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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-06-26
Martin GARITANO
Un muerto entre las rocas
·La vida sigue igual (IV)

A las seis en punto, contra su inveterada costumbre de no acudir a las citas, Xuxú estaba en la plaza. Josefo llegó un minuto más tarde.

-¡Qué puntualidad! No creía que fueras a venir.

-Esa mala fama es cosa de Huesitos, pero yo, si me he comprometido, siempre acudo.

-Bueno, ya será menos. A mí me has dejado colgado cienes y cienes de veces.

-Déjate de leches, vamos a lo nuestro.

Empezaba a amanecer cuando Xuxú y Josefo recorrieron los escasos dos kilómetros que separan la plaza de Uriondo de la ermita de Santa Ana. Las olas batían las rocas con fuerza. La marea no había iniciado aún su retroceso .

-Habrá que esperar un rato hasta que empiece a bajar la marea...

-Coño, yo pensaba que habrías mirado la tabla. Vaya pescador de las pelotas.

-Yo creía que...

-A «creiqué» y a «pensequé» los ahorcaron en Madrid, pero han debido de dejar muchos hijos por ahí.

-¿Qué?

-Nada, un refrán.

Tomaron asiento en el pórtico de la ermita. Si había que esperar media hora o más, mejor sentados, al abrigo del relente de la madrugada y con un cigarrillo en la mano.

-¿Un buchito de orujo?

-No jodas. Todavía no he desayunado y bastante trabajo le doy al hígado con depurar los potes de ayer.

-Allá tú. Esta es gasolina de la buena. Gallego de sesenta octanos.

-A ver cómo enganchas luego el anzuelo...

-Pues yo esto lo he visto en casa siempre. Mi padre no se ponía en marcha hasta el tercer traguito.

-Y se murió a los...

-A los cincuenta. Le salió algo malo y se murió en un pis pas.

-Le salió lo que se había metido, Josefo. Antes la gente no se cuidaba nada.

-Pues sí que te cuidas tú mucho... ¡Si os forrais a potes todos los días!

-El vino es otra cosa. Lo peligroso es el destilado.

-Si bebierais vino bueno, pasa, pero lo que os metéis es vinagre puro. Más malo que el pus.

-Vino malo no hay. Hay uno bueno y otro superior.

-Cada uno se envenena como quiere.

Pasada media hora se acercaron a las rocas. La marea empezaba su lento retroceso y ya había suficiente espacio para desplegar su utillaje.

-Tú ponte sobre esa roca. Yo me subiré a la más alta.

Xuxú abrió la cesta, sacó el cebo y clavó con precisión el gusano en el anzuelo. Buscaba el mejor ángulo para lanzar la caña cuando descubrió un bulto amorfo entre dos rocas próximas.

-¡Josefo! Mira ahí.

-¿Dónde?

-A tu izquierda. Ahí abajo.

-¡Ostia! Es un hombre.

Boca abajo, pantalones oscuros

Xuxú dejó la caña y saltó de la roca hasta el arenal que la bajamar había dejado al descubierto. Josefo tenía razón: el bulto informe que había visto desde su puesto de pesca era un cuerpo humano. Estaba tendido boca abajo, vestido sólo con unos pantalones oscuros.

-Está muerto.

-Claro que está muerto. Se habrá ahogado...

-Por si acaso tómale el pulso.

Los dos hombres se ayudaron para girar el cuerpo inerte. Lo pusieron boca arriba y Josefo apretó sus dedos índice y anular al cuello del accidentado.

-¡Mierda!

-¿Qué pasa?

-Que no se ha ahogado. Mira el cuello.

A la altura de la nuez, el muerto presentaba un corte terrible que dejaba a la vista buena parte de la garganta.

-Lo han degollado...

-Pero con un cuchillo jamonero, por lo menos. Menudo tajo.

-Déjate de bromas, Xuxú. Habrá que dar la voz de alarma.

-Pero no podemos dejar el cuerpo aquí, habrá que arrastrarlo a la ermita.

-Sí, hombre. ¿No has visto en las películas que hay que dejarlo todo como estaba hasta que lleguen los polis?

-Bueno, pues yo voy hasta el pueblo. Tú espera aquí.

-Y una leche. Yo no me quedo solo. Me voy contigo. Total, éste no se va a ir a ninguna parte...

Recorrieron los dos kilómetros de regreso al pueblo a la carrera. En las oficinas de la Policía Municipal, Sixto, el alguacil, acababa de incorporarse a un trabajo que en raras ocasiones ofrecía sorpresas.

-¿Qué os pasa muchachos? Parece que se os ha aparecido un muerto.

-Eso es. Has acertado.

-¿Qué?

-Pues eso mismo. Que en las rocas, bajo la ermita de Santa Ana, hay un muerto. Estábamos pescando y lo hemos encontrado allí, entre dos peñascos.

-¿Ahogado?

-Eso creíamos, pero al tomarle el pulso hemos visto que le han cortado el cuello.

-Habrá que avisar a la Ertzaintza. Eso se escapa de mi competencia, pero primero vamos a ver lo que hay allí.

-Yo me voy a casa. Prefiero contárselo a Miren en primera persona. Luego pasaré por aquí por si hay que declarar y eso...

-No tardes, después de la inspección avisaré a la Ertzaintza y os tendrán que tomar declaración a los dos.

Uriondo despertó con la noticia de que un joven ­no pasaría de la treintena­ había sido asesinado en las rocas de Santa Ana. Camino de casa, Xuxú paró en el kiosco y se lo contó a Juanjosito, la mejor fuente de información del pueblo.

-¿Degollado? ¿En Santa Ana?

-Sí, hombre, sí. Degollado. Josefo y Sixto han ido allí a esperar a los ertzainas. Yo voy a casa, a avisar a Miren. Luego tendré que declarar, pero poco puedo contar. Que era un hombre joven, con aspecto de árabe y poco más.

-¿Arabe?

-Bueno, árabe o argelino o algo así. Tampoco me he parado mucho tiempo a fijarme en los detalles.

-Me lo imagino. El susto ha tenido que ser de órdago.

-Y tanto. Me ha dejado un cuerpo...

El movil hizo el resto

En poco más de diez minutos Juanjosito había alertado a una veintena de clientes que se habían acercado a comprar el periódico. El teléfono móvil hizo el resto y a las ocho de la mañana las dos cafeterías que abrían a la hora del desayuno estaban llenas de clientes poco habituales a hora tan temprana.

-Dicen que es una chica y que le han violado.

-Que no, coño. Yo he hablado con Miren y me ha dicho que era un chico joven y que parecía árabe .

-¿Arabe? Será subsahariano, algún inmigrante ilegal. Ahí hay muchas mafias que se cobran las deudas a puñaladas.

-No seáis simples. No sabemos nada, así que mejor no hablar.

La conversación, en términos parecidos, se repitió hasta media mañana, cuando Josefo y Xuxú abandonaron la oficina de Sixto, donde declararon ante dos inspectores de policía.

-Menudo susto, ¿verdad?

-Y tú que lo digas

A mediodía el caso era de conocimiento general. Los dos mil habitantes de Uriondo, los de los pueblos de alrededor y una quincena de periodistas recién llegados eran conocedores de los ocurrido. El cadáver no llevaba documentación, el arma homicida no estaba en las inmediaciones del cuerpo y todavía no se podía determinar cuándo había muerto. Todo, a la espera de la autopsia. Y, mientras tanto, la vida seguía igual en Uriondo.

A las doce, Huesitos estaba en su rincón preferido, el K.O. Y Xuxú no llegaba

-Cada vez hay menos fundamento. Ya no es puntual ni siquiera Xuxú...

-¿No te has enterado o qué? Ha ido con Josefo a pescar y se han encontrado un fiambre.

-¡No jodas! ¿Algún accidente?

-Sí, sí accidente. Un tipo al que habían rebanado el cuello.

-No sabía nada. Ya nos lo contará.

-No sé si tendrá humor para bajar. A mí me lo ha contado Miren, su mujer.

-Ya bajará, ya. Bueno, si le deja la mujer, claro.

La misoginia de Huesitos crecía a pasos agigantados.

-Y, ¿cuándo no le ha dejado? Yo nunca le he escucado decir lo contrario.

-Ya, pero eso es por el miedo...

-¿Miedo? ¿A qué le tiene miedo Xuxú?

-Pues a los jueces...

-Ya me he perdido. ¿Qué tienen que ver los jueces con todo esto?

-Pues ya sabes. Cuando te casas todo el mundo echa arroz, arroz, arroz.

-¿Y?

-Pues que cuando te divorcias todo es pá ella, pá ella...

Pello, el camarero, sonrió con la ocurrencia. Huesitos seguía con la mirada fija en la puerta. -

(CONTINUARA)


 
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