de la experiencia podían permitirse, no sin esfuerzo, crear pequeñas empresas inundando nuestros valles y comarcas con relativo éxito. Empresas que en su inmensa mayoría no necesitaban o no se permitían el lujo de contratar ingenieros. Empresas, eso sí, que en algunos casos han crecido hasta niveles inimaginables cuando se formaron, como es el caso del Grupo Mondragón, que en cincuenta años ha pasado de un puñado de trabajadores a mas de 80.000 repartidos por todo el mundo.

Pero los tiempos han cambiado. Los pocos recursos naturales del País Vasco están agotados o casi, y nuestra mano de obra es más cara que la de muchos países en vías de desarrollo. ¿Qué nos queda entonces?

Nos queda el cultivo del conocimiento, ya que éste, y solo éste, va a ser pronto la única materia prima de nuestra tierra, de nuestras empresas; materia prima que, como todo recurso, tenemos que desarrollar de un modo sostenible, es decir, impulsando la cultura del I+D. Nos queda, por otra parte, que somo europeos, que nos enfrentamos a los mismos retos que nuestros vecinos y que, por tanto, tendremos que darles salida por un camino similar.

Sin ir más lejos, ya en el año 2000 la Agenda de Lisboa fijó como objetivo convertir la Unión Europea en la economía más competitiva y dinámica del mundo basada en el conocimiento. Pero se calcula que para eso Europa, entre otros, necesitaría, para el año 2010, 700.000 nuevos ingenieros, ingenieros que den servicio en las empresas, ingenieros que impulsen el cultivo del conocimiento para poder competir con las grandes economías emergentes de países que no sólo tienen recursos naturales y mano de obra barata abundante, sino que además pretenden ­y lo están consiguiendo­ un liderazgo en áreas del conocimiento. Es el caso, por ejemplo, de India, un país que forma 350.000 nuevos ingenieros al año y que en campos como el de las tecnologías de la información ha pasado a ser de los primeros.

Pero para que la industria vasca no sucumba a la fuerte competencia de estos países emergentes necesitamos que nuestras empresas se caractericen por un valor añadido basado en el desarrollo de nuevas ideas, nuevos productos que nos hagan más competitivos, que atraigan la inversión y que espanten el fantasma de la deslocalización. Esto no podemos hacerlo si no invertimos en I+D, si no llenamos nuestras empresas de personal altamente cualificado.

Pongámoslo en números. Para la próxima década la industria vasca va a necesitar por lo menos 1.500 nuevos ingenieros al año, y el conjunto de la inversión pública y privada en I+D ha de crecer forzosamente hasta alcanzar por lo menos un 4% real del PIB. Y en esto estamos todos. La economía vasca necesita del esfuerzo conjunto de las administraciones, de las empresas y de las universidades. Como decía no hace mucho Koldo Saratxaga, ex coordinador general de Irizar, «hay que dedicarse a lo importante en vez de a lo urgente». Y lo importante es que los ingenieros, los investigadores y el personal altamente cualificado no sean una excepción en nuestras empresas, ni siquiera en las pymes; no sean un lujo como lo era el primo Juanito en su tiempo, sino una parte importante, necesaria y hasta mayoritaria a todos los niveles. Y lo tendremos que hacer con ingenieros, con investigadores, ­vascos, chinos o indios­, pero lo tendremos que hacer para que así la industria vasca sea cómodamente competitiva y pueda sobrevivir en la cancha mundial. Yo apuesto por que los formemos aquí, los formemos con programas de calidad, competitivos, punteros, programas pensados por y para las empresas. Apuesto porque los formemos en nuestras universidades, en nuestras escuelas. Formemos a nuestros hijos, formemos ingenieros vascos que constituyan el esqueleto laboral de nuestras empresas, formemos personas que den continuidad al espíritu creativo, emprendedor, trabajador, que siempre nos ha caracterizado a los vascos. Es mi apuesta, es mi objetivo. Sin la menor duda. -


 
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