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Gara > Idatzia > Kultura 2006-04-23
Tunick: «Los vascos han demostrado que no tienen nada de tímidos»
Los vascos no hemos resultado tan recatados como creía Spencer Tunick. El fotógrafo logró ayer que mil doscientas personas posaran para él en Donostia, en una sesión que tuvo como escenarios el interior del Kursaal y la playa de la Zurriola. El artista neoyorkino aseguró hace días que esperaba unas 300 personas para su instalación nudista, un número que ha sobrepasado con creces y que le ha llevado a afirmar que «los vascos han enseñado que no tienen nada de tímidos».

DONOSTIA

Algo que tampoco estaba en las previsiones era que el amable artista de la rueda de prensa del pasado jueves mostrará ayer cierto mal humor y bastante poco tacto con los periodistas y reporteros gráficos, que a punto estuvieron de protagonizar un plante por las deficientes condiciones para realizar su labor al comienzo del primer posado en el cubo grande del edificio de Moneo.

La situación se recondujo cuando los fotógrafos fueron trasladados a un espacio más amplio para tomar las imágenes de los voluntarios que ocupaban el vestíbulo del Kursaal y que, al grito de «la prensa en pelotas», pidieron a los periodistas que siguieran su ejemplo. Lo hicieron rápidamente dos reporteros del programa de televisión ‘‘Caiga quien caiga’’, que grabaron las primeras imágenes despojados de su ropa y aprovecharon incluso para hacer el pino nudista, lo que sirvió de paso para relajar los ánimos y prestar un poco más de atención al trabajo de Tunick y sus colaboradores que, con megáfonos, iban indicando a los modelos las posturas a adoptar.

El artista tomó desde dos lugares diferentes del hall del Kursaal los primeros desnudos en masa, que continuaron luego en la playa de La Zurriola, apenas unos minutos después de que cesara la lluvia.

Los voluntarios se fueron colocando de pie, sentados, de frente, de espaldas o tumbados en diferentes espacios elegidos por Tunick, que en unos casos los agrupó como cuerpos inertes un tanto inquietantes y, en otros, como en la última sesión, sobre las rocas del espigón, una zona que reservó para parejas, en actitudes eróticas.

Uno de los participantes, Julio, un donostiarra de 46 años, aseguró que ha sido «relativamente fácil» sumarse a esta experiencia, que considera «mucho más natural vista desde dentro que desde fuera». Esa opinión la compartieron otros muchos participantes, que además coincidieron en que estarían dispuestos a repetir, como Manoli, otra donostiarra de 60 años, a la que sus hijos, tras la perplejidad inicial, animaron a ser parte de la instalación, que ha contado, eso sí, con un notable mayor número de hombres que de mujeres.

«Yo pensaba que las mujeres éramos más lanzadas, pero es verdad que ha habido muchos más hombres, no sé por qué», comentó Mari Carmen, una mujer de 44 años, cuyo pelo teñido de rojo la relegó a las últimas filas en el Kursaal.

Acudieron a Donostia voluntarios procedentes de otros lugares de Euskal Herria, así como delEstado francés o de Argentina.

Tras la temprana cita y más de cuatro horas de posados, el fotógrafo se despidió «agradecido» por haber podido trabajar en Donostia, en un «maravilloso edificio» como el de Moneo, con un acceso además a una «bonita playa». Quizá tenga oportunidad de volver a esta ciudad ­aseguró que lo hará de vacaciones­ el próximo año, si la Fundación Centro Ordoñez Falcón de Fotografía organiza finalmente una exposición alrededor de su trabajo, como es la intención de sus responsables.



Del color de la piel
Peio AGIRRE | CRITICO DE ARTE

Spencer Tunick es de esa clase de artistas que aparecen antes en los noticiarios televisivos que en las revistas especializadas. Por supuesto que se ha hecho con un hueco entre las páginas couché, pero cierto es que la avalancha comunicativa y mediática que rodea sus intervenciones supera con creces al medio artístico y fotográfico. El mundo del espectáculo es su campo de acción. La transgresión de las normas en el espacio público, su arma. Poco se sabe del Tunick anterior a la feliz idea de fotografiar grupos de gente desnuda en la vía pública. Sin embargo éstas imágenes se han convertido en una especie de marca registrada del autor. Una marca que vende bien, se publicita y fomenta la promoción. Aunque él diga que sus obras hay que verlas en los museos, la verdad es que el revuelo organizativo junto al sensacionalismo amarillista y la reproducción mediática parecen suficientes modos de experiencia. El hecho de que sólo los participantes puedan vivir el acontecimiento no quita para que su espectáculo (no exento de morbo), salpique allí donde va. Tunick parece una inversión mediática antes que artística. La satisfacción institucional con la que se acoge a Tunick muestra el interés por ser noticia mundial por espacio de un día. Lo que interesa es que «pasen cosas» en la ciudad, que la imagen de ésta salga a nivel internacional. Defender esta concesión espectacular por delante de otras actividades artísticas menos rentables publicitariamente o de carácter más alternativo es poco menos que caer en el simple populismo. En estos momentos en los que se proyecta Donostia como una «ciudad de la imagen», o una comercializada «imagen de ciudad», no está mal recordar que para el autor de La sociedad del espectáculo, el situacionista Guy Debord, «la imagen es la forma final de la reificación de la mercancía». Además, la presencia de Tunick nos debe hacer reflexionar sobre el cambio de orientación de las políticas culturales en Donostia de un tiempo a esta parte. El peligro de esta «ciudad de la imagen» está en fomentar hábitos de consumo de cultura mainstream, empaquetada y lista para ser consumida por las masas. La participación ciudadana en las fotografías de Tunick es también muy relativa aunque se pueda pensar lo contrario. A priori se podía imaginar que el lugar elegido sería la Concha, por tópica y por ser la imagen postal más repetida, pero la elección del Kursaal muestra de forma más evidente las verdaderas intenciones. La promoción es el objetivo, los cuerpos pelados el gancho. -


 
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