Miguel Sánchez-Ostiz, admirador y gran conocedor de la obra de Baroja, tal y como ha puesto de manifiesto en libros como “Derrotero de Pío Baroja” o como editor de textos desconocidos del escritor donostiarra ­el último, el aún reciente “Miserias de la Guerra”­, no defraudó las expectativas del público, que ayer abarrotó el Koldo Mitxelena.

El escritor navarro arrancó su conferencia confesando que hablaba «desde el atractivo que tiene para mí la personalidad de Baroja», no sólo como autor, sino también «como personaje de sí mismo», pues consideró que, aunque quizá no siempre de forma deliberada, su obra es, en conjunto, «una gran autobiografía».

Dio por sentado el sólido armazón ideológico de Baroja y su labor como introductor del pensamiento de grandes autores que, como Kant, Schopenhauer o Nietzsche, hasta entonces no habían encontrado eco entre la intelectualidad del Estado español. Para dotarse de ese armazón, Baroja tuvo que superar el hándicap de una formación académica e intelectual «deficiente», propia de la época, cosa que consiguió gracias a la «voluntad de armarse ideológicamente» que sentía. «Tenía que encontrar un camino, aunque ese camino condujese a la desilusión», dijo Miguel Sánchez-Ostiz.

Eso le hizo desarrollar un pensamiento a contracorriente o, mejor ­corrigió el propio conferenciante­, «a contrapelo». Un pensamiento que a menudo expresó de forma paradójica y, sobre todo, contundente. «Crispación, mordacidad y sarcasmo» son elementos caracte- rísticos en el modo de expresar las ideas del que hace gala don Pío. «Eso puede verlo cualquiera ­indicó Sánchez-Ostiz­; lo difícil es percibir lo que hay en el fondo de ese modo de expresarse, algo así como una melodía de piano dolorido».

A pesar de que con frecuencia se han señalado sus contradicciones, Baroja tenía a gala haber mantenido a lo largo de su vida las mismas ideas. «No era simple cerrazón ­advirtió el conferenciante­, sino una forma de pensamiento», al que concedía «valor intelectual y ético». Sánchez-Ostiz recordó, en este sentido, su enfado con antiguos compañeros, como Maeztu o Azorín, a quienes acusaba de haber cambiado de bando. Con Maeztu había compartido en la juventud ideas que con frecuencia han sido calficiadas como anarquistas, pero que el escritor navarro prefirió calificar como «anarcoides, porque era una rebelión que se agotaba en sí misma». En cuanto a Azorín, el conferenciante reveló que, en escritos aún inéditos, Baroja lo tacha directamente de chaquetero.

Don Pío defendía la inmutabilidad de las ideas y, paradójicamente, afirmaba que un escritor no podía permanecer ajeno a su tiempo. «Cuando uno es espectador del paso del tiempo, corre el riesgo de que el tiempo le arrolle a uno ­dijo ayer Sánchez-Ostiz­ y eso es precisamente lo que le ocurrió a Baroja». Pero, en su opinión, el tiempo no arrolló al escritor donostiarra sólo en la Guerra o la inmediata posguerra, sino ya en los años veinte, «en que su época empezó a resultarle ininteligible». La trilogía que escribió entonces, “Agonías de nuestro tiempo” es, en ese sentido, «una mina» para ahondar en aspectos poco tratados de su pensamiento e indagar en «los límites de su desesperanza», como si previera lo que en la década siguiente iba a pasar no ya sólo en el Estado español, sino en todo el mundo.

En opinión de Sánchez-Ostiz, las ideas de Baroja son «una auténtica fronda sin explorar». Criticó que mucho de lo que se dice sobre el escritor donostiarra está basado en tópicos, en el «dicen que dijo». Y, como ejemplo, puso la célebre pregunta «¿pensamiento y navarro?», que con frecuencia suele ponerse en boca del escritor. «¿Dónde lo dijo? ¿En qué obra? ¿En qué página? Yo desde luego no lo he encontrado. Pero es más fácil eso, funcionar con tópicos, que entrar a fondo en su pensamiento», protestó el conferenciante.

Contra los tópicos

La de ayer era la última de las jornadas que se han venido desarrollando estos días en el Koldo Mitxelena para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Pío Baroja, y la sala registró un llenazo inusitado. El organizador y presentador del acto, Félix Maraña, animó vehemente a los muchos que no encontraban butaca ­entre ellos, escritores como José Luis Padrón, Pako Aristi o Patri Urkizu­ a acomordarse en pasillos y escaleras, «muy confortables», recalcó con sentido del humor. -