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Gara > Idatzia > Kultura 2006-03-06
De la venganza al perdón

La propuesta que Lluìs Pasqual, como traductor y adaptador del texto y como director, y el actor Eduard Fernández hacen de “Hamlet” es plantearlo como un cuerpo a cuerpo entre la locura y la lucidez, entre lo razonable y lo esperable.

Y se hace con un factor añadido, el actor incorpora al público a sus dudas. Su cercanía, física, vocal, instrumental, nos convierte a todos en partícipes de sus problemas. Y lo hace con un lenguaje rebajado de florituras, pero muy eficaz teatralmente, y con una capacidad actoral en Fernández para transformar toda circunstancia en un material para la trasgresión de las barreras, cuartas paredes o distancias intelectuales.

Quizás el primer valor de este montaje es que se entiende. De principio a fin, se siguen las tramas, las múltiples escenas se encadenan con una fluidez casi mágica, con lo que el ritmo interno consigue que el tiempo se sustente en acciones, y en los que las palabras, incluso las palabras sagradas, de este texto, se conviertan en un valor teatral para hoy, incluso rozando el vulgarismo, o la desactivación poética, cosa que se salva por el trabajo actoral que responde a una propuesta de dirección.

El espacio escénico engloba a los espectadores, la iluminación no ejercita los aislamientos, sino las temperaturas ambientales, el vestuario es actual, práctico, referencial, y no hay más elementos escénicos, el equipo actoral, el texto de Shakespeare, las dudas, la locura, las ansias de venganza, el amor, los intereses de estado, las estrategias guerreras. Y un ser humano, un príncipe humanizado, que hace del famosos monólogo del ser o no ser, una muestra des posibilidades de saltar sobre los tópicos. De cómo hacer una lectura para los hombres y mujeres de hoy de unas bellas texturas dramáticas de siempre.

“La Tempestad” juega con otras armas escénicas. La apuesta de Pasqual es por remarcar todavía más lo que tiene de cuento, lo mágico, el juego de Ariel, como si pretendiera mostrar la otra manera de hacer un Shakespeare, con montaje. Elementos escénicos, truenos, iluminaciones más depuradas. Y lo consigue, su planteamiento funciona, pero es la propia estructura de la pieza la que se queda atascada, es como si este cruce entre el mundo de lo subjetivo, de lo irreal, de lo mágico, prevaleciera sobre el fondo de la cuestión, la violencia política ejercida desde la hermandad, que aquí se convierte en algo no muy sustentado por los hechos, ni por las entonaciones. El personaje de Próspero parece de principio a fin un ser fuera del mundo, como si no le afectase todo lo que le ha provocado la ambición de su propio hermano, por lo que no lo vemos con ansias de venganza, y por lo tanto, el perdón, la reconciliación no llega en proceso contradictorio, sino inercial.

Quizás no le vaya bien a esta propuesta verla a continuación de “Hamlet”. Ésta es tan intensa, la cercanía con texto, historia, actor es tan carnal, tan vital, tan de verdad, que volver al teatro a ver otra propuesta más teatralizada, menos entendible, más colocada en el ámbito de los sueños, pare desmerecer. Y no es así. El tono actoral, la misma escenografía situada con los mismos elementos del espacio escénico anterior, la propuesta musical, algunas interpretaciones brillantísimas, como la de Anna Lizaran, le dotan de la misma categoría, pero no es lo mismo, ni ahora, ni cuando se escribieron, una obra y otra. Y al verlas seguidas, esas diferencias se manifiestan de manera más palpable. Una gran experiencia para quienes quieran tener un baño teatral integral. Es una gran producción, su categoría artística es incuestionable, la posibilidad de escuchar y ver a veinte actores sobre la escena diciendo a Shakespeare de manera clara, es un regalo a nuestro alcance. No esperen efectismos, son dos montajes limpios, sencillos, dramáticamente nítidos, con un equipo de actores que está a la altura, con un notable alto general y algunas matrículas de honor. -

Carlos GIL


 
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