No puede decirse que sea novedoso afirmar que el ejercicio del poder convive asiduamente con la visita, en ocasiones deseada y otras inesperada, de peligrosas tentaciones. Se dan casos en que los compromisos se adquieren antes de alcanzar el poder, y en otros, son las situaciones las que se presentan ante la toma de decisiones.
En estas situaciones nunca faltan individuos deseosos de rentabilizar con beneficios económicos sus interesadas ayudas. La historia reciente de Navarra es el mejor testigo para ratificar estas afirmaciones.
Sería cínico negar que como siempre también en la actual clase política, el engaño y la mentira han sido y son anexos a la cultura del poder. Para comprobarlo no es necesario alzar mucho la vista ni viajar lejos, basta con mirar en casa. Tenemos hoy los navarros un presidente inmerso en la estrategia de mentir y desmentir. Y aunque es cierto que disposición tiene toda, también lo es que carece del aprendizaje y conocimientos necesarios para salir airoso de las numerosas situaciones que provoca.
Quizá las razones de su comportamiento haya que buscarlas en las encuestas que desde hace algunos meses barajan tanto Miguelico como su socio el de la txapela. Es evidente que estas bien guardadas encuestas están haciendo mella incluso en su estudiada y pretendida recia presencia.
Estas no previstas y adversas circunstancias les hacen variar el guión y, si el segundo es un mercenario de la política ducho en la improvisación y la supervivencia, a Miguelico le quedan cortos los pantalones.
De todas formas, y en honor a la verdad, quizá sería oportuno recordar aquello que decía Maquiavelo respecto a personajes como el admirado Miguelico. Decía Maquiavelo: «Los hombres son tan simples y se atan a la necesidad hasta tal punto, que el que engaña siempre encuentra gente que se deja engañar».
En estos casos cada vez más frecuentes convendría que fuera más extendido el conocimiento respecto a lo que realmente resulta ser gobernar, ya que la mejor virtud del gobernante es poderse gobernar a sí mismo y controlar sus propios sentimientos, dominar la excitación que provoca el placer de mandar, los títulos vacíos de dignidad, las adulaciones, los fraudes y todo aquello que hace a la libertad derivar en libertinaje.
Porque poco a poco, los buenos, incluso los mejores también aprenden a medrar y esto les produce una impune felicidad que les induce a imponer el lujo fácil, los placeres y malicias varias con las que se destruyen a sí mismos, volviendo al inicio real, a su debilidad.
Es evidente que no resulta fácil gobernar para quien no es capaz de gobernarse a sí mismo, de ahí que Miguelico esté dando bandazos a diestro y siniestro, mostrando su doble personalidad, de tal manera que hay quien observándole lo está calificando de advenedizo e incompetente para la política.
Lo cierto es que el admirado presidente Miguelico, en esta su última legislatura, está haciendo suya una máxima que según él le faculta para decidir que el inductor de toda iniciativa o pensamiento que no comparte «su visión» es susceptible de ser acusado de suscitar y promover el desor- den y la anarquía que antecede a la pérdida de libertades. Lo que conlleva que sus promotores sean calificados de subversivos, cuando no de terroristas.
He aquí pues a nuestro admirado Miguelico, artífice y ejecutor implacable de la ira del poder, que permanece siempre al acecho, expectante y dispuesto a enmudecer una y otra vez a quienes osen disentir.
En mi opinión, otra de las razones que determinan su repugnante e inadmisible comportamiento radica en que con frecuencia los que mandan se sienten seguros, y de tan seguros se hacen insolentes y soberbios. Por la soberbia, que nace de la extrema seguridad con la que algunos como Miguelico se admiran a sí mismos y confían en exceso en sus propias fuerzas, terminan intentando lo que no está a su alcance y se hacen airados, displicentes y crueles.
Desgraciadamente para ellos, ignoran que tras la soberbia llega la ignominia, la destrucción y la ruina. Y es que, cuando la fortuna les sonríe excesivamente, los hace tontos.
Cuando se habla de poder, se debe precisar que no se trata sólo de poder político, sino que el poder habita allí donde residen los recursos, centros de toma de decisiones... y por tanto, no sólo en el terreno político sino también en el económico, ideológico, cultural, moral...
En la otra faceta de su doble personalidad, nuestro admirado Miguelico representa al dócil que se caracteriza por su militante debilidad, por su dependencia. Vive preso de inseguridad y temores infundados.
Es por esto que Miguelico incurre insistentemente en actos de servidumbre, bajeza y adulación. Se ha convertido en súbdito y vasallo que sustituye los derechos de quienes gobierna por su inclinación personal hacia el tentador calor del establo.
Su actitud de subordinación ante la extrema derecha española (PP) le ha llevado a situaciones extre- mas, hasta el punto de que su sumisión en defensa de intereses contrarios a la voluntad de los navarros le sitúan en una posición absolutamente vergonzante.
Su «doble personalidad» le está permitiendo mostrarse orgulloso, inaccesible y soberbio con aquellos a quienes gobierna, al tiempo que obediente, pusilánime e inútil con los que le proporcionan el establo.
La andadura de los últimos años de nuestro admirado Miguelico expresa con claridad que carece de la mínima capacidad para innovar. De ahí su rechazo y temor a la variación o cambio, pues éste supone riesgo e incertidumbre, que su débil naturaleza no es capaz de aceptar. Sólo le queda energía para «conservarse».
He podido escuchar en los últimos días, desde una posición política opuesta a la de Miguelico, calificar sus intervenciones de chistes, y no comparto esta opinión, pues Miguelico se está convirtiendo en un personaje oscuro que padece una patología próxima al denominado «parásito humano».
Vive atormentado, alimentado por la envidia y la codicia, y no le importa actuar con crueldad y fuera de derecho.
La historia política de Navarra atestigua que el poder incurre con frecuencia en «debilidades» y éstas concluyen en actitudes rayanas con la difusa línea que separa la legalidad de la ilegalidad. Y en otras ocasiones, en actuaciones delictivas.
Acaso, digo yo, podría recordarse que nuestro admirado Miguelico ya en 1991 salió con «raspaduras» de una acusación de estafa.
Así pues, tenemos a Miguelico instalado en un poder que conoce como nadie los mecanismos y procedimientos para gestionar los respectivos ilegalismos, omitiendo información, tolerando irregularidades o actuando en complicidad.
Es más que posible que a nuestro Miguelico le encaje la máxima que Napoleón hizo famosa sobre la honradez, aquello de: «en los tiempos que corren vale mucho más parecer honrado que serlo efectivamente».
Como he intentado mostrar a lo largo de la exposición, los advenedizos en política, los gobernantes in- competentes, con frecuencia eligen el tentador calor del establo, pero suelen ignorar que el poder se asemeja mucho al vino, sirve primero a quien lo bebe, pero después lo domina. -