El PNV ha puesto en marcha una tímida campaña de defensa de Juan José Ibarretxe frente a la embestida judicial que le ha lanzado contra el banquillo de los acusados por el mero hecho de haber mantenido una reunión con tres dirigentes de la izquierda abertzale.
Tímida, digo, porque se percibe una mínima movilización del formidable aparato de propaganda jelkide (de carácter público, en buena medida) y por el escaso entusiasmo con el que los actuales popes del PNV se han manifestado en público ante el despropósito.
Sucede, sin embargo, que esta imputación contra el lehendakari, el sentimiento de vergüenza que despierta entre sus seguidores, la incomodidad de los dirigentes de su partido y, en definitiva, el desconcierto del propio afectado, son piezas complementarias de la contradicción que define la esencia misma del nacionalismo autonomista.
Contradicción, porque al presidente de un gobierno legítimamente elegido lo quisieran atar a la cuerda de presos por ejercer, a la luz del día y ante taquígrafos y cámaras de televisión, la tarea más digna del político: dialogar.
Y resulta así contradictorio que sea uno de los poderes del Estado al que con absoluta (y para muchos ignominiosa) lealtad sirve el jelkidismo el que le quiera vestir el uniforme presidiario al lehendakari.
Es también dramático que sean jueces ajenos a Euskal Herria, verdaderos cruzados de la Reconquista, algunos los que pasen por encima de la voluntad popular y traten de imponer su particular interpretación de sus leyes, ajenas en cualquier caso al pueblo vasco y antidemocráticas en muchas ocasiones.
Es, pues, contradictorio y dramático a la vez que frustrante para ellos. Porque alguna explicación merecerán, por parte de los leales de Zapatero J. J. Imaz a la cabeza Ibarretxe y quienes le votaron. Tanta lealtad, tanta colaboración, tanta identificación, tantas escenas de sofá en La Moncloa... para terminar en el banquillo. Como un batasuno cualquiera. ¡Suerte ha tenido que le han citado por escrito y no le han mandado a la Ertzaintza de Balza a detenerlo!
La imputación a Ibarretxe significa todo eso y mucho más, pero pierdan cuidado. La sangre no llegará al río. En la democracia española que tanto gusta a los jelkides, aunque les falten al respeto y les tomen por el pito de un sereno, siempre son los mismos los que van a la cárcel. -