La llamada y ungida transición española de la dictadura a la democracia es un jeroglífico. O una esfinge. Es un periodo que no está desclasificado. Vivimos enlodados por causa de aquellos barros. Todavía tenemos que oír que fue el Rey el motor de la transición. O Suárez.
Para el militar M. Fernández Monzón, capitán a la sazón en Contrainteligencia y luego en el SECED (ahora CNI), todo estuvo diseñado por la secretaría de Estado y la CIA, y ejecutado, en gran parte, por el SECED con el conocimiento de Franco, Carrero Blanco y pocos más. Así lo declara y no en plan unabomber precisamente en el libro del amigo y colega Alfredo Grimaldos titulado “La CIA en España”. Si las nuevas embestidas irracionales del creacionismo contra el evolucionismo darwiniano hablan de «diseño inteligente» para explicar el origen del Universo, en el caso de la transición española estamos ante un diseño o chapuza inteligente perfectamente racional y/o calculado. Para el autor la transición se pergeñó en la sede central de la CIA. Se comienza a fraguar en 1971, tras la visita del general Vernon Walters y culminará con la restauración monárquica. Había que dejarlo todo atado y bien atado a la muerte del Generalísimo. Para eso el Estado Mayor del Ejército podría siempre acogerse al artículo 37 de la Ley Orgánica del Estado que le otorga el papel de garante de la integridad territorial. Eso era lo «legal» entonces. Como ahora lo es el artículo octavo de la Constitución de 1978, que se inspira, casi literalmente, en el anteriormente citado. Ha habido constitucionalistas que tildaron la Constitución vigente como la «Octava Ley Fundamental del Movimiento», pues la «nueva» legalidad asume la «vieja» y no la deroga. De una «legalidad» fascista se salta a una «legalidad» democrática como por ensalmo o áteme esa mosca por el rabo.
Obviamente, ni la CIA por sí sola ni el Ejército por sí mismo ni la colusión de los servicios de inteligencia de ambas bandas armadas podrían lograr una transición «pacífica y modélica» sin la colaboración necesaria de una oposición domesticada y unos partidos políticos entreguistas. El SECED (creado por Carrero) expide en 1974 los pasaportes que permiten a Felipe González y su banda ir a Suresnes (cerca de París) donde, cuenta Fernández Monzón, «había más policías y miembros de los servicios secretos que socialistas».
Excelente trabajo, que trata también, entre otros, los casos de la colza, la Marcha Verde o cómo construir un «partido de izquierdas» cuando el PSOE era meramente una sigla.
¿La Transición? Si acaso una voladura controlada del franquismo. Como las Torres Gemelas, otra demolición controlada. -