El presidente de Estados Unidos aprovechó los actos de recuerdo a las víctimas del 11 de setiembre para solicitar a sus conciudadanos unidad en la «guerra contra el terrorismo». De nuevo aludió George Bush a la guerra entre civilizaciones, a la batalla por defender el modo de vida occidental frente a los «enemigos». Y abogó por seguir por la misma senda, ésa en la que las víctimas se suman por decenas de miles, 72.000 según datos estadounidenses, y los derechos civiles y políticos de media humanidad se han visto fagocitados mediante restrictivas reformas legislativas.

Consciente de que la sucesión de mentiras y de abusos que han marcado la invasión de Irak ha hecho mella en la opinión pública de su país, Bush reconoció, al menos, que ha cometido «errores». Aunque nada indica que ello le lleve a rectificar en el corto plazo su política hacia Bagdad, no debe pasarse por alto que el presidente que aprovechó el 11-S para deponer al Gobierno de Sadam Husein diga hoy que nada tenía que ver Irak con lo que pasó en Nueva York y Washington o que, siquiera indirectamente, reconozca el «error» de desatar una invasión para neutralizar una amenaza, las armas de destrucción masiva iraquíes, que nunca existió.

Es cierto que tales palabras se ven forzadas, en parte, por una creciente pérdida de credibilidad, como lo constatan las encuestas que dicen que uno de cada dos estadounidenses responsabiliza a la Casa Blanca del 11-S y de sus consecuencias. En todo caso, esa confesión corrobora que el maniqueísmo que ha presidido la escena internacional en los últimos años es una terapia a erradicar. Entre otras cosas porque el discurso de buenos y malos se cae por su propio peso, como lo demuestra el hecho de que, ayer mismo, después de que la intervención de los servicios de seguridad sirios impidieran un atentado contra la embajada de EEUU en Damasco, la Administración norteamericana debiera agradecer tal actuación a un gobierno que figura en su «lista negra» y al que amenaza de manera recurrente por «promover el terrorismo árabe».

Tras cinco años de guerras, invasiones, secuestros, Abbu Graib y Guantánamo... es hora de exigir a los estados de la UE que rasguen el cheque en blanco que, bajo la carga emocional del 11-S, entregaron a Washington, lo que exige que, además de no secundar un día más las agresiones en marcha, deroguen las leyes de las que se dotaron para restringir libertades en nombre de la seguridad. -