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Gara > Idatzia > Euskal Herria 2006-08-30
Los refugiados vascos en Gurs dinamizaron el campo y crearon incluso su «universidad»
Un pabellón, varios monumentos y un cementerio es lo único que queda hoy del campo de internamiento de Gurs, junto a la muga de Zuberoa. Más de 6.500 vascos fueron agrupados en él tras huir de la guerra del 36, gracias a una gestión de Telesforo Monzón. Afrontaron las duras condiciones de vida del campo con imaginación y trabajo artesanal, según relató ayer el profesor Claude Laharie en Donostia.

El campo de internamiento de Gurs, situado a unos 60 kilómetros de Baiona, encierra la historia de la Segunda Guerra Mundial y, en concreto, la de miles y miles de personas que pasaron por allí durante los siete años en los que permaneció abierto, desde abril de 1939 hasta diciembre de 1945.

En sus primeros meses acogió a refugiados, en su mayoría vascos, que huyeron del alzamiento franquista. Con la invasión nazi y el posterior armisticio firmado entre el Gobierno de Vichy y Alemania, Gurs se convirtió en un campo de concentración y, desde ahí, partieron un sinfín de trenes repletos con destino a campos de exterminio como el de Auschwitz. Tras la retirada alemana y hasta su clausura, acogió a colaboradores con el régimen nazi.

Para entonces, 66.559 per- sonas habían conocido ya la frialdad y crudeza de sus barracones, tal y como explicó ayer en los Cursos de Verano de la UPV Claude Laharie, profesor del Liceo Louis Berthou de Pau y autor del libro “Le camp de Gurs”.

La trayectoria e historia de Gurs está directamente vinculada con Euskal Herria y con el destino de los refugiados vascos que, tras huir de la guerra del 36 y del franquismo, acabaron en este campo de internamiento francés. Se calcula que al menos 6.555 ciudadanos vascos fueron internados allí entre el 5 abril y julio de 1939. También fueron recluidos cerca de 6.000 aviadores y 7.500 brigadistas. En aquellos primeros meses, según señaló Laharie, llegó a haber 27.450 hombres. Las mujeres y niños llegarían más tarde. Una parte de estos exiliados vascos, que ocuparon los barracones A, B, C y D, procedían del campo de Argelés. Telesforo Monzón, ministro de Gobernación durante el Gobierno de José Antonio Agirre, consiguió agrupar en Gurs a los exiliados vascos y ayudó a organizar la vida en el campo.

«La primera impresión que se llevaron los vascos al llegar no fue mala porque en comparación con Argelés, donde no tenían más que unas pocas mantas para cubrirse, en Gurs había algunas infraestructuras, barracones», comentó Laharie.

En el encuentro que mantuvo con Monzón en 1976 en Donibane Lohizune, el histórico dirigente abertzale le explicó que la media de edad de aquellos 6.555 vascos era de 26 años. La gran mayoría eran combatientes que hasta 1939 habían luchado tanto en Euskal Herria como en los frentes de Asturias y Catalunya.

Las buenas relaciones que mantenían con el exterior les ayudó enormemente. Gracias a esos contactos lograron, por ejemplo, permisos para salir del campo los domingos y puestos de trabajo en localidades cercanas. Aunque la primera impresión no fue del todo negativa, el panorama, al igual que en el resto de los campos, era desolador. No había casi nada y eran frecuentes las plagas de ratas, piojos y pulgas. Hasta julio de 1939, además, no hubo un hospital.

Según los registros, el único vasco fallecido oficialmente en Gurs durante esos primeros meses de 1939 fue Jesús Etxarri, que murió el 9 de julio. No obstante, Laharie subrayó que esta cifra no es representativa porque los más graves, a falta de un hospital, eran atendidos en Biarritz y los heridos en combate habían fallecido en el campo de Argelés.

La organización de la vida diaria fue una de las grandes preocupaciones de aquellos vascos internados en Gurs.

«Con ingenio, mucha imaginación y un auténtico trabajo artesanal», desta- có Laharie, consiguieron convertir las latas de conserva en platos y las alambradas de espino en somieres metálicos. Construyeron baldas, estanterías, instalaron despensas para proteger los alimentos de las ratas, fabricaron ropa, anillos, peones para jugar al ajedrez...».

La actividad cultural y artística también adquirió un lugar importante y, de esa forma, crearon «la universidad vasca» de Gurs. Cada cual exponía sus conocimientos de historia, poesía, sociología, literatura, albañilería, electricidad... La música fue otro punto de encuentro. Con los instrumentos que aún conservaban ­guitarras, clarinetes, bandolinas...­ crearon una orquesta y una coral e, incluso, se desplazaron por la región. La tierra arcillosa del campo les sirvió para moldear esculturas y representar, por ejemplo, a una Euskal Herria «agonizando». «Lo superfluo se convirtió en el principal motivo para seguir adelante y poder sobrellevar la crudeza de la vida diaria», concluyó Laharie.

De los 6.555 vascos recluidos allí, la mitad abandonaron Gurs antes del 1 de setiembre de 1939. Dos terceras partes fueron expulsados al Estado español, unos 700 fueron contratados en empresas locales o en- viados a compañías de trabajo, y un 8% se incorporó a filas.

Entre mayo y junio de 1940 ­etapa en la que se produjo una llegada masiva a París de refugiados procedentes de Holanda, Luxemburgo y Bélgica­, 800 exiliados fueron detenidos por la Gendarmería en Baiona, Donibane Lohizune y Hendaia, principalmente. «40 años después, en las entrevistas que mantuve con algunos de ellos, aún desconocían por qué fueron internados», indicó Laharie.

La breve estancia de estos refugiados vascos se caracterizó por «la permanente angustia» ante una posible expulsión y entrega a los franquistas y por la inminente llegada de los alemanes. Este grupo de vascos aprovechó la inicial anarquía que provocó la instauración de la línea que separaba la Francia ocupada de la gobernada por Vichy para salir de Gurs a finales de junio de 1940. Algunos se escondieron, otros partieron a América e Inglaterra y otros tantos se metieron en redes de evasión y en la resistencia.

La historia de Gurs, sin embargo, no se detuvo en 1940. A partir de entonces, fue poblado, en su mayoría, por judíos y fue un exponente del «racismo de Estado de Vichy». -

DONOSTIA


 
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