Pocas cosas han cambiado tan poco como la derecha española, en cualquiera de sus manifestaciones. A lo largo del siglo XX y hasta nuestros días, la política y la sociedad en Europa han conocido hondas transforma- ciones que nos han ido alejando progresivamente de las situaciones revolucionarias y de enfrentamiento. La colisión de intereses entre los sectores ideológicos hoy se saldan con la negociación o la imposición, pero casi nunca ocurre que el asunto acabe a tortas, como antaño.Entre las transformaciones, las posiciones políticas de todos los grupos se han moderado o pragmatizado, con más o menos voluntad, autocrítica o utilización sinuosa del diccionario a la búsqueda del eufemismo perfecto. Cada cual ha sido libre para elegir la justificación, pero en ningún caso para detener la tendencia. El viejo dilema de cambiar o morir se ha ido abriendo paso dejando en la cuneta a los que no supieron o no quisieron apuntarse a la nueva situación.
Es indudable que la derechona también ha evolucionado: han desaparecido la parafernalia militar y las actividades mercenarias, se ha reducido el despotis- mo empresarial y las desigualdades sociales y se van rompiendo los corsés pseudomorales que han hecho, durante décadas, doctrina oficial de la hipocresía. Pero poco más.
A los 70 años del golpe militar de 1936, la derecha española sigue reivindicando los valores que lo inspiraron: derecho a la rebelión frente a la amenaza segregacionista, imposición de ideas frente a la decisión democrática, nacional-catolicismo o simbiosis entre Dios y España frente a la política del Gobierno del PSOE, desprecio de la ley si ésta no es acorde a sus intereses, utilización de los aparatos del Estado para la provocación, justificación de sus errores y fracasos como consecuencia de grandes conspiraciones urdidas por los enemigos de España en el interior y en el exterior... y así, una larga retahíla de tics, formas y conceptos que permanecen inalterables aunque los tiempos hayan cambiado.
Durante el reciente mandato de Aznar ya tuvimos ocasión de comprobar lo fácil que es para los herederos del franquismo bordear la línea del autoritarismo, que se sintetiza en la idea de mandar a la cárcel a todo el que no comparta sus ideas.
Ahora, desde la oposición, el ardor guerrero no disminuye aunque dispongan de menos instrumentos, y si por ellos fuera, hasta el mismo Zapatero debería acabar entre rejas.
A veces sus excesos verbales son un tanto histriónicos, por no decir patéticos. Es cierto. Pero no se le puede quitar gravedad a lo manifestado, sobre todo cuando tenemos constancia de que si pudieran, lo harían.
Se ha expresado hasta la saciedad que nunca se ha depurado el aparato de la dictadura. Quienes se oponían a ello desde el antifranquismo solían manifestar que el tiempo se encargaría de hacerlo, como si fueran sólo las responsabilidades personales las que debieran dejarse al desnudo.
Pero el franquismo no sólo fue un régimen injusto, prepotente y corrupto. Sobre todo fue una imposición de conceptos y valores que una gran parte de españoles sigue reclamando como propios e indiscutibles. Por ejemplo, uno ha visto decenas de pancartas de exaltación patriótica en el reciente mundial de fútbol en Alemania, pero habría sido un escándalo que una de ellas llevara la leyenda de «Gracias Dios por haber nacido alemán», aún más si fueran alemanes los comentarios despectivos, xenófobos y racistas expresados al contrario en los medios de comunicación. Sin embargo, cambiando Alemania por España, no hay problema alguno en equiparar a los tunecinos con los chimpancés.
El español es el único fascismo no derrotado de Europa. En lo ideológico sigue plenamente vigente y su desaparición no va a ser fruto de la condescendencia.
Puede parecer más o menos anecdótico y más o menos molesto que setenta años después el PP siga sin denunciar la sublevación militar de Franco, la ruptura de la legalidad republicana, la muerte de cientos de miles de personas, la persecución política y el terror instaurado durante cuarenta años. Pero no es una cuestión de estética. No es que sea feo que desprecien la memoria de cientos de miles de personas. Lo peor es que la falta de juicio histórico al franquismo permite cosas como que en los libros de texto actuales realizados por empresas editoriales surgidas al albur de la dictadura, se expresen cosas como que el alzamiento en armas fue la respuesta del Ejército a la muerte de Calvo Sotelo por la Policía republicana, omitiendo los sucesos previos, como los de Jaca o el asesinato diario de militantes de izquierda a manos de los pistoleros de la derecha.
Hacer justicia histórica es analizar los hechos que dieron lugar a la guerra y los cuarenta años de dictadura uno por uno, porque los excesos de uno y otro bando no son ni cualitativa ni cuantitativamente comparables. Rememorar y difundir lo ocurrido debería servir para introducir en la derecha española la necesidad de repudiar el franquismo, el sistema de valores y las tendencias autoritarias. La política del olvido y la condescendencia iniciada en la transición no ha servido para nada. Ni al PP se le puede tratar como a un partido normal, ni a la gente del PP como gente normal. Hace años que debía haberse realizado la revisión histórica del franquismo para evitar la actual apología del franquismo sociológico, operando como lo han hecho todos los estados europeos con pasado fascista.
En Euskal Herria, las instituciones públicas deberían liderar el proceso de recuperación de la memoria colectiva, para que los jóvenes que no conocieron aquella época tengan presente lo que supuso y el poso que dejó en tres generaciones enteras de vascos y vascas.
La realidad es que los errores de la transición nos han dejado una realidades cuasi obscenas, como que en Iruñea haya un gobierno autonómico que reivindique sin complejos la actuación franquista y que nos amenace con repetir sublevaciones si la voluntad popular no les es favorable.
Al oeste del país, el Gobierno de Gasteiz ahora se acuerda del lobo, pero fueron ellos mismos quienes sacaron a los post franquistas de las catacumbas en las que temporalmente se encerraron tras la muerte del dictador. Además, más de 25 años de gobiernos nacionalistas no han servido, siquiera, para que en el ámbito educativo o comunicativo el franquismo y sus herederos sean tratados con la rigurosidad que merecen. Pero, ¿qué se puede esperar de un gobierno que permite que sus policías a sueldo lleven chapitas con piperpotos y aguiluchos o respondan al teléfono móvil tras el reclamo del txunta-txunta? Franco, ¡presente! -