En cualquier conflicto, nada hay más real que las víctimas. Ni más obvio que el dolor que acompaña a cada una de ellas. El sufrimiento que acarrean trasciende los matices diferenciales. Y se instala en ese reducto simple y esencial que define al ser humano. Vivencia desgarrada que homologa a los contrarios.

Más allá de esta tragedia inapelable, la manipulación y la farsa. Invocación a las víctimas plagada de hipocresía. Mienten quienes sólo aprecian sufrimiento en una trinchera. Saben del dolor ajeno pero cíni- camente lo silencian para mejor manosear el propio. Quien pretenda pasar por juicioso debe aludir, únicamente, a las víctimas de ETA. Y ¿qué ocurre con las otras? En este índice no catalogado se apila el resto de cadáveres: trabajadores en precario, emigrantes andrajosos y todos los muertos de la izquierda abertzale. Personas condenadas a ser despreciadas en vida e ignoradas en muerte. Cadáveres que no hacen peligrar ningún proceso porque ni siquiera para eso resultan significativos.

No creo en quienes reclaman mayor atención ni en quienes confiesan olvidos a las víctimas de ETA. O les falla la memoria o la honestidad. Revisen las hemerotecas. De tales víctimas conocemos la biografía completa y todo su árbol genealógico. Tienen, padres, hijos y esposas, monopolizan los informativos, se trasmiten en directo sus sepelios. Las instituciones convocan y encabezan actos de condena. Los no matados por ETA carecen de nombre, de familia, de identidad. Su muerte merece menos repulsa que la quema de un contenedor. ¿Las lágrimas de esta gente no son amargas? Tampoco creo a quienes dicen llorar a todas las víctimas por igual. Ni lo hicieron ni es posible ya que todos estamos posicionados en el conflicto. Ahora les molesta que PP-AVT manipule a las víctimas pero no tienen autoridad moral para denunciarlos ya que todos han hecho lo mismo: condenar algunas agresiones para eludir la búsqueda de soluciones. Los interpelados por la AVT tratan de aplacar a la derechona asumiendo algunas de sus exigencias. Empeño inútil. El PP no pretende ensanchar el reconocimiento a las víctimas (¿no se carcajeaba Aznar en las calles de Madrid?), sino recortar el espacio de sus enemigos. Avidos de poder y ciegos de venganza sueñan con prolongar el conflicto aunque para ello tengan que profanar los sentimientos de todos.

Que cada cual cargue sus víctimas y respete las de los demás. El dolor puede ser un trágico y necesario punto de encuentro; afilado estímulo para encontrar soluciones a un conflicto político tantas veces negado. -