Me ha parecido percibir un extraño nerviosismo por parte de algunos políticos del ámbito del PSOE y a muy diferentes niveles cada vez que se ha mentado la posibilidad de trasladar algún elemento de la experiencia montenegrina al Estado español. Un nerviosismo que se me antoja especialmente significativo en el caso de Euskal Herria, y cuando la cabeza visible de ese partido, el presidente del Estado español, aparece públicamente queriendo liderar poco menos que en solitario un proceso de paz.

Desde el ya famoso «delirium tremens» espetado por Javier Solana hasta los intentos de identificar independencia con autodeterminación, pasando por el interés en mi- nimizar el resultado de un referéndum que ha rebasado con creces los criterios impuestos por la Unión Europea, es fácil denotar en todos ellos un interés por ocultar, o siquiera resaltar lo menos posible el hecho de que estamos hablando de un proceso democrático en el que se ha dado la palabra directamente al pueblo para decidir sobre su estatus. El resultado ha sido favorable a la independencia, pero aunque eso sea lo que asuste a algunos fuera de Serbia y Montenegro, no es realmente lo más importante para los demás. No es al menos lo más importante que de esta experiencia debiera trasladarse a Euskal Herria, a Catalunya... a todos los pueblos privados de voz y voto en el mundo.

El derecho a tener un proyecto, a organizarse para defenderlo, a defenderlo públicamente y a llevarlo a la práctica si la mayoría así lo desea. Eso es lo importante. No es el proceso, no es el modelo de referéndum, no es la historia, no es el tamaño del país, no es el continente... Es el hecho de haber reconocido a los y las montenegrinas como sujetos de pleno derecho, haber arbitrado un camino para que puedan expresarse y respetar finalmente su decisión.

El presidente serbio, Boris Tadic, dijo ayer: «Yo era partidario de mantener el Estado conjunto, pero como presidente democrático de una república democrática reconozco la expresión de la libre voluntad de los ciudadanos montenegrinos». El día que oigamos al presidente español pronunciar palabras similares en relación a Euskal Herria, ese día, habrá garantías reales para que se consigan la paz y la normalización política en este país. -