Jesús Valencia - Educador Social
No somos racistas, pero...
El fenómeno de la emigración clandestina sacude nuestra confortable sociedad. Mucho pudiera hablarse sobre causas, circuitos, consecuencias... Lo cierto es que la avalancha de indigentes que buscan sobrevivir en nuestros paraísos opulentos va a más. Un porcentaje de los recién llegados son menores de edad. Mozalbetes que se enrolan en el tropel de aventureros, buscando en Europa las minas del Rey Salomón. Adolescentes que, por ley, tienen que ser acogidos en las redes de los servicios sociales. Y a los que hay que garantizar la cobertura de todas sus necesidades.
Esta oleada, gigantesca en las zonas más próximas a los países africanos, va llegando remansada a nuestra tierra. Euskal Herria, triste pero cierto, también presenta síntomas de una pandemia vergonzante que se trata de ocultar: el racismo. El rechazo a cualquier iniciativa para alojar a estos menores se ha convertido en práctica habitual. Los proyectos de centros donde atenderles provocan reacciones viscerales y movilizaciones airadas. Presiones sin cuento para que el establecimiento proyectado se traslade a la punta de la Luna. «Ya sabemos que la necesidad es real pero no los queremos en nuestros alrededores». Aceptaríamos a los negritos si son pocos, sumisos y vacunados. A los saharauis, si tienen menos de doce años y se marchan al acabar el verano. El resto de moros como son manguis peligrosos que se vuelvan por donde vinieron. Duele y avergüenza tan fingida discriminación. «No somos racistas» (¿Por qué adelantar una explicación no solicitada?). «La llegada de esta gentuza alteraría nuestra tranquilidad» (¿Y la cobertura de sus derechos básicosŠ?). «No se nos ha informado y consultado» (¿Se reclamaría el mismo rigor democrático si, en lugar de abrir tal centro, se habilitara una zona de relax para ejecutivos adinerados?). «Nos atenemos a criterios técnicos» (¡Cuántas manipulaciones de los criterios técnicos hasta acomodarlos a intereses oscuros e inconfesados!).
En estas batallas pesa el miedo de los pobladores, el cálculo de los propietarios, el pulso de los políticosŠ ¿Dónde queda la pasión por una chavalería licenciada en penurias y doctorada en hambres? Echo en falta la voz de quienes dicen apostar por los marginados: agentes sociales, religiosos, militantes de izquierda, sindicalistas... A todos nos corresponde sanear nuestra sociedad promoviendo un activo debate que desenmascare el racismo. Ante este reto no procede callar. Semejante silencio da pie a que la xenofobia se vaya convirtiendo en pensamiento dominante y casi único. -
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