Cada uno vive la vorágine festivalera a su manera, sin que las opiniones coincidan en lo relativo al ambiente. Oyes en una radio decir que este año hay menos flashes y, a la vez, puedes leer en un periódico que la presencia de cámaras en todos lados resulta agobiante. No hay acuerdo tampoco para lo oportuno o inoportuno de una película de denuncia en la sesión inaugural, y ahí sí que me voy a pronunciar, puesto que soy de los que piensan que la organización acertó de pleno al elegir una obra de verdadero impacto, de las que escuecen. Hubo invitados de postín que ni se quedaron a la proyección de la noche, y que sólo se dejaron ver en la ceremonia previa.
En el cocktail que luego tuvo lugar en el María Cristina estuvo el reparto chino de “Ghosts” divirtiéndose de lo lindo, en una imagen totalmente contraria la sufrimiento reflejado en la pantalla. Una cosa no quita la otra y todo es compatible, tanto, que por ahora estoy disfrutando por igual del buen cine y de la fiesta.
Debe ser el cambio de alfombra roja, de mejor calidad que la anterior y sobre la cual uno parece flotar, incluso yo. Lo que no me imagino es la sensación de volar en un avión privado, un lujo fuera del alcance presupuestario donostiarra pero que está de moda dentro del competitivo star-system. Para los festivales ricos es ya una realidad, aquí todavía no pasa de leyenda urbana. -