Cristina IGLESIAS | Escultora, premio Nivel del Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro en Gipuzkoa
«Creo que pronto haré algo en el lugar del que soy y que me encanta»
El presidente del Colegio de Arquitectos en Gipuzkoa, Antón Pagola, hizo entrega ayer del premio Nivel a la escultora Cristina Iglesias. El acto, celebrado en la Tabacalera, fue una ocasión de oro para hablar con una artista que, a pesar de ser donostiarra, se prodiga muy poco por estos lares, como consecuencia de sus numerosos compromisos internacionales.
La escultora Cristina Iglesias (Donostia, 1956),
formada en Barcelona y Londres, aunque en gran medida autodidacta, recibió ayer
en la Tabacalera el nivel esa burbuja de aire contenida en agua y encerrada
en una cápsula que permite comprobar la horizontalidad o verticalidad de suelos
y paredes que simboliza el galardón que le ha otorgado la delegación
guipuzcoana del Colegio de Arquitectos Vasco-Nava- rro. El presidente de la
entidad, Antón Pagola, recordó que el premio Nivel Maila, en euskara
fue creado hace ya tres años con el objetivo de reconocer la labor de personas
no arquitectas pero que han aportado «algo significativo» al mun- do de la
arquitectura. Y, en esta ocasión, ha recaído en Iglesias porque, según destacó
Pagola, «ha hecho de la innovación, de adelantarse a los acontecimientos en la
investigación espacial y matérica, una de las principales señas de identidad de
su trabajo». La escultora consideró «un gran honor» el galardón.
Ha recibido un premio por, digámoslo así, la dimensión arquitectónica de su obra. Sin embargo, ésta ha tenido siempre otro pilar fundamental, aparentemente contrapuesto, que es la naturaleza.
Sí, siempre me ha interesado mucho la contraposición o, quizá mejor, la superposición entre cultura y naturaleza. Es decir, la arquitectura como medio para crear un hábitat, pero en relación con la naturaleza.
Una de las razones del premio es su investigación en torno a los materiales. Usted ha manifestado en alguna ocasión que está especialmente interesada en comprobar cómo éstos, los materiales, pueden mentir.
Me gusta jugar con la percepción de las formas y, en ese juego, el material, la textura, cumple un papel muy importante. Me interesan las piezas que hagan sentir algo, una presencia, por ejemplo, pero que quien se acerque a ellas pueda percibir que esa presencia quizá sólo es una capa, y que detrás puede haber otra, y detrás otra.
Parece haber una cierta ironía en lo que
hace. Utiliza cemento o hierro, pero los dota de ingravidez o blandura, al menos
aparente. Utilizo materiales modernos, que no hay por qué
construir siempre con la piedra tradicional. Creo que cada material tiene una
voz y quiero que cada uno de ellos contribuya con la suya a la obra. De hecho,
lo hacen. En estos momentos, por ejemplo, tengo instalados tres corredores
colgantes en el Museo Ludwig de Colonia. El material que he empleado es hierro
dulce, tejido, que puede parecer muy liviano, pero es hierro. Y sientes su
presencia, como sientes la presencia de las sombras que se crean cuando la luz
se proyecta sobre la estructura.
De hecho, usted utiliza la luz como un material más o incluso como una herramienta, como un cincel.
Muchas de mis obras están basadas en estructuras de celosía que incluyen textos. Cuando la luz que suelo utilizar a diferentes temperaturas para crear colores diferentes atraviesa esas celosías, proyecta las sombras de esos textos y crea una reverberación en torno a la pieza. De modo que la construcción no es sólo la pieza, sino todo lo que reverbera alrededor.
Por estos lares, usted ha expuesto muy poco. Quizá su última individual fue la que le dedicó el Guggenheim en 1997.
Pues sí. Más recientemente, he participado en algunas colectivas, pero la última individual fue aquélla. Y en San Sebastián no he expuesto desde 1996.¿Cuál es la razón de que la conozcamos más por
las obras que realiza fuera que por las que realiza «en casa»? Pues no lo sé. Hoy tengo un encargo en Nueva York y mañana otro en Santa Fe. Pero no es porque tenga una especial querencia por dar vueltas por el mundo, sino porque me ofrecen proyectos interesantes en los que, como artista, quiero estar presente, y unos conducen a otros. Eso no quiere decir que deseche hacer algo en el lugar del que soy y que me encanta. De hecho, creo que pronto haré algo. Lo que pasa es que las cosas tienen su ritmo. Y, la verdad, yo también siento ahora una necesidad de hacer algo aquí que igual no sentía hace cinco años, porque entonces mi cabeza la tenía en otras cosas. Eso, en el plano profesional, porque en el afectivo la cosa está clara. El aita y la ama viven aquí, y mis hijos, mis hermanos y yo misma venimos mucho.
¿Cuáles son, en estos momentos, los principales proyectos que tiene entre manos?
Estoy ultimando algo en lo que empecé a trabajar hace ya diez años. Es una pieza que tendrá cabida en el proyecto de reordenación de la Plaza de Leopold de Wael y el entorno del Museo de Bellas Artes de Amberes, redactado por los arquitectos Paul Robbrecht y Hilde Daem. Es una fuente con un estanque en el que se reflejará la fachada del museo. También estoy trabajando en un proyecto para Madrid. Rafael Moneo me ha encargado diseñar las puertas del edificio que servirá para ampliar el Prado. Ha sido muy generoso y me ha pedido que resuelva un problema clásico en escultura y que lo haga con una voz de hoy. Y estoy en ello, diseñando unas puertas que son una escultura y que, a medida que se abren y se cierran, conforman diferentes espacios.
Los dos proyectos que ha citado son proyectos de escultura pública. Usted, sin embargo, es muy crítica con respecto a muchas de las esculturas que pueden verse en plazas y calles.
No es que sea crítica. Lo que yo creo es que es muy difícil construir una obra de arte que viva en la ciudad, que tenga significación, que permita que se viva alrededor y, a la vez, haga más agradable la vida de la gente. Hay piezas buenas, muy buenas. Pero es difícil. De lo que no soy partidaria, por decirlo de algún modo, es de llenar la ciudad de esculturas a base de ponerlas en todas las rotondas. -
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