La France y su V República van a la deriva. Ya nadie piensa en poder repararlas. Sufren de una disfunción mecánica propiciada por un incorrecto manejo del timón, no tanto por impericia de los sucesivos timoneles, sino por la manera un tanto excesiva que todos tienen de aferrarse a él, una circunstancia que ha terminado oxidando por falta de buen uso todos los engranajes del puente de mando. En esta situación, el buque amenaza con encallar y hundirse irremediablemente.
El portaaviones Clemenceau, buque insignia de una Francia que se quiso gloriosa tras la II Guerra, es la metáfora de un Estado en crisis. Capitaneado por Charles de Gaulle, gran apóstol de la Liberación, la nueva Francia se construyó con la inestimable colaboración de un general que quiso instaurar un sistema presidencialista, no tan plenipotenciario como el americano, pero eminentemente presidencialista. Medio siglo después, la V República ya no da más de sí. Reducir el mandato presidencial de siete a cinco años no arregló nada. Pueden limarse las piezas defectuosas, pero cuando el problema es el mecanismo donde van imbricadas, hay que pensar en desmantelar.
Y hay que hacerlo en casa. No puede mandarse a la India cargado de amianto para que allí se deshagan de todo a bajo coste y sin riesgo para uno mismo. El problema es que, aunque este debate exista y en determinadas ocasiones se dé con fuerza, no parece que los grandes partidos políticos quieran asumir costes y riesgos al repensar el marco institucional. Ellos también están en crisis.
Francia y su V República están en crisis, pero afortunadamente la sociedad que vive en este Hexágono quebrado ha demostrado que aún está viva. No sólo por los reflejos demostrados frente al contrato precario que el Gobierno prentendía instaurar para los jóvenes, sino por su fuerza militante en movimientos sociales y solidarios, curiosamente más potentes donde otras identidades diferentes a la francesa tratan de florecer tras años de uniformización, de desprecio, de exclusión, de represión.
París tiene que desmantelar su Estado y construir uno nuevo con tecnología democrática del siglo XXI. El buque de la VI República no podrá seguir acorazado, deberá flexibilizar su estructura para incluir esos pueblos y sus gentes y sus lenguas, a menos que quiera que continúen siendo polizones dentro del Estado. Si París no se decide, esos polizones acabarán decidiendo por sí mismos. -