Vuelvo a casa. Debería haber una terapia para curar el síndrome de Stendhal y el síndrome post-vacacional.
Escribo estas líneas en la banlieue parisina, concretamente donde tuvieron lugar gran parte de las émeutes del pasado otoño. Callejear por la banlieue no es como pasear por los grandes boulevares de Champs Elysées o Saint Michel. En aquélla, no hay plano ni brújula que valgan. Los gestos con las manos (para orientarte) y las explicaciones en una jerga bastante peculiar de quienes allí viven son la mejor guía para conocer eso que alguien calificó como «territorios perdidos de la República».
En el mercado de Noysi-Le-Sec encuentro un puesto donde venden mapas de países: Jordania, Argelia, Egipto... Pregunto al vendedor beur (vocablo de connotación peyorativa que se usa para designar al ciudadano francés de origen magrebí) si tiene el mapa de Palestina. Me responde: ¿Qué es eso? No conozco. No soy palestina. Para una palestina, la tierra no rebela únicamente lo político, también representa «lo sagrado». Me gustaría replicarle que, en la actualidad, Palestina no encuentra un lugar en la tierra, y que la historia y la geografía de Palestina no pueden reducirse a un pedazo de plata: compensación metafórica de los territorios perdidos y ocupados por Israel. El vendedor no conoce el mapa de Palestina y yo desconozco el poder del metal sobre la metáfora y la alegoría. Como no era cuestión de darle la txapa, decido comprarle la mano de Fátima caligrafiada.
Antes de partir para Estambul, el 9 de agosto, nos concentramos en Opera Garnier para denunciar los bombardeos de Israel contra Gaza y Líbano y apoyar a la resistencia palestina y libanesa. Allí estaban, entre otros colectivos: Féministes pour l’égalité, Femmes de Noir y Agir contre la Guerre (ACG). Injustificado y desproporcionado el dispositivo de CRS.
Al día siguiente, en el aeropuerto Charles de Gaulle, comprobamos la lógica securitaria europea. Yo fui tratada como una francesa de souche, a diferencia de mi acompañante, un indígena de la República, con el que hubo exceso de celo en el control: las formas e intensidad con que fue cacheado, tras ser radiografiados por esos aparatos ultrasofisticados. Los controladores hacían gala de una actitud arrogante y colonial. La misma que caracterizó al aparato burocrático-administrativo desplegado durante la conquista de Argelia. (Continuará) -