Raimundo Fitero
Roscón
No me ha tocado la haba. ¿Eh? Relleno de nata. Todo tiene historia, todo necesita de memoria. La memoria. El roscón es asunto francés y Borbón. Por eso se llama de reyes. No por los mágicos, sino por los pragmáticos. Sin exagerar: me he empachado de roscón debido a los reportajes publicitarios presentados como informativos de todas las cadenas televisivas que me susurran. Entre el roscón y Rafael Amargo, me he quedado exhausto. Este último es verdaderamente un personaje que se escapa siempre a sus capacidades creativas. Un llorón. Un soberbio. Un julai. Seguro que come roscón, pero dorado, relleno de diamantes. Maneja perfectamente los medios, es un buen entrevistado y si el entrevistador no sabe qué preguntar, el propio Amargo se inventa su biografía, su historia y su desmemoria. Por si acaso no entienden esta referencia, resulta que ha actuado un día de estos en Euskalduna de Bilbao con esa versión descerebrada de El Quijote y ha aprovechado los canales locales hasta la saciedad. Y todos se han rendido ante la facilidad para hablar del artista.
La cabalgata de reyes ha sido cuestión de ETB-2. Siempre en una escalada de superación. No la única, pero sí la más extensa y colapsando la programación. ¿Es buena o mala la mentira? ¿Por qué se insiste tanto en esa mentira de los regalos y los reyes magos? ¿Acaso son piadosas la consola o la muñeca meona? Desde luego es la noche que más facturan los que alquilan trajes de disfraces. Los fabricantes de juguetes venden el setenta y cinco por ciento de sus ingresos en estas fechas. Igual que los de turrones. Y los de los perfumes y aguas de fragancias. Qué exageración de anuncios, qué estilo, qué capacidad para crear una nada preciosa. Ser famoso es tener una marca de perfume. O varias.
Recapitulemos: promesas incumplidas, vuelta al trabajo, visita a la dietista y al masajista; mañana empiezan las rebajas, y las próximas citas son para la cuaresma. Revisa la agenda. Pásate por el banco. ¿Qué hacemos con los nicolases de rojo y blanco colgados de los balcones? Dicen que hay un síndrome vacacional, seres que añoran la vida laboral y aborrecen estas fiestas. Me lo creo. -
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