George W. Bush regresó a la zona del desastre que marcó el principio del declive de su presidencia en la óptica de su pueblo, y que junto con Irak, han perseguido su mandato como fantasma. Bush inició una gira de dos días por la región para intentar rescatar su propia imagen, pero para otros, sólo recordó el trágico fracaso de su Gobierno en responder a los gritos de los abandonados por el huracán. Las imágenes de cadáveres flotando en las calles inundadas de los barrios pobres de Nueva Orleáns, de casas marcadas para indicar que adentro había un muerto, de viejos y niños pidiendo auxilio a gritos desde los techos, mientras Bush sobrevolaba la región sin hacer escala, con los gobiernos local, estatal y federal asegurando que era imposible llegar, mientras que cámaras de televisión, reporteros y héroes anónimos demostraban que sí era posible hacerlo, permanecen en la memoria colectiva de este país. Muchos aún no pueden entender cómo esas escenas que habían visto en países pobres ocurrían en una de las ciudades del país más rico del mundo.
Nueva Orleáns sobrevivió al Katrina, pero no al fracaso de años de negligencia respecto de la infraestructura (diques) y las políticas implementadas que generaron las catastróficas consecuencias. Años antes de Katrina, la revista National Geographic y un reportaje seriado del diario local, “New Orleáns Times Picayune”, habían advertido con gran precisión, justo lo que ocurrió, con 80% de la ciudad bajo agua. Nadie hizo nada.
Ahora, Bush hace lo que no hizo durante la tormenta y los días posteriores: viajar a la zona para visitar Nueva Orleáns y otras partes de Luisiana, Alabama y Misisipi. Habló de los 110.000 millones de dólares destinados para la zona y de cómo cumple con su compromiso de septiembre de 2005 para resucitar la ciudad en «uno de los esfuerzos de reconstrucción más grandes que el mundo haya visto jamás».
El impacto económico de Katrina en la región afectada se calcula en unos 150.000 millones de dólares. Pero el costo social es incalculable, no sólo el desplazamiento de decenas de miles de refugiados que ahora conforman una diáspora por todo el país, sino la destrucción de comunidades, de tejido social, las múltiples tragedias que un año después siguen provocando ira, lágrimas y trastornos sicológicos.
El terrible coste social
Algunas cifras ofrecen idea de las dimensiones del desastre, según medios nacionales, cifras oficiales y datos de coaliciones sociales locales, entre 160.000 y 275.000 viviendas fueron dañadas o destruidas en Nueva Orleáns, con más de 12 millones de toneladas de escombros (siete veces más que lo producido con la destrucción de las torres gemelas en Nueva York). Aunque decenas de miles de millones de dólares ha sido gastados, casi un tercio de los escombros del huracán en Nueva Orleáns permanecen ahí. Antes de la tormenta residían unos 450.000 habitantes, un año después se calcula que sólo 171.000 habían regresado (38% del total). Sólo 60% de los residentes cuenta con energía eléctrica, y 40% tiene gas. La mitad de los hospitales siguen cerrados y se calcula que 38% de los estudiantes regresará a clases este año académico (unos 80.000 de un total de 128.000 menores de edad antes de la tormenta, no han regresado a la ciudad).
Según Chris Kromm, director del Instituto de Estudios Sureños, organización que acaba de realizar un diagnóstico de la zona un año después, declaró que «a pesar de promesas para reconstruir el Golfo, muchos en han sido abandonados con trágicos resultados. Sin un compromiso nacional audaz, la gente no podrá regresar al Golfo».
Por cierto, hay propuestas explícitas de «expertos» para evitar el regreso de grandes sectores de la población. Hay debates sobre una reconstrucción que, a propósito, busca desplazar permanentemente a los pobres de Nueva Orleáns y otras zonas, con la idea de que sea desarrollada en torno a los intereses del sector privado y sus políticos. Algunos sostienen que es imposible que «regrese» la vieja Nueva Orleáns y que, por lo tanto, la tormenta ofreció una «oportunidad» para que la ciudad lograra deshacerse de sus graves problemas de pobreza, crimen y miseria.
Es por eso que desde las primeras horas del desastre hasta ahora, el rescate de Nueva Orleáns se realiza por dos vías: la infraestructura de negocios, de turismo y de los sectores más ricos ha sido prioritarios para el gobierno federal y local; el rescate del pueblo es encabezado por iniciativas sociales desde abajo. Mientras las burocracias de las más grandes agencias federales y del sector de ONG como la Cruz Roja desperdiciaban millones de dólares, los más pobres alimentaban, ofrecían techo y calor humano a miles de desplazados.
«El gobierno eficiente»
Adolph Reed, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Pennsylvania, uno de los intelectuales afroamericanos más reconocidos e hijo de Nueva Orleáns, recuerda que las decisiones políticas aun antes de la tormenta demostraban cuáles eran las prioridades de los poderosos en su ciudad. Señala que el alcalde Ray Nagin decidió que el gobierno municipal no contaba con recursos para evacuar a unos 100.000 habitantes que no tenían transporte propio o recursos para dejar la ciudad en caso de emergencia. «Esa decisión... revela las fuentes reales de la devastación de Nueva Orleáns» como el muy lento ritmo de su recuperación, sostiene Reed en su artículo en “The Progressive”.
«El fetiche de gobierno ‘eficiente’ palabra en clave para políticas públicas diseñadas para servir a los intereses del sector privado y los prósperos es la causa final de la devastación de la ciudad», subraya. De hecho, una investigación sobre las fallas de infraestructura concluyó que «la seguridad fue canjeada por eficiencia y costos reducidos». «La noción de que los servicios gubernamentales son derrochadores e innecesarios la idolatría neoliberal de que el mercado puede encargarse de todo fue expuesto como la farsa que es», acusa Reed al evaluar la devastación de su ciudad un año después. -
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