Hace años que el domingo de Pascua ha dejado de ser referencia religiosa en una sociedad cada vez más secularizada. De igual manera que el cristianismo fagocitó los ritos paganos y los integró en su calendario festivo, el dios-consumo con su bien preparada industria de ocio le está pagando con su misma moneda. Como quisiera la oportunidad política, la confesionalidad de la época o la solidaridad con Irlanda que celebremos nuestra fiesta nacional en medio de lo que ya son vacaciones de primavera, sin más, los actos reivindicativos también van perdiendo espacio frente a lo lúdico.Para la mayoría ésta es la explicación, y la falta de interés que ha tenido el Aberri Eguna 2006 no es nada nuevo si nos remitimos a la tendencia de los últimos años. Sin embargo, también es cierto que este año se daban factores nuevos y de suficiente alcance político como para esperar otra cosa.
Por un lado, en el campo nacionalista, la iniciativa de ETA no ha marcado todavía una secuencia de compromisos prácticos más allá de la habitual retórica. Los actos de celebración eran una magnífica oportunidad para superar la actual falta de credibilidad con hechos, o al menos declaraciones de intenciones, que pudieran seguir la estela marcada por la Declaración de Marzo.
Por otro lado, entre los partidos de ámbito español sigue cundiendo la idea de celebrar el anti-Aberri Eguna, con declaraciones y actuaciones que marcan su propio terreno de juego. La declaración de ETA ha tenido poco efecto a la hora de suavizar las posiciones respecto a la negación de la realidad nacional vasca y/o a la ilegalización de la izquierda abertzale. En ese sentido, el PSOE sigue obstinado en presentar como material negociable lo que no son más que principios democráticos, lo que le lleva a la absurda e intolerable estrategia de ser más inflexible ahora que hace un año.
En cualquier caso, a tenor de lo visto en el mes de abril, sí podemos concluir que el proceso abierto en Euskal Herria presenta una serie de características que hay que tener en cuenta.
En primer lugar, parece claro que estamos ante un proceso político abierto, sin acuerdos previos, desmintiendo a quienes, como el PNV o PP, hablaban de acuerdos secretos entre el Gobierno español y la izquierda abertzale. Como el proceso carece de «hoja de ruta» pactada, cada parte está haciendo la suya. Que el proceso sea abierto significa que el proceso no se alimenta de las «contraprestaciones» sino de la simple voluntad de las partes, aunque conviene recordar que la voluntad se fortalece con la confianza, y que ésta, a su vez, se crea con gestos. Además, un proceso abierto implica que nada está decidido y que las posiciones de uno y otro sólo triunfarán en la medida en que arrastren sociedad.
En segundo lugar, si el proceso es abierto significa que no puede ser lineal. Las hojas de ruta podrán ser útiles para definir objetivos y comenzar a andar, pero la dialéctica del proceso abierto requiere de soluciones a los problemas según las condiciones en que éstos se planteen, sin apriorismos ni prejuicios.
En tercer lugar, otra consecuencia de su carácter abierto es la reversibilidad del Proceso. Se puede objetar, con razón, que un proceso pactado tampoco garantiza avances irreversibles, y a la historia nos podríamos remitir. No obstante, es obvio que en uno donde las garantías no son los acuerdos firmados sino las mayorías sociales y políticas conformadas, será la capacidad de mantenerlas lo que hará que el proceso avance, se estanque o retroceda.
En cuarto lugar, hay que destacar el carácter popular del proceso. La participación social no queda reducida a la sanción puntual de los acuerdos en referéndum, sino que habrá de ser continua y constante. Los partidos, sindicatos y otras fuerzas sociales vascas se van a definir por su capacidad para actuar sobre la nueva situación y de ello dependerá la correlación en la adhesión de fuerzas. Esto significa que habrá movimientos y corrimientos en los actuales bloques sociales, y es de suponer que el movimiento pro-autodeterminación será el activador y catalizador en la nueva situación.
En quinto lugar, nos encontramos ante un proceso sin plazos, y por lo tanto largo. Los movimientos de fondo requieren de este tipo de procesos para que los avances se vayan cimentando, pero tiene el inconveniente de perder de perspectiva tanto el punto de partida como el de destino, sobre todo si se confirma la actual arritmia. Como se afirmaba al principio al comentar el Aberri Eguna, la ausencia de compromisos genera apatía social, y ya se ha señalado la importancia de la participación social. Aunque no tenga plazos, la iniciativa sí debería tener algún tipo de ritmo.
Finalmente, hay que mencionar la aparente contradicción entre multilateralidad y unilateralidad. El proceso es multilateral en la medida en que afecta a todas las fuerzas políticas y sociales vascas, a los estados español y francés, e incluso a la Unión Europea. Todos tienen, por activa o por pasiva, un papel en la obra, pero se da la circunstancia de que, a excepción de la izquierda abertzale, el resto de partes implicadas condiciona sus movimientos a los del contrario. En consecuencia, también existe unilateralidad, en tanto en cuanto la izquierda abertzale ni quiere ni puede esperar a ver qué hacen los demás, confiriéndole al proceso, un carácter dinámico y cambiante para dotarse de la llave que rompa bloqueos actuales y futuros.
Así pues, y en conclusión, aunque el Aberri Eguna 2006 haya sido gris y descolorido, poco acorde con el aldabonazo de la declaración de marzo, lo importante es que la nueva situación se vaya abriendo paso poco a poco, sin prisa, pero sin pausa. -