Con nombre propio. Cada actor es nombrado en escena por su nombre de pila, por lo que podría pensarse que no está actuando, que no está representando, sino presentándose, pero es simplemente uno de los juegos, de las trampas, trucos, ilusiones escénicas, de las teatralidades superpuestas que se utilizan en este trabajo, en donde lo difícil es aprehender la materia de la que está hecha esa tupida red invisible que le da cohesión, coherencia y que nos llega con una fuerza que escapa a lo natural.

Sin embargo los actores, bailarines, músicos, sí representan un mundo creado de la nada sobre el escenario. Son entes, con nombre propio, pero uno a uno, y en su conjunto van creando una cosmogonía donde suceden los conflictos, donde se vierten los conceptos, donde se fragmenta la acción, para desarrollarla en otros planos, con otras intenciones, pero siempre dentro de un conjunto de signos que se van deshaciendo y volviendo a construir.

Hay textos. Textos importantes. Fundamentales. Textos lanzados como sentencias o como paradojas, como muletas y como alas para dejar volar la imaginación. Y hay acciones que salen de esos textos o las provocan, lo mismo que hay músicas que subrayan y otras que son el detonante de la acción. Los actores, bailarines y músicos están vivos y trasmiten verdad escénica. El espectáculo es contagioso. Con un ritmo interno excelente, llegando a los espectadores, en un espacio nítido, sin aditivos, el propio escenario, el mismo edificio teatral, sin cortinas, sin nada, solamente una iluminación implacable nos va dotando de temperatura ambiental.

Es decir, una delicia de trabajo que da para pasárselo bien, para reflexionar sobre la vida, sobre los seres humanos, sus deseos y realidades y sobre el propio hecho teatral. Todo ello con l caligrafía cada vez más personal de Ana Vallés. -

Carlos GIL