Josebe Egia
Percepciones subliminales
Miles de mujeres mueren de hambre en el planeta. En el tercer mundo, comer es, a veces, un lujo. En las sociedades occidentales también lo es, pero no por falta de alimentos, sino por enfermedad. La anorexia y la bulimia aumentan espectacularmente. También aumenta la dismorfia corporal. La obsesión por ser tan guapas como las y los modelos arrastra a todo tipo de personas a maltratar su salud sin alcanzar el objetivo deseado. Esta fijación se ha transmitido a todo el tejido social sin importar clase ni edad, aunque sí género. Todavía somos las mujeres las que más sufrimos por nuestro físico debido, entre otras causas, al bombardeo mediático que transmite el mensaje que identifica Belleza=éxito, aunque también en ellos ha empezado a calar este fatídico mensajeEl verano es la estación en que la ansiedad por tener buen tipo se dispara. Hasta las gorditas felices hay situaciones en que se sienten incomodas. Me encanta ver chicas que, aparentemente sin complejos, van por la calle a la moda enseñando sus michelines, del mismo modo que me aterra encontrarme con testimonios como el de Jenna F. Jenna cuenta que desde los doce años siempre ha aspirado a tener unos pechos más grandes porque, según ella, pronto comprendió que «tienes que tener pecho para tener éxito». Como regalo de cumpleaños, sus progenitores pensaron que 15 años era una buena edad para financiarle la operación y hacer realidad el sueño de su hija. No contaban con la opinión del cirujano plástico que se negó a operar a Jenna por juzgar que todavía no había terminado su desarrollo. Esta adolescente británica comparte con jóvenes de todo el mundo occidental la obsesión por tener un físico que corresponda al inalcanzable prototipo de belleza de nuestra sociedad. Son las Lolitas del Bisturí. En una encuesta de wowgo.com, el 75% de adolescentes entre 12 y 17 años se mostró a favor de la cirugía estética, un 35 % deseaba operarse para reducir su tripa y un 24% para aumentar su pecho. Las y los profesionales de la cirugía plástica se encuentran cada día en sus consultas mujeres cada vez más jóvenes que quieren modificar su imagen para sentirse mejor. En algunos casos, se trata de caprichos pasajeros, en otros es una enfermedad: la dismorfia corporal. Las personas que sufren esta enfermedad creen que tienen un defecto físico muy grande una nariz enorme, pechos demasiado pequeños o demasiado grandes, rodillas extremadamente feas... aunque en realidad no destacan por ello del resto de la población. ¿Y qué pasa con las mayores? Pues que a todo lo anterior se unen la celulitis, la caída de «todo» que lleva consigo la menopausia lo que a muchas que tienen recursos económicos les lleva a la mesa de operaciones y a otras les hace sufrir sin remedio pero, sobre todo, aparecen las arrugas. Esa raya que durante décadas se ha ido marcando en la cara como una línea de expresión resulta que no era tal, es, simple y llanamente una arruga que está surcando la llanura de la frente, enmarcando los ojos, delimitando la boca, como un camino que deposita el tiempo. Son arrugas que ya son parte de ti. Y a nuestra cultura no le gustan las arrugas. Nadie creyó ni asumió que la arruga era bella. Nos quedamos en la gracia publicitaria. La verdad de la buena es que a nuestra sociedad no le gustan las personas viejas. Todos los años en verano se suicidan miles de personas mayores sin que nos queramos enterar de ello. Evitamos tanto a las y los viejos que incluso optamos por palabras light, desprovistas de historia, para nombrarlos. ¿Existe un concepto más distanciado de lo real que «tercera edad»? Más parece una aproximación económica a un sector de la población que otra cosa. Necesitamos, sí, una cirugía colectiva, pero no precisamente estética, sino de valores. Corresponsabilizarnos mujeres y hombres de las tareas domésticas y de las responsabilidades familiares, exigiendo al Estado lo que le corresponde para la atención de las personas dependientes. De paso, podemos fijarnos en la belleza de una cara atravesada por arrugas asumidas. Deleitarnos con rostros como el de Katherin Hepbrum, Vanessa Redgrave, Clint Eastwood, mi ama y sus amigas. Semblantes que no esconden ni disimulan, sino que se abren como mapas con los que descubrimos nuevas rutas. -jegiagara.net
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