Entre otros muchos valores de un sistema democrático, se encuentra el de conllevar el libre debate político que supone el reconocimiento, promoción y defensa de la pluralidad sociopolítica de los ciudadanos e Instituciones del ámbito correspondiente.Por eso resulta un contrasentido y una incoherencia pretender que en una democracia no se hable de algo. En este caso, de Navarra. Pero este contrasentido alcanza niveles de peligroso totalitarismo cuando el veto se pretende imponer desde el poder político, y por quien lo ostenta.
Con motivo del proceso de paz abierto una vez anunciado el alto el fuego permanente de ETA, desde ciertos sectores políticos se quiere limitar el contenido del diálogo entre todas las fuerzas políticas y, en concreto, evitar que se hable de Na- varra, a la que se quiere presentar como extraña a este proceso y, en todo caso, como una víctima a la que hay que salvar del mismo.
Evidentemente esta pretensión no es un inocente planteamiento justificado en la ajena relación de Navarra con el proceso, sino la opción interesada de unas fuerzas políticas determinadas que hoy ostentan la mayoría institucional en este territorio pero que, ni son las únicas y exclusivas, ni pueden pretender silenciar a quienes defendemos otra opción política para nuestra tierra, tan legítimamente como ellos.
Así que hablemos de Navarra porque, además de ser normal que siendo parte del problema deba serlo de la solución, es bueno y saludable que exista un de- bate sereno y plural para que, al final, decidamos los ciudadanos.
Es razonable y legítimo que hable quien quiera y tenga algo que decir. La pretensión de que únicamente tienen derecho a referirse a Navarra los líderes del PP, porque en otro caso se produce una «intromisión intolerable», como afirman desde UPN, es inaceptable. ¿Quién se cree legitimado para limitar el derecho a esa referencia y usar el derecho de veto? ¿Quién ha otorgado a nadie esa exclusiva y ese derecho inexistente? La dictadura, felizmente, ya terminó.
Si se afirma tan rotundamente por todos que cualquier decisión sobre Navarra la adoptaremos libremente y en exclusiva los propios navarros, cuantas más propuestas haya mejor para poder elegir. Porque si en algún lugar la pluralidad es una realidad patente, es en Navarra Y desde luego no es creíble afirmar que se defiende esa capacidad de decisión de los navarros para, inmediatamente, tratar de impedir desde el poder que tengamos opciones sobre las que pronunciarnos: ya sea tratando de suprimir el procedimiento de la transitoria constitucional, por cierto, incluido también tanto en el Amejoramiento como en el Estatuto de Gernika, o negando legitimidad a cualquier alternativa que no sea la suya propia. La de UPN, por supuesto.
Desde el nacionalismo vasco quienes nunca hemos compartido ni tenido otra relación con la violencia que la de sufrirla, somos conscientes de que nuestra propuesta política ha pade- cido el desprestigio derivado de la constante asociación interesada de ésta con prácticas violentas, antidemocráticas y virulentas. Y que, por cierto, ya antes ejerció la dictadura para imponer las que ahora se postulan como únicas ideas legítimas. Hemos de hacer frente a la «descapitalización» sociopolítica producida por un régimen que no sólo prohibió la libertad, sino también la cultura e incluso la lengua, y a la incomprensión y hasta rechazo que la violencia ha generado a unas ideas a las que ha sido asociada tan injusta como deliberadamente por unos y otros.
En estas condiciones, nuestra aspiración a la participación de Navarra en la configuración de una nación vasca y de ésta en el conjunto de las demás naciones, es un objetivo que deberemos saber alcanzar, con el respaldo de la mayoría de nuestra sociedad, creando, para conseguirlo, un camino practicable, más o menos largo, que puedan recorrer simultáneamente los convencidos impacientes, los favorables tibios, los des-. confiados razonables e incluso los reticentes y opuestos. Y por eso deberemos diseñarlo atractivo y amplio, con inteligencia pragmática.
El Organo Común Permanente
Con estas premisas, desde el protagonismo que a EA le correspondió en la participación y creación del Gobierno Tripartito y plural constituido en Navarra en 1995, se propuso la iniciativa de creación de lo que se denominó oficialmente Organo Permanente de Encuentro, que trataba de sustituir la animadversión social e institucional navarra que se había fomentado tanto desde el PSOE como, y especialmente, desde UPN hacia el resto de los vascos y sus Instituciones, por una actitud amigable y colaboradora mediante una formula cons- tante, dinámica y positiva de relación que, además, conllevaba la posibilidad de mejorar las condiciones culturales y socioeconómicas de nuestros ciudadanos, crear un marco de cooperación e interrelación social, permitir conocer y compartir mejor las mutuas realidades y superar las reticencias y aún rechazos de una parte importante de los navarros respecto a lo vasco, alimentadas durante tantos años con tantos medios y con tanta insidia.
Ni era la única ni quizás la mejor, pero fue la posible y real, concitó un acuerdo numeroso y plural de los grupos políticos de PSOE, CDN, EA, IU y se aprobó tanto por el Gobierno como por la mayoría absoluta del Parlamento de Navarra. Y de los de la Comunidad Autónoma Vasca.Independientemente de su contenido y de la conveniencia o no de su traslación a los momentos actuales, esta fórmula tiene un valor incuestionable como demostra- ción de que es posible y real generar un acuerdo político de esa naturaleza superando coyunturas complejas (salvo que el CDN de Alli olvide que nadie sensato debe negar y desdecirse de sus propios actos hechos en beneficio de la sociedad navarra a la que dice ser- vir), ampliamente apoyado por los ciudadanos y las instituciones de Navarra. Incluso, a día de hoy, seguiría representando a la mayoría absoluta de las instituciones forales, si incluimos a Nafarroa Bai.
Por eso, desde Navarra no sólo podemos sino que debemos contribuir a aportar propuestas que ayuden al desarrollo del proceso de paz y a la desaparición definitiva de la odiosa violencia y de ETA. Hablemos de Navarra sin temor ni limitaciones, porque con ello se abre la posibilidad de crear instrumentos y adoptar medidas que nos ayuden a los navarros a salir de nuestra endogamia que demasiadas veces nos impide sernos útiles a nosotros mismos y a los demás. Que no solamente no supone imponer una idea sino que pone en evidencia a los que llevan haciéndolo desde hace tantísimos años sin haber preguntado nunca nada a los navarros, ni siquiera para conducirlos a violentas y cruentas guerras y dictaduras. No nos dejemos amedrentar por las trabas que algunos tratan y seguirán tratando de poner al debate abierto, para defender su exclusiva y excluyente idea de Navarra y, sobre todo, mantenerse ejerciendo el poder que ostentan. Constituyen uno de los extremos que, con el otro, tanto han contribuido a radicalizar y crispar constantemente el ambiente político y social de Navarra.
Radicalismo y crispación que aquel Gobierno tripartito, al que no se deberá sacralizar pero tampoco ignorar, planteó superar por medio de ini- ciativas como la del Organo Permanente de Encuentro y una decidida acción política. Algo que seguramente habría conseguido de no cortar su trayectoria la inesperada irrupción de una consecuencia de la corrupción de aquella época que hizo a los socialistas, inexplicadamente todavía, cargarse un gobierno reconocidamente progresista para entregárselo a la derecha navarra.
Resultaría imperdonable que, desde Navarra, nos quedásemos al margen de esta oportunidad de contribuir a aportar soluciones a la paz. Tenemos ideas, alternativas, personalidad política e institucional y se nos reconoce capacidad de decisión.
Puesto que vamos a decidir, hablemos. -