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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-06-26
Carmen ANTUNEZ | Coordinadora de la Unidad de Demencias del Hospital Universitario Virgen de la Arrixaca (Murcia)
«A veces da miedo pensar en manos de quiénes estamos»

Esta neuróloga protagonizó en fechas recientes, en la capital bilbaina, una cuando me- nos curiosa conferencia, organizada por la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, titulada “Las demencias de los dirigentes del mundo: Lenin, Roosevelt, Churchill, Reagan, etcétera”. En ella, desgranó las diversas patologías mentales que han afectado a algunos significativos líderes políticos de toda condición a lo largo de sus mandatos. Rasputín, la zarina Alejandra, la sangrienta condesa Erzsébet Báthory, la emperatriz Carlota de México, Valeria Mesalina, Pedro el Grande, Felipe V, Luisa Isabel de Orleáns son algunos «locos» de la historia. Carmen Antúnez nos habla aquí de otrosmás cercanos en el tiempo a nosotros.

­¿Por qué se interesó por las demencias de personas que gobernaron el mundo?

Porque a veces da miedo pensar en manos de quiénes estamos. Y a la vista de ciertas actuaciones históricas, se supone que «las cabezas no estaban buenas». Las demencias son muy frecuentes en la población, merman la capacidad de decisión y los dirigentes no escapan a este problema. Sobre todo teniendo como tenían muchos de ellos factores de riesgo vascular importantes, sea tabaco, alcohol, hipertensión, ParkinsonŠ

­Mel Brooks ya nos contó en aquella película que el mundo estaba loco, loco, loco, pero de los gobernantes sólo lo suponíamos. ¿Usted nos lo confirma?

De los dirigentes del mundo se han ocultado casi sistemáticamente las enfermedades que tienen relación con la mente o cerebro o las de la esfera sexual. Sin embargo, hay datos médicos, ya de entonces y de otros que se derivan de los conocimientos que hoy tenemos sobre la demencia, que corroboran que muchos de ellos tenían problemas cerebrales cuando estaban en el poder y tomaron decisiones que afectaron a millones de personas.

­Usted ha analizado casos como los de Lenin.

La enfermedad de Lenin la describió un famoso médico ruso, el doctor Osipov, que lo visitó en varias ocasiones en los dos años anteriores a su muerte. Su descripción es la de un gran especialista. Relata de forma pormenorizada todos los síntomas que tenía, aunque ese texto no fue conocido hasta después de 60 años de la muerte de Lenin. Se publicó en el periódico ruso ‘‘Ogonyok’’. Lenin era cazador y, en los dos últimos años de su vida, comenzó a tener episodios de debilidad en la pierna derecha que le obligaban a sentarse cuando iba por el monte. Estos episodios, que corresponden a accidentes vasculares transitorios, de los que tuvo varios en la parte derecha de su cuerpo, le afectaron al habla. Alguno no fue transitorio y le dejó paralizada la parte derecha de su cuerpo y sin casi poder hablar, aunque entendía. Murió joven, a los 53 años, en un estado de crisis convulsivas. Era hipertenso sin tratamiento y su cerebro, que fue autopsiado por el famoso patólogo alemán y admirador de sus ideas Oscar Vogt, mostraba las lesiones típicas de las personas hipertensas. Incluso se especuló con que pudo tener sífilis, pero los datos de la autopsia no lo confirmaron.

­También está el caso del presidente estadounidense Theodore Roosevelt.

Era abogado y cuatro veces presidente de EEUU. Murió a los 63 años de una hemorragia cerebral por su severa hipertensión, poco después de la Conferencia de Yalta, donde ya estaba muy enfermo. Llegó a tener valores de 260/150. No se le hizo autopsia.

­¿Y que me dice de Churchill?

Culto, buen escritor, maestro del lenguaje y longevo. Adicto al poder. Bebía 3 brandys después de cenar y fumaba 13 puros diarios. Hipertenso y con problemas cardíacos ya desde el año 41, tuvo incluso una crisis coronaria estando en EEUU. Su médico, Lord Moran, no quiso hacerle un electrocardiograma por lo que pudiera encontrar. Tuvo varios episodios de isquemia cerebral, el primero en el año 1949, que dejaron secuelas leves. En los años 53 y 65 padeció otros episodios más graves con afectación del habla, que no se hicieron públicos. Como consecuencia del segundo, se suspendió la visita de Konrad Adenauer prevista ese día. Su médico le suministraba anfetaminas, barbitúricos para dormir, cafeína y una serie de mezclas estimulantes para que pudiera acudir a sus compromisos políticos.

­Mucho alcohol y mucho tabaco corría por el cuerpo de este gran estadista inglés.

El tabaco y el alcohol provocan hipertensión, y ésta a su vez lesiona el cerebro, sobre todo los circuitos que van a la zona frontal del cerebro, que es donde radica la capacidad de pensar, abstraer, realizar juicios y decidir. También la conducta de las personas. El tenía una conducta irascible y muy ciclotímica. Su gran cultura jugó un papel protector para que la demencia no fuera evidente antes.

­Por cierto, que de los tres protagonistas de la histórica Cumbre de Yalta, tras la II Guerra Mundial, ninguno se libra en su diagnóstico clínico.

De los tres líderes, Churchill, Roosevelt y Stalin, todos ellos sufrían demencia de tipo vascular, aunque este último era el que mejor estaba. Sin duda esto influyó en el reparto que se hizo del mundo, donde el oeste salió claramente perjudicado, iniciándose la guerra fría que tanto sufrimiento causó. Con Roosevelt muy enfermo y Churchill en no muy buenas condiciones, Stalin, que era el que mejor estaba de los tres en ese momento, se llevó el gato al agua.

­Stalin, afortunado en la política, ¿qué tal en la salud?

Stalin era también fumador e hipertenso, con una personalidad paranoide. Murió de una hemorragia cerebral que le inmovilizó la parte derecha de su cuerpo y le impidió hablar, habiendo sembrado el terror en cercanos y en todo el pueblo ruso. Sin duda, y tal y como se vio en su autopsia, las lesiones de su cerebro, típicas de la hipertensión, influyeron junto con su personalidad previa a la hora de marcar su comportamiento y sus decisiones.

­Otro personaje que no ha escapado a su análisis es Ronald Reagan.

Tuvo un Alzheimer, el tipo de demencia más frecuente. Su madre, Nelle Reagan, murió en una residencia, hoy sabemos que demenciada. El anuncio de que tenía Alzheimer lo hizo público el 5 de noviembre de 1994, en una carta manuscrita donde se ve por su caligrafía que está bastante afectado por la enfermedad. Aunque el diagnóstico oficial de Alzheimer se hizo en el año 93, casi cinco después de dejar la Casa Blanca, después de su segundo mandato, la cuestión que se plantea es si en los últimos años de su mandato ya tenía lo que hoy conocemos como deterioro cognitivo leve. Esta es una situación previa al Alzheimer, que hoy conocemos bien, no tanto entonces, en la que las personas pueden realizar su vida normal, pero que tienen algunos problemas sobre todo de memoria. Sabemos que, en los últimos años de su segundo mandato, estaba más apático y despistado que antes. Por ejemplo, el 29 de mayo de 1988, tras una entrevista con Gorbachov, no recordaba de lo que habían hablado. Una de las anécdotas que se cuentan de esta época es que cuando fue a ver al médico de la Casa Blanca, le dijo: «Tengo que consultarle tres cosas, la primera es que me falla la memoria; de las otras dos no me acuerdo».

­Y éstos de los que me ha hablado no son los únicos dirigentes mundiales que han sufrido algún tipo de demencia.

Wilson, presidente de EEUU en los años de la Primera Guerra Mundial, aparece en las fotos con una parálisis de la parte izquierda de su cuerpo, que afecta sobretodo a la mano. Era hipertenso y había tenido ictus.

Por ejemplo, Hitler tenía una enfermedad de Parkinson, que también se ocultó hasta un año antes de su muerte, aunque sus síntomas ya eran manifiestos casi diez años antes. Tomaba muchísimos fármacos, a veces hasta 90: cafeína, anfetaminas, cocaína y estricnina, entre otros. Es posible que, además, tuviera una demencia incipiente por el Parkinson, pero, en cualquier caso, sólo con los fármacos que tomaba, que alteran la memoria y el razonamiento, sus decisiones estaban mediatizadas. Un aliado suyo, Mussolini, tenía sífilis, que seguro afectó a su cerebro, porque la sífilis en su estadio último o cuaternario produce parálisis general progresiva y demencia.

El general Gamellin, comandante del Ejército francés en la II Guerra Mundial, también tenía una parálisis general progresiva por la sífilis. Lo mismo que Mao Tse Tung. El que fuera primer ministro israelí, Menahem Begin, tuvo Alzheimer.

­Da la impresión por su palabras de que muchos grandes personajes de la historia ocultaban algún tipo de trastornos que quizá tenían mucho que ver en cómo actuaron.

Está claro que los grandes hombres y mujeres no están libres de las enfermedades. En cualquier persona existe lo que llamamos una personalidad premórbida. En el caso de Stalin sería su personalidad paranoide, pero es bastante evidente que muchas de sus decisio- nes históricas estuvieron influidas por sus problemas cerebrales. La cuestión es que, al tener sus decisiones repercusión sobre muchas personas, la sociedad debe asegurarse, como la hace con cualquier ciudadano, de que sus gobernantes tienen su capacidad cogni- tiva y, por tanto, su capacidad de decisión intacta.

­El problema es que sus demencias pasaban desapercibidas o eran ocultadas.

En siglos anteriores, y en el pasado al que pertenecen los líderes que yo he estudiado, la información se ocultaba a pesar de que había datos clínicos muy evidentes. Incluso hoy en día no se concede el permiso para analizar con técnicas de las que disponemos las muestras de los cerebros de Lenin o de Stalin.

­Por último, ¿qué hay de los que hoy nos gobiernan?

Es interesante su pregunta y, desde luego, merece ser objeto de estudio. Imagino que habrá de todo, como entre el resto de los mortales. Por tanto, sigue vigente el riesgo de que nos gobiernen a través de decisiones contaminadas por una enfermedad. -


 
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