Fidel Castro, a punto de cumplir los ochenta años de edad y después de casi medio siglo al frente del Gobierno cubano, ha delegado el poder en su hermano Raúl por razones de salud.
Hasta ahí todo pudiera parecer idéntico o parecido a lo que ocurrió, por ejemplo, en España cuando Franco, llamado a morir, designó a Juan Carlos Borbón sucesor «a título de Rey». O cuando al designado le toque rendir cuentas ante la parca y sea el marido de Letizia Ortiz el que rija los destinos de los españoles. Nada más lejos de la realidad.
Fidel Castro Ruz, con las luces y las sombras que a todos los humanos iluminan y ensombrecen, dirigió con coraje la insurrección armada contra las tiranías. Contra la de los yankees que convirtieron su patio trasero en un casino y un burdel, y contra la tiranía de los ignorantes que, como Batista, pusieron su patanería al servicio del yankee y la impusieron a la mayor parte de la población de Cuba.
Fidel Castro, dígase lo que se diga, comandó el asalto del 26 de julio contra el mítico Moncada; purgó prisión por ello; encabezó a los supervivientes en el Granma; comandó a héroes de la humanidad como el Ché; colaboró con las fuerzas de la libertad en el medio mundo aplastado por el otro medio; organizó la erradicación del analfabetismo en su tierra y, por todo ello, se granjeó el odio eterno y enfermizo de los poderosos del planeta. Ganó con su firmeza la fobia purulenta de quienes se creían con el derecho a manejar vidas y bienes de toda la humanidad.
Fidel Castro, iluminado en su afiche por sus obras y ensombrecido, sin duda, por las carencias a las que nadie escapa, ha delegado el primer puesto de la Revolución Cubana en Raúl, su primer seguidor en la Sierra Maestra.
Nada hay menos razonable que el régimen dinástico, pero no creo que nadie pueda explicar este recambio en términos de monarquía revolucionaria. Fidel, para quien conozca Cuba, es insustituible. Como lo fue el Ché para las generaciones que le seguimos recordando.
Pero hoy, en Cuba, saben que la obra de la Revolución sigue viva, activa. Saben lo que hubo y lo que hay. A mis cuarenta y dos años, nací con Fidel Castro entregado a la liberación de las mujeres y hombres cubanos, y al que hoy reina en España lo recuerdo comiendo, bebiendo y brindando con el sanguinario Franco. Esa es, entre otras, la diferencia.
Hoy, sin duda, también es 26. Y mañana, también. -