No es exagerado afir-mar que asistimos a un pequeño gran lío con esto del dichoso «proceso de paz». Con tanta pacificación, normalización, negociación, legalización, armonización... no sabemos exactamente, dónde estamos, qué buscamos, o si sabemos, lo ocultamos.Mientras para unos solamente el hecho de hablar de «proceso de paz» equivale a claudicar ante ETA, para otros mezclar negociación sobre la paz con diálogo político para buscar la normalización es sumamente peligroso, pues son independientes. Mientras se afirma que no se puede instrumentalizar la pacificación, se añade que el acuerdo debe ser integral... y no va a haber «desmilitarización» si no hay acuerdo en la normalización. ¿Se entiende algo?
No quiero reiterar lo que he dicho tantas veces si no es para insistir en lo que entiendo por una paz basada en la justicia para todos.
A pesar de que algunos han hablado de una «tregua trampa», la verdad es que la inmensa mayoría de la opinión pública vasca ha creído y querido ver en la declaración del alto el fuego de ETA el anuncio de la puesta en marcha de un proceso de pacificación que acabe con la violencia de ETA y con las dimensiones políticas del llamado conflicto vasco apostando por las vías estríctamente políticas. Por otra parte es importante constatar la sorda lucha partidista por «capitalizar el éxito político» del alto el fuego.
Junto a todo ello, los reiterados comunicados de ETA, el rebrote de la kale borroka y la perceptible lentitud e inoperancia del Gobierno central muestran las enormes dificultades de avanzar en este proceso.
La primera de ellas se refiere a la clarificación misma del significado de los términos que se usan. ¿Se dice lo mismo con las mismas palabras? No hemos vivido enfrentados en una guerra, pero no hemos tenido paz. Entre nosotros la falta de paz tiene una connotación clara, formulada en términos de violencia. ¿Quiere decir esto que suprimida la violencia de ETA tenemos sin más la paz? ¿La paz en Euskal Herria, es igual a la supresión de la violencia de ETA y, en última instancia, a su desaparición? Para un sector importante de los ciudadanos vascos el objetivo del proceso, o vía de pacificación, no es, sin más, la desaparición de ETA.
La razón última de la justicia es la paz. O, dicho de forma negativa, allí donde se instaura la injusticia no hay paz, especialmente cuando esa injusticia establecida afecta a los derechos individuales y colectivos de un pueblo que vive con la conciencia más o menos compartida de que la suya es una situación de injusticia jurídico-política establecida. Para cuantos viven esta conciencia de estar injustamente oprimidos el proceso de pacificación tiene que incluir necesariamente la superación de una situación conflictiva, de carácter político, que suele formularse en términos de «conflicto vasco». De esta manera, el supuesto consenso formulado de entrada en términos de pacificación encierra dentro de sí un germen de discordia que no está suficientemente explicitada por la palabra pacificación.
Desde esta perspectiva, la solución del conflicto vasco originado por el ordenamiento jurídico del Estado español, y de algún modo tambien del francés, exige la modificación, de contenido político, del marco juridico existente. Esta modificación por vía de un acuerdo habría de dar origen a una situación jurídico-política normalizada nueva, fundamento verdadero de la paz. De esta manera, el proceso de la pacificación sería visto como proceso que lleva a la desaparición de ETA.
Ante esta realidad es necesario insistir en la diferencia de los objetivos que han de ser perseguidos por las diferentes mesas. Ello exige la renuncia explícita y pública de parte de ETA a la voluntad de imponer y dirigir el proceso y la solución de los problemas políticos, reconociendo ser ésta tarea propia de los partidos. Y esto todavía no aparece claro en la mente de ETA. Al contrario, ETA ha reiterado, y lo siguen haciendo los dirigentes de la izquierda abertzale, que el proceso de pacificación en ningún modo es irreversible y afirman que el proceso es un conjunto, y los pasos que hay que dar se deben alimentar mutuamente. Además, en opinión de ETA, es ella misma, y sólo ella, la que ha de sostener el proceso. Incluso afirmando que ella ha renunciado «al uso de la violencia», pero no, al menos explícitamente, a la facultad real de poder disponer de ella.
Quedan otras muchas cuestiones, unidas a las anteriores, que deben ser explicitadas y concretadas, como «las claves» del conflicto, la dimensión efectiva de lo que se entiende por «precio político», el papel de las víctimas, la legalización de Batasuna, etc.
Sin embargo, no quiero terminar sin una referencia, aunque sea escueta, a la necesaria participación que el pueblo ha de tener en este proceso. Ese pueblo al que tanto se cita.
Se habla del pueblo como sujeto político, al que se debe dar la palabra y hacerle participar. ¿Es realmente el pueblo sujeto de decisión o un objeto de manipulación y fuerza de choque para intereses de partido o grupo? ¿Qué mensajes se filtran y qué acciones se impulsan, para verificar que es el pueblo el sujeto efectivo de su destino? ¿A qué pueblo nos referimos? ¿A aquéllos que piensan como nosotros? ¿Y los demás?
En la actual situación de confusión política inducida y clara proyección preelectoral, es necesario plantear todas estas cuestiones con rigor y sin demagogia. Seguimos confiando en la fuerza de una palabra veraz y libre por encima de su aparente inutilidad y tácticas de grupo, y más en estos momentos en los que se nos anuncian decisiones tan importantes. -