Los últimos días de Salvador Puig, al cine
BARCELONA
El director Manuel Huerga, que ayer presentó su nuevo filme, “Salvador”, sobre los últimos días del anarquista Salvador Puig Antich, ejecutado con garrote vil por el régimen franquista, ha dicho que desde un principio la intención era «hacer una película y no un documental». Huerga confesó que “Salvador” ha sido «un proyecto fascinante» porque le ha permitido recrear «la vida de un joven que adopta de forma consciente la opción de luchar por la libertad, asumiendo hasta las últimas consecuencias un trágico precio, por el cual la historia le convirtió en el símbolo de una generación»». El director añade que la película se basa en hechos reales «rigurosamente documentados» que acontecen en el final del franquismo, «una etapa relativamente virgen desde el punto de vista cinematográfico». Huerga recuerda que «en ningún caso el objetivo era construir un tocho de ideología política, pues para eso ya están los libros de historia y las hemerotecas», y enmarca el filme en el «derecho a conocer la historia que tiene cualquier ciudadano». El actor hispano-alemán Daniel Brühl (“Goodbye Lenin”) aseguró que «contar con el apoyo de las hermanas de Puig Antich desde el principio del proyecto era muy importante». Sin embargo, reconoce, evitó un contacto demasiado íntimo con ellas «para no perder la libertad en la recreación del personaje». Emocionado, confesó que una de las críticas más «bonitas» que ha recibido fue en Cannes, donde «las hermanas me dijeron que al visionar la película se habían olvidado de que estaban viendo a un actor».
Sbaraglia, carcelero
Brühl dijo que, tras leer el guión, «entendí rápidamente sus ideales y los de su generación, pero no puedo juzgar sus ideas de la lucha armada porque nunca he vivido bajo una dictadura». Arropan en el reparto a Brühl los actores Leonardo Sbaraglia, Tristán Ulloa, Joel Joan, Leonor Watling, Ingrid Rubio, Celso Bugallo, Mercedes Sampietro y Bea Segura. El argentino Sbaraglia, que encarna al carcelero de Puig Antich, describe su personaje como «representante de lo que pensaba una gran parte de la sociedad española, una sociedad que había vivido durante generaciones bajo la dictadura y que había interiorizado el castigo».
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