Gabriel Mª Otalora - Miembro de Pastoral Penitenciaria
Memoria histórica: Aita Patxi
Necesitamos recuperar comportamientos que proyecten luz al presente. En anteriores ocasiones, he traslado al lector episodios en esta dirección, siempre desde el lado del inocente que soporta la injusticia de la violencia sin asomo de rencor u odio. En esta ocasión, es la actitud de un religioso pasionista y capellán de gudaris que se desvivió por todos, primero con su gente en medio del avance de las tropas de Mola y después en los batallones de castigo, donde se jugó la vida ayudando a cuantos tenía a su alrededor, de un bando y otro. Ocurrió un hecho no muy conocido hasta ahora, que nos demuestra hasta qué punto es urgente recuperar ciertos testimonios, valorarlos y hacerlos nuestros con la vista puesta en la paz y en la reconciliación que todos tenemos por delante. El historiador y benedictino Hilari Pager lo cuenta en su reciente libro “Aita Patxi, prisionero con los gudaris”: La máxima muestra de su caridad sin límites la dio Aita Patxi cuando en dos ocasiones se ofreció para reemplazar a otros que iban a ser fusilados, como San Maximiliano Kolbe en el campo de concentración nazi, pero unos cuantos años antes. El suceso impresionó mucho a cuantos lo presenciaron. Un preso, no vasco ni católico sino asturiano, se fugó del campo de trabajos forzosos franquista, pero lo detuvieron en una localidad vecina. Sin demasiados trámites, fue condenado a muerte. Estaba casado y tenía varios hijos. Enterado el religioso y compañero de cautiverio, quiso librarle de la muerte; se dirigió al sargento encargado de su custodia «y le dije si no podía ser yo fusilado en su lugar». Marchó confundido a donde el comandante y se lo contó. Debió también asombrarse el comandante al oír esto, pues vinieron los dos a mí y me dijo el comandante: Por usted le perdonamos la vida al asturiano. No morirá. Y cuenta el pasionista que se alegró mucho al oírlo. Fue en el mes de julio de 1937, en San Pedro de Cardeña. Aita Patxi, conducido por cuatro soldados, vino a la enfermería a despedirse de nosotros, en palabras de un compañero de cautiverio: Zeruarte!, nos dijo, y se marchó entre la guardia. Y esto es lo que cuenta el propio comandante del centro de castigo burgalés: «Cuando se fugó un prisionero, resulta que se me presenta el P. Francisco, también prisionero del mismo campo y, arrodillándose ante mí, me dice: señor comandante, quiero pedirle un favor. Quiero que perdonen a Esteban Plágaro y me fusilen a mí. Yo quiero morir en su lugar, porque ese hombre tiene hijos y es pena que esos pobres niños se queden sin padre. No supe qué responder ante aquella petición tan extraña. Después de reflexionar un rato, le dije: ya lo consultaré con la Junta de Guerra de Burgos y, si ellos están conformes, le concederemos la gracia. El religioso me dio las gracias y se alejó sonriente. Entonces se le ocurrió al comandante poner a prueba la sinceridad de Aita Patxi: Le llamé al P. Francisco donde se iba a cumplir la sentencia, con el piquete que le iba a ejecutar. Allí se presentó él inmediatamente. P. Francisco, le dije, la Junta de Burgos ha aceptado que Vd. muera en lugar de Plágaro. Entonces él me dio las gracias y estuvo un ratito recogido, como en preparación para morir, y me contestó: ¡Ya estoy! Se colocó enfrente del pelotón de soldados, di al piquete orden de estar listos para disparar. Al P. Francisco se le veía sonriente y feliz. Yo no pude contener la emoción y las lágrimas y le dije: Padre, ¡retírese!». Numerosas personas, lo han relatado igual. Algunos de ellos aseguran que el gesto heroico de Aita Patxi tuvo un triste final, pues el asturiano fue fusilado aquella madrugadaŠ Ante la orfandad de modelos éticos, la memoria histórica, además de dignificar a las víctimas, debe movernos a bucear biografías y personas para quienes la convivencia no era un mero sentimiento, sino una acción. Nos faltan modelos de vida que nos predispongan a sacar lo mejor que todos llevamos dentroŠ ¿Dónde están los referentes éticos de nuestro siglo? -
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