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Gara > Idatzia > Kultura 2006-10-22
Liburu aurrerapena
El niño de Maguey
Iñaki Gonzalo Casal, Kitxu (Bilbo, 1964) es licenciado en Filosofía, Periodismo y Antropología. Actualmente cursa Teología en la Universidad Pontificia de Comillas. Trabajó como periodista en la revista “Punto y Hora”, en Getxo Irratia, y en el momento de su detención, era director de Egin Irratia. Ha publicado los relatos “Carta a un fantasma”, “Nadine” y “La barca de Amin”. Está encarcelado desde 1994. “El niño de Maguey” (Txalaparta) es un relato que se desarrolla en El Salvador y Kitxu lo ha querido dedicar a la memoria de Pakito Arriarán.

ANA Guadalupe no le reconoció cuando le vio bajar del coche y acercarse al estrado cubierto de hojas de palmera donde esperaban los periodistas. Habían pasado tres años desde que se vieron por primera vez camino de Cerrón Grande y amanecieron en la atalaya más increíble de todo Centroamérica. La comandante María recordaba a Danilito, al niño que le miraba de reojo durante las marchas por la selva, al cipote entusiasta que burló a la Guardia y se hizo invisible para devolver la voz a Radio Venceremos. Pero Danilo no era ya aquel niño que miraba la vida con sorpresa. Aunque solo tenía dieciséis años su experiencia en el hospital al lado del doctor Anzizar, la noticia de la muerte de sus papás y su paso por el infierno del cuartel de Nueva Concepción le habían robado la niñez y por eso cuando Ana Guadalupe le vio bajar del coche con la cara hinchada y el pelo rapado no le reconoció.

Se separó Danilo del gringo que le había acompañado en el viaje y corrió hacía el estrado donde vio a la comandante. Estaba más bonita que nunca, con una camisa de rayas y un pantalón azul y su melena negra que le llegaba más debajo de los hombros.

-Soy Danilo... ¿No te acordás de mi?

-¿Danilo? ­Ana Guadalupe intentaba recordar. Le miraba y buceaba en su memoria- ¿Danilito? ¿Vos sos Danilito?

Las cámaras de los periodistas recogieron el momento del abrazo: dos guerrilleros que habían escapado de la muerte se reencontraban tras varios años en un claro del bosque, a orillas del río Lempa. La instantánea se pudo ver en las portadas de los periódicos de todo el país, pero Danilo no pensaba en cámaras ni en periodistas cuando rodeó con sus brazos el cuerpo de Ana Guadalupe. Las lágrimas que había ocultado a sus torturadores durante más de un mes salían ahora libres y la emoción tenía sabor salado. Pronto las lágrimas y la emoción del encuentro dieron paso a otras sensaciones nuevas para Danilo. El cuerpo de Ana Guadalupe había temblado en sus brazos o eso le pareció y los pechos y ese olor a brisa de su nuca... La nuca. Suave. Turgente. Como sus brazos desnudos, y la cintura que se insinuaba ondulante sobre sus caderas.

-Ya sos todo un hombre- le dijo la guerrillera rompiendo el abrazo y mirándole a los ojos- se te ve muy lindo...

El pacto al que habían llegado los mandos del FMLN y el gobierno de Duarte dejaba a Danilo dos opciones, o quedarse en Ciudad Arce sometido a una discreta vigilancia o regresar a Santa Rosa de Lima junto a su tía Candela y sus hermanos. Ana Guadalupe, que partió hacia Cuba dos días después de la liberación, le dijo que Marcial se encontraba en Santa Ana así que decidió quedarse en Ciudad Arce, en la casa de Don Simón, un viejito talegón que se encargaba del comedor de los pobres y aprovechaba sus visitas al rastrillo para mensajear con los enlaces de la guerrilla.

Enseguida nació entre ambos una gran amistad. Todos los días Danilo aprendía algo de aquel anciano arrecho y bonachón. Tardes enteras se las pasaban en la cocina, tomando mate junto a la chimenea. Don Simón le contaba historias que nunca terminaba porque a un suceso le seguía otro y otro y así hasta que anochecía y llegaba la hora de la cena.

-¿Ves aquellas dos estrellas? ­le dijo en una ocasión sentados en las escaleras de la puerta de entrada de la casa- ¿Las que más brillan?... Son tus papás que quieren decirte algo...

Un domingo, al regresar Don Simón del rastrillo, se fueron a pasear por el camino que llevaba al cementerio. Fue entonces cuando el viejo le habló del paro general que el FMLN había convocado en todo el país para el ocho de Noviembre. Faltaban dos meses y medio para el día de la huelga y era mucho lo que había que hacer en Ciudad Arce: hablar con los comités de empresa, organizar las plumoneadas, llenar de paquines las paredes, visitar los villorrios...

El paro se planteó como un pulso entre el gobierno y la guerrilla. El FMLN necesitaba realizar una demostración de fuerza, paralizar el país y mostrar así al mundo su capacidad de convocatoria y la adhesión de amplias capas de la sociedad. El gobierno de Napoleón Duarte también precisaba legitimar su acción política y debilitar una insurgencia cada vez más activa y desafiante. El ataque a la IV Brigada de Infantería de El Paraíso había encendido todas las luces de alarma y el gobierno de los Estados Unidos se impacientaba y exigía resultados. Así las cosas, los mandos guerrilleros movilizaron a sus enlaces de Santa Ana y San Salvador y ordenaron correr la voz. Todo debía estar listo para que el ocho de Noviembre la huelga fuera un éxito.

En Ciudad Arce el enlace del Comité Central de Santa Ana no era otro que Don Simón. Danilo, que desde su liberación había intentado burlar la vigilancia de la policía y seguir el rastro de Marcial hasta la capital del departamento, decidió colaborar con el viejo y participar en los preparativos de la huelga. Todas las mañanas salía temprano para cumplir los encargos que por la noche le hacía el viejo. Un día visitaba las finquitas de Quezaltepeque, otro plumoneaba los tugurios de la periferia y otro se entrevistaba con algún mandador que amenazaba con represalias a los temporeros. Fueron días de mucho mate y dormir poco. Don Simón le contagiaba su entusiasmo y el muchacho trataba de seguirle el paso. -


 
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