EEl mando de la Ertzaintza que se personó en la casa de Josefo no terminaba de entender la película de los hechos que relataba el párroco de Uriondo.Me está diciendo, más o menos, que usted y ese otro señor estaban jugando a investigadores privados en casa de otro señor, que se encuentra fuera por razones que ustedes llaman ‘de seguridad. ¿Me equivoco?
Yo no he dicho ‘razones de seguridad’ sino ‘para su mayor tranquilidad’. Recuerde que ya le detuvieron ustedes, sin ningún motivo, y desde entonces el hombre está muy afectado. Ya sabe cómo son los pueblos. Y si no lo sabe, debería saberlo.
La tensión entre los dos hombres era manifiesta. Simón no se había repuesto del macabro descubrimiento. Y lo peor, además de la muerte de una persona, era que Uriondo empezaba a aparecer en los medios de comunicación como un lugar siniestro en el que, en el mejor de los casos, los extranjeros se mataban entre ellos. Y, en la peor de las versiones, la xenofobia, el odio al extranjero, movía la mano del criminal.
El responsable policial le citó para el día siguiente en la inspección municipal. Una vez más la oficina de Sixto se convertía en improvisada sede de una investigación criminal. Al salir de la casa, Luis Mari le dio un abrazo:
-Estate tranquilo, Simón. No hemos hecho nada malo ni hemos provocado nada. Si han matado a ese chico no ha sido porque nosotros estuviéramos mirando o porque hayamos vigilado la casa en los días anteriores. Aquí hay un misterio muy gordo y me atrevería a decir que hay mucha pasta detrás de todo y nosotros somos unos simples espectadores.
Espectadores sí, Luis Mari, pero de los de la primera fila...
Los dos amigos llegaron al Itsasalde pasadas las ocho de la tarde. La noticia se había extendido como un vendaval y Xuxú no se atrevió a tomar el pelo a Huesitos por llegar tarde a la ronda. Si hubieran sido otras las circunstancias...
Lo habéis encontrado vosotros, ¿verdad? Lo comenta todo el mundo.
Sí, sí. No sólo lo hemos encontrado, sino que Simón, además, se ha tropezado con el cuerpo y se ha dado una costalada de órdago...
Esa es otra, que ahora con los nervios no siento nada, pero en cuanto se me enfríe. Me he dado una buenaŠ
Y, ¿qué buscabais vosotros en casa de Josefo? ¿se puede saber?
Luego dirás que las mujeres no sois cotillas...
Jodé Huesitos. Entenderás que la cosa tiene su importancia. No es un cotilleo sin más que el párroco encuentre un ‘mortadela’ en casa de otra persona.
Bueno, déjalo. El pibe nos ha pegado hasta el acento. No le llaméis ‘mortadela’ al muerto, coño. Menudo mal rato nos hemos llevado.
Por cierto, ¿también le habían rebanado el cuello?
Sí. El gaznate de lado a lado. Horroroso.
Y, ¿qué más habéis visto?
No sé, no me he fijado mucho, pero, además, el ertzaina nos ha dicho que hasta prestar declaración, mañana, no hablemos del asunto. Casi mejor lo dejamos.
Eso, nos tomamos unos potes y a ver si se tranquilizan los ánimos.
El intento, loable, de todos los amigos por distraer a Huesitos y Simón del caso fueron inútiles. En los bares no había otro tema de conversación. El tercer muerto en tan breve lapso en una localidad de dos mil almas era algo más que una noticia. Era un escándalo.
Llegó la hora de la cena y Simón no parecía dispuesto a irse a casa. Le aterraba perder la compañía de los amigos en un día tan lleno de angustias y miedos.
Lo mejor es que vayamos a cenar algo a donde Eusebio, unos huevos con tomate o algo así, ¿no os parece?
Todos estuvieron de acuerdo. El día había deparado demasiadas sorpresas y Huesitos y Simón necesitaban un poco de tranquilidad.
Eusebio les acogió de buena gana.
Pasad al comedor. No hay nadie pero, tranquilos, si viene alguien más le pongo en las mesas de fuera. El comedor para vosotros sólo, para que no os den el coñazo.
Simón agradeció el gesto de Eusebio. Había sido un día horroroso y ahora sólo necesitaba comer algo, un vasito de vino y una buena copa. No quería dar más explicaciones a nadie. Los amigos lo entendieron sin necesidad de tener que decirlo así y durante la cena se obvió el asunto. Por increíble que pareciera. Sólo una referencia, obligada, de Xuxú:
Y Josefo, ¿ya sabe todo? ¿Habéis hablado con él?
Sí, le he llamado yo mismo desde su casa. El comisario de la Ertzaintza también le ha citado mañana en la inspección. Vendrá con Joakin, mi cuñado.
Pues si viene Joakin, habrá que preparar una comidita en la sociedad. Aunque sea un marmitako o...
El argentino saltó entusiasmado:
Régio. Nunca comí marmitako. Estoy deseando probarlo...
Miren y Mila, a un tiempo, se apuntaron a cocinar y también las dos mostraron su disposición a enseñar a Sergio cómo se preparaba el marmitako.
Dos maestras para mí sólo, un lujazo, ché. Sergio se sentía más tranquilo con las dos mujeres que con una sola.
La cena discurrió tranquila, con menos ambiente que en otras ocasiones, por razones obvias, pero Gotzon no perdió la ocasión para contar una chiste:
Ya sabéis que cuando Franco se iba a la cama con la Collares...
¿Qué?
Pues que la Collares le decía: ‘¿jodemos, Paco, jodemos?
Sí, sí. ¿A quien? ¿A quien?
El chiste no era una maravilla, pero a todos les vino bien reir un rato. A Sergio se le heló la sonrisa en la boca cuando sintió la mano de Mila en su pierna. Gotzón seguía contando chistes.-
(CONTINUARA)