Conocido por sus antigüedades y su riqueza petrolera, Irak esconde tesoros de arte contemporáneo que ahora, por primera vez en décadas, pueden verse en Estados Unidos a través de las exhibiciones que organiza una galería en Nueva York. Concebida hace un año como una suerte de «embajada cultural» iraquí en territorio neoyorquino, Pomegranate Gallery es la única galería estadounidense dedicada exclusivamente a exhibir y vender arte moderno y contemporáneo de un país ocupado por tropas de EEUU.
Su fundador, el escultor iraquí Oded Halahmy, que reside en Nueva York desde principios de los años 70, apostó por el arte como puente para el entendimiento entre un país devastado por la guerra y la ocupación y otro tercamente aferrado a los estereotipos sobre el mundo árabe.
Sorprendentemente, buena parte del arte expuesto en esta galería no es abiertamente político, sino la representación abstracta de un contexto político por parte de sus creadores, que hasta la caída del derrocado líder iraquí Saddam Hussein trabajaban en la clandestinidad.
Bajo el régimen de Saddam, todo el arte creado en Irak debía pasar por la inspección oficial. Los artistas iraquíes no podían mostrar su trabajo fuera de Irak sin la previa aprobación del Gobierno, y las obras que no habían sido censuradas sólo podían verse en las galerías de Europa.
La situación indignaba a artistas como Esam Pasha, un pintor y traductor para periodistas en Bagdad, que tras la caída del gobierno se dedicó a crear su obra más célebre, en la que utilizaba como lienzo un mural de calle que tenía pintado el rostro de Saddam.
Pasha expone sus pinturas en la actual muestra, titulada “Irak: Puntos de Vista Contemporáneos”, que también incluye a Ismail Khayat, autor de una serie de acuarelas con los rostros de los 182.000 kurdos muertos en la campaña de Al Anfal, entre 1987 y 1988, cuando Saddam gobernaba Irak.
Para Pasha, la guerra cambiaría incluso su técnica pictórica, ya que ante la carencia de acrílicos y óleos se vio forzado a experimentar con cera derretida, un material con el que creó su serie “Lágrimas de Cera”.
Y es que los artistas de esta exhibición, que han sobrevivido a varias guerras y a años de opresión, muestran inventiva a la hora de reciclar o emplear elementos que hallan en su entorno. Los resultados son obras que destilan tanto la brutalidad de la guerra y la ocupación como la aspereza estética de movimientos del arte moderno como el expresionismo y el «arte povera».
En las pinturas de Hayder Ali, composiciones de tonos mustios, abstractas, a veces caóticas, se pueden ver tanto odas a pintores modernos, como el catalán Antoni Tápies, así como representaciones de las desconchadas fachadas de viviendas agujereadas por las balas.
Marron, «el color de mi vida»
Similarmente, las pinturas sobre madera quemada y tallada de Hana Malallah, considerada como la mujer artista más importante de Irak, evocan las paredes chamuscadas de las construcciones iraquíes destruidas por los bombardeos estadounidenses. «El color marrón en mi obra remite a lo quemado. Es como el color de mi vida en Bagdad», señala la artista en un texto que acompaña a su serie de trabajos titulada “La sofisticada destrucción de la ciudad antigua”.
Otro artista que aborda la destrucción es Qasim Sabti, secretario del Consejo Cultural Iraquí, a través de una serie de collages hechos con libros saqueados de la Biblioteca Nacional de Irak. Los collages engloban la utopía y la paradoja de lo que considera un «armonioso choque» entre las culturas de Occidente y el mundo árabe.
A primera vista, las composiciones son abstracciones que recuerdan la obra de Rothko y como tales pueden apreciarse por su estética, pero una contemplación cuidadosa revela que su belleza se construye con las evidencias de un conflicto; con las pocas cosas que van quedando de la memoria histórica de la antigua Mesopotamia. -
NUEVA YORK