Si Alice Carroll hubiera ubicado a la encantadora Alicia en Euskal Herria y no en el País de las Maravillas, el cuento hubiera merecido otro título. Por ejemplo, «Alicia en el País de las Obviedades». Y es que a ese juego no nos gana ni un niño desnudito que lo muestra todo y no ha aprendido aún a disimular.
El conflicto político que padecemos hunde sus raíces en los progresivos hitos de pérdida de soberanía y adquiere en las últimas cuatro décadas forma de conflicto armado. Estamos, pues, ante un conflicto de naturaleza política en lo esencial y armada en una de sus manifestaciones. Es tan obvio que causa casi pudor decirlo en voz alta. Y para que nos lo diga alguien autorizado, tenemos que traer siete expertos en resolución de conflictos internacionales.
Dicen más los expertos que asesoran a Ibarretxe. Dicen que de nada serviría una solución «técnica» entre ETA y el Gobierno. Que sería del todo inservible un proceso que concluyera con la entrega de un cargamento de armas a cambio de una excarcelación progresiva de los prisioneros en manos del Gobierno español. Lo dice cualquier persona sensata en Euskal Herria, pero tamaña obviedad adquie- re rango de titular cuando la pronuncia alguien llegado de extramuros.
Y todo el que dedique medio minuto a reflexionar sobre la salida del laberinto, es consciente de que la parte española tendrá que acomodarse a su legalidad para avanzar en el proceso. Aunque la forma de acomodarse sea, precisamente, transformarla de acuerdo a sus propios mecanismos. Pero pronuncia la obviedad el presidente español y creemos entrever la primera de las mil trampas que, a buen seguro, preparan ya Pérez Rubalcaba y su equipo de fontanería.
A nadie se le oculta que la izquierda abertzale, para concurrir a las elecciones, habrá de contar con un status de legalidad. Es obvio. Pero lo dice Patxi López en tono de exigencia y saltan de nuevo las alarmas.
Entre tanta obviedad sería bueno recordar que lo único que hace falta es voluntad. La parte vasca ya la ha acreditado. Ahora falta que la española acomode su legalidad a las nuevas necesidades, admita a la izquierda abertzale en el juego común, reconozca la existencia de un pueblo con el que mantiene un conflicto político secular y admita su derecho a ser libre. Es tan obvio que sonroja que lo tengan que decir otros. ¿No les parece? -