Del día 30 al día de hoy, se ha hablado del proceso bastante más de lo que se habló en los ocho meses anteriores. Digo ocho porque en el que siguió a la declaración del alto el fuego de la organización vasca, se habló bastante y no siempre con el mejor de los propósitos.
Pero después, y para casi todos, tranquilidad. Mucho reposo. El proceso se presentaba largo, duro y difícil, como dijo Zapatero. Y como bien sabíamos todos los demás, que no estamos para creer en quimeras. Pero no es lo mismo decirlo pensando en la necesidad de asumir un compromiso serio, de llevar adelante un trabajo plagado de dificultades, un esfuerzo superior a todos los habidos, que decirlo pensando en ganar tiempo, en ahorrar esfuerzos y en eludir responsabilidades.
Siempre ha habido un cajero quemado sobre el que cargar las dificultades, la falta de voluntad y de condiciones. La Ley de Partidos, la situación en las cárceles, la condena a Iñaki de Juana, la presión sin tregua sobre la izquierda independentista deben ser la parte dura y difícil del proceso que había que asumir con entera decisión. Y sin prisas, que esto, ya se sabe, va para largo. La izquierda abertzale llevaba semanas alertando sobre la crisis del proceso, expresando una preocupación escasamente compartida y que no sirvió para sacudir del letargo a quienes se desperezaban al sol en la cubierta de un barco que no soltaba amarras.
Más ágiles han estado a la hora de saltar al muelle cuando ha quedado demostrado que no era un yate de recreo. Pero tampoco, ni mucho menos, un acorazado. Que estaba débil, que le faltaba oxigeno, que requería esfuerzos que no se han realizado, tallas que no se han dado. Que había que blindarloŠ y no se ha hecho.
Saltó de los primeros, pero no solo, Pérez Rubalcaba y corrió a presentar sus respetos a la derecha española: No hemos hecho nada. No hemos cambiado vuestra ley de partidos, ni hemos alterado vuestra política penitenciaria, ni vuestras líneas maestras de actuación policial. Y por supuesto, la culpa es de ETA. No escurren el bulto sino la decencia, que es peor. Y asusta que en esta carrera por ponerse a salvo, ni siquiera dejen un sitio a la preocupación, a la conmoción por lo que puede perderse una vez más, a la reflexión siquiera.
Sean cuales sean las consecuencias de lo ocurrido el día 30, no olvidemos quiénes no han saltado, quiénes han aceptado el reto más duro. Quiénes han decidido que pese a todo y en todas las circunstancias, la paz bien vale el esfuerzo de intentar mantener el timón frente al empuje de uno de los momentos más difíciles, pero también, más decisivos. -