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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-08-30
Nicola Lococo | Filósofo
Variaciones semánticas

Es la semántica la parte de la lingüística que se ocupa del significado de las palabras y de su variación con el uso de las mismas. Y si bien durante siglos este saber ha tenido un colosal trabajo por delante para afrontar su cometido, nunca antes como ahora el mismo había sido de la envergadura que le abruma. Gobiernos, mandatarios, instituciones y cuantos poderes fácticos conocemos siempre se han mos- trado muy hábiles en la manipulación y manejo mediático-propagandista de los términos lingüísticos, otorgándoles una impronta irresistible al pensamiento ingenuo y bienintencionado, a quien sin miramientos, forja en la sumisión, la obediencia y la docilidad que le confiere bajo la tiranía del concepto.

Muchos son los ejemplos: Maquiavelo, quien fuera para mí un gran humanista, ha pasado a la posteridad como un personaje oscuro, contrario a cualquier intención buena para la sociedad, cuando cualquiera que lea sus textos directamente puede apreciar lo mucho y muy preocupado que estaba por salvaguardar a la ciudadanía de los tiranos propios y ajenos, motivo por el cual, seguramente, se granjeó las antipatías de los poderosos, quienes acertaron a acuñar el término maquiavélico en su honor, traicionando así, su obra y su peligroso potencial legado. Y qué vamos a decir del término anarquía, que hablando de orden, autogestión, etc... es definida poco menos que como desbarajuste, caos, y algarabía. Pero si hubo movimiento sociopolítico en la historia que se llevase la palma en las variaciones semánticas, para llevar a cabo la tiranía del concepto sobre las incautas mentes, éste no fue otro que el período de la Alemania nazi, donde eufemismos como tratamiento especial, solución final y campos de trabajo, evitaron la rebelión de unas gentes que se dejaron conducir al matadero. A este respecto no es que falten ejemplos en nuestro derredor. A la guerra fraticida española se la denomina civil, cuando precisamente es lo contrario, e incluso algo más macabro como la ejecución sumarísima pasó a denominarse paseíllo entre nosotros. Pues bien, todo ello no es nada comparado con lo que viene sucediendo desde finales del siglo XX, en una auténtica guerra mediática donde el lenguaje está siendo utilizado como instrumento de guerra y propaganda, con una mayor efectividad en nuestra capacidad emocional-intelectiva de lo que lo están haciendo en el campo de batalla las famosas bombas inteligentes.

De este modo, hasta el más lego en asuntos bélicos parece acostumbrado a la postmoderna terminología castrense, donde la fuerza invasora es conocida como coalición aliada por la libertad, las tropas del país que se resisten al ataque dejan de ser resistencia y pasan a denominarse insurgentes en el mejor de los casos, cuando no terroristas, por el mero hecho de defenderse; los escuadrones de la muerte, o paramilitares al servicio del invasor, son rebautizados como comandos operativos especiales, la zona de guerra o frente, es conocida como teatro de operaciones... En esta nueva jerga mediático-militar, cuando una gran potencia invade un pequeño país, tal acto es identificado como movimiento geoestratégico prospectivo. Si en lugar de un país pequeño fuera un país mediano, cuya fuerza militar pudiera representar un pe- ligro, estaríamos ante una intervención preventiva. Si por el contrario, la acción bélica no tiene como objeto una invasión de otro Estado, al bombardeo de sus ciudades se le denomina acción disuasoria o acción de castigo ­a este respecto huelga decir que si una ciudad es castigada, se da por supuesto que será por su mal comportamiento­. Cuando estas acciones de castigo y disuasión no se limitan a un punto en concreto del estado o país al que le ha tocado ser liberado, y se extiende en el espacio pero no en el tiempo, en tal caso estamos ante una acción relámpago o intervención quirúrgica a gran escala. Ahora bien: todo esto es referido a grandes potencias. Cuando una pequeña potencia acompaña en alianza a una gran potencia para liberar a esos otros países, estas pequeñas potencias se abstienen muy mucho de hacer la guerra y su acción suele enmarcarse en lo que se denominaba labores de intendencia ahora conocidas como intervención humanitaria. En este sentido, el Estado español es uno de los más humanitarios que hay. En cualquier caso, todo ello se realiza con el más sofisticado instrumental de alta precisión y con personal altamente cualificado para la tarea encomendada cuya profesionalidad está fuera de toda duda. Por supuesto, en todas estas acciones, ya no hay muertos ni heridos ni huérfanos ni viudas, sólo quedan daños colaterales. Tampoco aparecen casas destruidas, ni carreteras destrozadas, ni hospitales bombardeados. Ahora todo son objetivos alcanzados, porque si cae un misil en una piscina repleta de niños, mujeres y ancianos es porque, presumiblemente, en ella se estaba entrenando para un ataque acuático una cédula de presuntos terroristas. Pero no crean ustedes que estos objetivos son alcanzados por armas criminales, en modo alguno, eso espantaría a nuestras conciencias. Por eso, ahora se usan bombas inteligentes, bombas de racimo, bombas de fósforo y de uranio empobrecido ­cualquiera diría que se les está matando, más bien parece que se les está alimentando­. A colación de esto último, el Gobierno español, con su presidente a frente, en medio de una polémica sobre la venta de armamento a Venezuela, aportó su granito de arena en las variaciones semánticas de última generación, como contribución personal a su particular alianza de civilizaciones ­valla de Melilla por medio­ a saber: existen tres clases de armas, las armas ofensivas, que son los misiles, tanques, lanzagranadas... armas defensivas, patrulleras, aviones cisterna, pistolas... y armas inofensivas, las que vende la industria española ­y también vasca­ a medio mundo.

Dicho de este modo, a uno le entran ganas de que le liberen, le democraticen y le eleven el nivel de vida. Y si para ello es preciso que suceda un episodio bélico, pues bienvenido sea, pues tras él, nace con fuerza la esperanza y la vitalidad de una sociedad que de lleno se entrega a la celebración y el jolgorio de las tareas de reconstrucción, que activarán la vida económica de la zona y atraerán como la mierda a las moscas, las inversiones extranjeras, y las ayudas de medio mundo transportadas con la ayuda de ONG e instituciones como la ONU, el Banco Mundial, la OTAN, que harán las delicias de la población liberada.

Hablando de democracia y libertad, se está abriendo paso en la ciencia política y entre politólogos, en lo concerniente a los términos dictadura y democracia. Estos términos que desde la antigüedad hacían alusión a la noción de pueblo o tirano respecto al poder y la acción de gobierno, se está redefiniendo en función de otros parámetros. Según parece y se desprende de la casuística, para un observador extraterrestre que no estuviera al corriente de la concepción griega de dichas voces democracia podría definirse como la sociedad cuyos gobernantes, sin el consentimiento de su población, deciden bombardear a la población de una tiranía. Y a la inversa, este observador podría colegir que una tiranía es la sociedad cuya población es bombardeada por una democracia, sin el consentimiento del tirano. La conclusión del observador siempre coincidiría con nuestra apreciación actual: es preferible vivir en una democracia que bajo una tiranía.

Estos cambios y variaciones semánticas que fortalecen la tiranía del concepto sobre la realidad que en principio habría de describir, ya la anticipó en su día el genial de Quensy, quien apreciara ya un potencial artístico en el arte del asesinato. Pero de entonces a hoy ha evolucionado mucho la ciencia en dicha materia: cuando uno mata a otra persona digamos sin querer, se le dice sencillamente homicida, y si dicho sin querer estuviera viciado por negligencia, circunstancia adversa u otro motivo ajeno a la voluntad de matar, hablaríamos de homicidio en distintos grados. Sin embargo, si dicha persona hubiera matado a otra con intención, sabiendo lo que hacía con alevosía y premeditación, entonces, en lugar de homicida, le diremos asesino. El término verdugo queda relegado para hacer justicia, y la voz matador, se la reservamos al torero. Pero pongamos que este asesino, el mismo día y en una misma acción continuada mata a seis o siete personas más con un hacha, entonces continúa siendo un asesino, pero ahora es un asesino múltiple. En cambio, si los mata a todos de una vez, con un explosivo, se gana el término terrorista. Mas si en lugar de actuar de ese modo tan impulsivo, se hubiera tomado su tiempo y eligiera a sus víctimas y las matase una tras otra, en distintos días y lugares... estaríamos ante un asesino en serie, si lo hace gratuitamente; por el contrario, si cobra o actúa por encargo, pongamos por caso para una agencia de inteligencia estatal, éste ya sería un sicario. Pues bien, homicidas, asesinos, verdugos, terroristas, sicarios, etc... suelen pasar desapercibidos en las guerras, donde sus actos dejan de ser criminales, y se reconvierten en héroes o mártires, tanto para la patria como para la población que aplaude sus actos. Porque para ser un criminal de guerra no basta con ser cruel y sanguinario: lo primero que hay que hacer es haber perdido la guerra, y luego, haber matado a mucha gente a la vez, en el mismo lugar, cosa que no es sencillo de lograr, por mucho que se intente. Y entonces, cabe preguntarse a quién reservamos el término genocida. Y entonces... ¡Amigos! Para ser un verdadero y auténtico genocida, es necesario, aparte de perder una guerra, haber matado mucha gente durante mucho tiempo, es preciso que dicha gente pertenezca a alguna etnia o raza que le llegue a importar a alguien, una vez haya terminado la contienda. Este es el motivo por el que la palabra genocidio viene asociada a nazi, y tiene su particular término de holocausto. Según parece, no ha habido más holocausto y genocidio en la Historia que el cometido por los nazis con los judíos. Y si bien cierto es que fue así, no lo es menos que en el mismo siglo se ha cometido con otros pueblos y naciones, que han quedado en el olvido, como los kurdos, los armenios, tibetanos, o los palestinos. Por supuesto, los genocidios y holocaustos sólo los cometieron los nazis, los estalinistas y algún que otro infeliz pillado in fraganti. Las democracias occidentales son incapaces de realizar semejantes actos, son el exponente máximo de la civilización, aunque como dijera Voltaire, «la civilización no suprime la Barba- rie, sólo la perfecciona». -


 
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