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Gara > Idatzia > Mundua 2006-06-26
Pedro MEDELLIN | Profesor de la Universidad Nacional de Colombia
«Si las FARC consideran que la vía de las urnas es viable, negociarán»
El politólogo Pedro Medellín analiza el triunfo de Alvaro Uribe en las recientes elecciones presidenciales y, pese a los enormes obstáculos, vislumbra un futuro esperanzador para Colombia. Considera que las FARC, animadas por las recientes experiencias en América Latina, podrían negociar y valora positivamente el resurgir de la izquierda parlamentaria.

­Con la reelección de Uribe ¿Cuál es el nuevo escenario que se plantea en Colombia?

Primero, habrá un ajuste fiscal muy fuerte porque el gobierno tiene que resolver un problema que tiene acumulado pues los sectores sociales y las fuerzas armadas necesitan financiación. El segundo frente es el de la negociación de paz con las FARC que ya arrancó. El Gobierno ha dispuesto la logística para tender el proceso y eso es un indicador importantísimo que atravesará el Acuerdo Humanitario y que puede tener una expectativa muy interesante de evolución.

­Pero durante la campaña electoral uribista los secuestrados y el Acuerdo Humanitario fueron los temas ausentes.

El presidente planteó su disposición de negociar con las FARC. El tema de los secuestrados lo evitaron, porque varias campañas de la oposición apoyaron el tema. El Gobierno no quiso enfrentarlo, los medios lo eludieron y quedó opacado por cuestiones menos importantes. En cualquier caso, habrá Acuerdo Humanitario.

­¿Es razonable iniciar una negociación con las FARC cuando todavía está en discusión los alcances del proceso con los paramilitares?

Precisamente el tercer tema que resolver son los problemas con la Ley de Justicia y Paz. La Corte Constitucional decidió que los paramilitares no son delincuentes políticos. El cambio en las reglas de juego es muy grande porque la ley había definido que el paramilitarismo era un delito político. Esto cambia sustancialmente el tipo de negociación. El Gobierno tiene que hacer un pacto de Estado con la oposición para establecer un acuerdo en torno de la negociación porque de otra manera el problema con los paramilitares se puede agravar.

­¿Por qué cree que la guerrilla va a negociar? ¿Qué diferencias habría con el proceso anterior bajo el «esquema del Caguán»?

Aquí cambian los actores y este Gobierno es distinto. El presidente Uribe ha sido particularmente duro pues su padre fue asesinado por las FARC. Es probable que las FARC no tengan interés y estén convencidas de que su posición política y militar ­especialmente la militar­ es lo suficientemente sólida como para seguir avanzando en la idea de la toma del poder. Si consideran que la vía de las urnas es más viable por las experiencias recientes en América Latina, pueden emprender un proceso de negociación política. Aprendieron la dura lección del exterminio de los candidatos y militantes de la Unión Patriótica por la política electoral.

­¿Considera que la guerrilla se ha debilitado o entró en una nueva etapa estratégica cuando en las elecciones llamó a votar a diferencia de en 2002?

No creo que las FARC sean más débiles que hace cinco años. Creo que están considerando la situación. Tienen capacidad militar, han perdido unas posiciones importantes ante el Ejército, pero le han ganado en otros frentes. Una fuerza no logra vencer a la otra. Las FARC no están derrotadas ni están tan débiles como la gente cree y las Fuerzas Armadas no están tan fuertes como la gente dice. Hay situaciones críticas de los dos ejércitos que quizás los lleven a negociar. Es una fortaleza que es la misma debilidad.

­La parcial desmovilización de los paramilitares ¿qué rol juega en el terreno militar?

Desactivar las redes paramilitares es una señal positiva de parte del Gobierno. El problema es que no se ha producido completamente. Puede ser complicada porque puede que desaparezcan aparentemente del paisaje habitual pero ha quedado arraigada la cultura paramilitar en la población o hay gobernantes encubiertos.

Esas estructuras paramilitares consolidaron poderes políticos territoriales y un conjunto de convenciones y comportamientos a través de los cuales los individuos establecen un orden. Que no se desmonte la estructura paramilitar implica que no entreguen todas las armas, posiciones e información. Pero sobre todo que no se retiran de la acción militar. Mi impresión es que desconfían de que el Gobierno los vaya a extraditar y por eso no están dispuestos a entregarlo todo, por si hay una emergencia, regresar al monte.

­Este sería un motivo por el cual las FARC pueden negarse a negociar.

Tendrían ese y setenta motivos más. En eso no son ni idealistas y sí muy realistas en tener en claro la capacidad militar del otro, las condiciones y los actores que se están movilizando. Eso hace más creíble el proceso y en la medida que se pueda consolidar será un buen escenario. El Gobierno quiere la paz porque emprender un proceso de paz con las FARC le legitima el proceso de negociación con los paramilitares, legitima el poder político que ellos tienen en los territorios.

­Con más de 7,5 millones de electores para Uribe y más del 20% de los votantes a favor de la izquierda representada por Gaviria.¿Quién ha sido el gran ganador? ¿Se modifica el esquema bipartidista tradicional?

La izquierda ha tenido unos resultados históricos. El mejor resultado fueron los 790.000 votos que obtuvo Antonio Navarro en 1990 y eso significó en 12% de los votos. En estas elecciones esta cifra se duplica y además hizo efectiva su presencia en los territorios. Por primera vez la izquierda se expresó como fuerza política en tanto una opción presidencial y también con una importante base territorial. Lo que se ve es que grupos políticos como el Polo Democrático están llenando un vacío que no es el espacio de las armas sino el de las ideas. Colombia vivió durante 40 años un sistema donde los partidos liberal y conservador concentraban toda la actividad política y gobernaban de manera alternada. Con la llegada de Uribe comenzó a reideologizarse la política. La gente de derecha ha comenzado a hacer público que es de derecha y ha empezado a plantear políticas. Y esto forzó a un desplazamiento de los que son de izquierda.

­¿A esto se debe que Uribe hablara en campaña de «comunismo disfrazado»?

Lo convirtió en una lucha ideológica y los que estaban en el centro tuvieron que empezar a desplazarse. Estamos viviendo un realineamiento de fuerza. No en torno a intereses burocráticos sino en torno a ideologías y eso es muy positivo. Antes había un bipartidismo indoloro, incoloro e insaboro en términos ideológicos. Era estructural en torno a la administración pública. Ahora llegamos a un sistema multipartidista estructural en torno a visiones de izquierda y derecha.

­Alvaro Uribe es considerado el mejor socio de Estados Unidos en América Latina y su más fiel seguidor. En el próximo cuatrienio, ¿cómo se posicionará el país en un continente con fuertes cambios políticos y sociales?

El presidente Uribe es muy provinciano y una persona que tiene muy poco referente en el exterior pues proviene de una sociedad endógena. Cuando llegó al Gobierno no tenía una idea clara de qué hacer en materia internacional. Cree que hay que recortar embajadas y consulados y decide cerrar la embajada en Grecia cuando ese país presidía la Unión Europea. No capta la importancia de la representación política que tienen las embajadas. Entonces se las da a unos amigos, empresarios que lo apoyaron y a gente que sin relevancia. Colombia perdió el horizonte de su política exterior y de acuerdo a su criterio asume una actitud muy pragmática de negociar con el socio más grande como es Estados Unidos. Lo escoge, le da todo el apoyo y recibe apoyo. Después de dos años se da cuenta que el sur existe y que el Mercosur es una fuerza muy importante. Empieza a ver una situación de aislamiento. En este segundo mandato rectificará.

­¿Cómo se perfila su relación con la Unión Europea?

Colombia va a necesitar un gran apoyo de la UE, particularmente en los procesos de negociación con las FARC y con los paramilitares.

­¿Por qué ha sido reelegido?

Gana porque ha hecho campaña durante sus cuatro años de Gobierno. Hizo «democracia por contacto», que consiste en hablar con las pequeñas emisoras radiales de municipios. Se sentaba para hablar con la gente en las poblaciones, hizo consejos comunales donde reunía a la gente y exponía una especie de juicio público. Allí se veía que estaba interesado en resolver los problemas y encima castigaba a sus funcionarios. Es una persona con una capacidad muy grande para reconocer los ejes de la comunicación interpersonal y lo utilizaba en las regiones. Es un candidato magnífico. Pero no es solamente producto de los propios atributos presidenciales sino que también le metió parte de lo que aquí llamamos maquinaria. Entregó a los alcaldes y gobernadores recursos para obras e hizo acuerdos con ellos.

­¿Cuál es su talón de Aquiles?

Su fortaleza es la propia debilidad. Es un presidente sitiado. Nuestros gobernantes son históricamente personas que llegan al Gobierno sin autonomía. Formalmente son reyes, realmente son monarcas encadenados. Las decisiones presupuestales dependen del Congreso y si quiere obtener la aprobación tiene que comprar a los congresistas. Cada elemento muestra que el presidente tiene formalmente el control, pero no tienen realmente el poder. El presidente tiene ahora muchos votos. Va a poder cambiar la política pero no el Gobierno.

­¿Eso incluye el narcotráfico, los militares, la Policía?

Hay narcotraficantes que controlan territorios enormes donde no llega la institucionalidad de la política. Porciones enteras están controladas por los paramilitares que no manejan la racionalidad presidencial sino su propia racionalidad. Hay otras porciones controladas por guerrillas. En un mismo ámbito confluyen muchos actores, cada uno con un poder real y el presidente, y lo demostró, es un monarca encadenado.

­¿Es un monarca sordo, como él mismo manifestó?

El buen monarca siempre escucha. Tiene la sensibilidad para escuchar el ruido de los pasos de su pueblo. El encadenado no, porque las cadenas no lo dejan escuchar. Estos presidentes están sometidos a demasiadas presiones e intereses y no quieren oír más. Quieren buscar su propia solución y eso es un signo de debilidad institucional y política. -


 
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