Pocas palabras engendran más connotaciones que la palabra identidad. Su trasfondo engloba un sin fin de vocablos destinados a configurarla, a darle vida, a despegarla del papel y transformarla en acción. Histo- ria, cultura, familia, etnia, sociedad, son algunos de los términos a los que indefectiblemente uno debe remitirse para hablar de identidad, y lo que es más importante, para conocer cada uno su verdadera identidad. Su importancia radica en conocerse tan exhaustivamente que la identidad sea la cualidad de ser la misma persona que se supone, que se cree ser.Para empezar a desentrañar el sentido de la palabra aplicado al caso concreto, uno debe buscar en su pasado, hasta el más remoto, las causas y consecuencias que el hombre, la mujer y su entorno trazaron sobre el lienzo de la historia. Eslabones de una cadena que casi genéticamente nos predeterminan. A esta difícil tarea de conocerse a sí mismo, muchas veces irrealizable, debemos sumarle los obstáculos de la desinformación y la tergiversación de la verdad, utilizados por los verdugos de la historia, los lobos del hombre, los manipuladores de marionetas. Los mismos que ahora nos venden fantasmas para camuflar su horror y que antes prometían un próspero futuro mientras coleccionaban pieles rojas en su conciencia. ¡Qué paradoja! Llorando por las noches a un dios humilde y crucificado, y de día matando humildes con su cruz y su espada...
«Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia», y parte de esa otra historia vuelve a sangrar cada 12 de octubre, esa historia que no aprendí en las instituciones educativas por las que pasé, esa historia que la «madre patria» tanto hizo por ocultar y justificar, esa parte de la historia que llevo a cuestas como pecado original, como mancha de nacimiento que tiñe mi piel blanca.
Nuestras tierras americanas vieron nacer a los pueblos originarios. Ellos llevan 25.000 años viviendo aquí, donde se pone el sol. Son parte de esta tierra, como los árboles. La tierra les pertenece porque ellos le pertenecen a la tierra. Ven en el río a su padre y a la tierra como su madre. No necesitan títulos de propiedad para saberse hijos de la pachamama, como los hijos no necesitamos de la partida de nacimiento para saber quién es nuestra madre. No saben pelearse por los bienes de la tierra, comparten sus frutos con sus hermanos y hermanas, viven todos juntos en comunidad sin dividirla por lotes, porque a la Madre uno no puede dividirla para darle un pedazo a cada hijo o hija. Son los hijos e hijas naturales de esta tierra y nosotros, acaso adoptivos por la fuerza.
«La Pachamama es la plenitud y el vacío, el ser y el estar infinito, la densidad de la energía y la energía de la sustancia, el poder y la fuerza. Pachamama es el fundamento y la semilla, la semilla y la flor, la semilla y el fruto de la Eternidad» (“Ucamahua Pacha” (El mundo es así) Cosmovisión india del Kollasuyu). ¿Qu´w se encuentra de amenazador en esta cosmovisión? ¿Qué miedo puede generar esta filosofía de vida? ¿Cómo pudo pesar sobre esta gente el mayor genocidio de la historia humana? ¿Cómo sentirse orgulloso por la llegada del blanco? ¿Cómo seguir festejando semejante masacre?...
Las dramáticas consecuencias de la entrada europea en América son por casi todos conocidas, aunque no asumidas. Una de ellas es el estado de sojuzgamiento y esclavitud al que quedaron sometidas las sociedades originarias americanas y la extraordinaria rapidez con la que fueron aniquiladas.
Con la caída del mundo indígena se impuso un nuevo orden social, político, jurídico y cultural a los grupos originarios, sometidos bajo la forma de encomienda, reducciones, trabajos serviles. Provocó cambios violentos que afectaron profundamente a estas comunidades hasta llegar casi a su desaparición. «La incorporación compulsiva de los indígenas en actividades laborales desconocidas para ellos, pero de importancia crítica para la economía española, la pérdida de sus territorios, el desarraigo, la muerte por epidemias entre otros factores, fueron la causa de la pérdida del modo de vida independiente que los había caracterizado y de su rápida extinción» (“Los pueblos originarios” Juan Nobile).
Pero como lo que no te mata te hace mas fuerte, los pueblos originarios, de un tiempo a esta parte, están refortaleciéndose y reivindicando con potencia creciente sus viejas proclamas. Como los vascos, catalanes, bretones y demás pueblos sometidos, sólo piden lo que les corresponde, aunque a muchos les moleste.
El revisionismo histórico acompaña la lucha originaria clarificando un poco esa parte oscura de la historia americana, signada por conductas colonialistas de dominación que en otro formato llegan hasta nuestros días. Nuevos actos de represión, discriminación e ignorancia continúan en vigencia. Matanzas como las de Napalpi (19-VII-1924) y la del pueblo Pilagás en Rincón Bomba (octubre de 1947), en plena «democracia moderna», faltan por conocer y aclarecer.
Como un pequeño cambio esperanzador, producto de la resistencia y lucha aborigen, en las últimas décadas vimos plasmarse en textos legales el reconocimiento de la diversidad cultural y de los derechos de los pueblos indígenas, mientras que la realidad continúa golpeándolos duramente. La política económica del modelo neoliberal ha empeorado sus condiciones de vida. Primero les robo, devastó, inutilizó y vendió sus tierras obligándolos a emigrar a las ciudades en busca de trabajo foráneo; luego los confinó a los barrios marginales para vivir en la indigencia.
Sólo intento llamar otra vez a la reflexión sobre la situación en que viven estos pueblos, sus distintas necesidades, buscando un cambio de mentalidad en la sociedad, con el fin de cam- biar en la vida cotidiana el trato hacia nuestros hermanos originarios, brindándole al aborigen un lugar más activo en la historia, más relevancia en la sociedad, más integración. Para empezar a rellenar los huecos de la historia, a resarcir el incalculable daño conferido.
«Las comunidades indígenas de nuestro continente claman por no ser reconocidos como un monumento del pasado, sino como actores de un presente fuerte, como una vida proyectada al futuro a pesar de las dificultades y la realidad de muerte que vivieron y viven desde hace más de 500 años de conquista».
«No será entonces la nostalgia o la resignación el mejor homenaje que celebre la obstinada permanencia del indio, sino el fortalecimiento de su formidable decisión de establecer, contra toda adversidad, una identidad diferente» (Roberto Bozzano). Una identidad que nos enriquecerá desde la diversidad, aprovechando su cosmovisión ecológica, su cordialidad en las relaciones en su comunidad, su humildad del compartir desde la pobreza, su diálogo interreligioso, su organización comunitaria... su amor a la tierra, a la familia, a la naturaleza. Los procesos de conquista y dominación del continente americano continúan repercutiendo. La negación y subestimación de la población aborigen es palpable. Nosotros argentinos, americanos y la comunidad internacional debemos revertir su situación.
«Un pueblo que sabe honrar, es porque lleva en sí lo que honra» (José Martí). Es hora de que nos sumemos a la lucha originaria, de honrar a nuestros hermanos originarios, de honrar su bondad, su forma de vida, su cultura. No más palabras y manos a la obra. -
(*) Santiago Bereciartua es miembro de la agrupación
de jóvenes vasco-argentinos Jo Ta Ke y del centro vasco Zazpirak Bat de Rosario
(Argentina)