La famosa frase «algo huele a podrido en Dinamarca» bien puede aplicarse al Estado español. Uno de sus pilares, el de la justicia, se resquebraja a ojos vista por todas partes y su descomposición es patente. Sus actuaciones causan con demasiada frecuencia un verdadero terror. Nadie, o muy pocos, creen en ella. Sólo aquellos a los que les interesa para sus propios fines. Está politizada hasta el extremo, e incluso es ella la que quiere judicializar a la política. El caso de Ibarretxe lo patentizaría con claridad. Pero hay otros muchos.

Voy a tomar el caso de De Juana como paradigma de la descomposición y del hedor de la justicia. De Juana había cumplido ya toda la pena que le habían impuesto, y debía salir a la calle sin más. Pero la derecha, cristiana sobre todo, se soliviantó. Pidió un juicio de sujeto contra él, para mantenerlo perpetuamente en la cárcel por ser quien es. El extraño ministro de Justicia de Zapatero dijo que se le abrirían nuevos expedientes, sin que haya sido acusado de prevaricación. Porque así fue. El tiene directamente la culpa de todo lo que está pasando. Dos artículos en GARa desde la cárcel sirvieron para el infame montaje. La acusación de fiscales y jueces es bien simple: amenazas en sus escritos. Muy pocos ven en ellos tales ame- nazas. Sólo aquellos que cargan sus ojos con aviesas lentes de venganza y de intereses políticos. Aquí la justicia es pura venganza, y está al servicio directo de intereses políticos. Juzgado, aún sin recuperarse bien de su larga huelga de hambre, le imponen doce años y siete meses de cárcel por esos artí- culos. Se pone otra vez en huelga por esa pena. Lleva ya ahora más de 80 días en esa nueva huelga de hambre. Su estado es sumamente grave, y puede morir en cualquier momento. Tres jueces lo quieren poner en libertad provisional. Preparan una jugarreta que impide su excarcelación. Convocan a todos los jueces de la innombrable Audiencia Nacional, un tribunal especial para los vascos. El ejercicio de la justicia a base de martingalas y maniobras sucias es un puro ludibrio para quien la dicta y para la sociedad. La sentencia de doce años está recurrida, pero aquí la justicia es sumamente lenta, y De Juana podría morir antes de que el Tribunal Supremo decida. Lo cual ya es por sí mismo otra infame injusticia. Justicia lenta igual a justicia infame.

Evidentemente, en el juicio de todos los jueces sobre la excarcelación de De Juana ganan los fascistas. Dictan una sentencia de muerte para De Juana. Les importa un bledo el derecho y la muerte. Ellos ejercen la justicia de sujeto por venganza. Les importa una mierda. No entiendo que a un hombre normal no le tiemble la mano al dictar una sentencia de muerte. Me horroriza. Porque la dictan, además, en frío. Dicen que la venganza se sirve y sabe mejor en frío.

A los jueces los nombran los partidos, y casi todos ellos están desde los tiempos de Aznar. Juzgan a las órdenes de los partidos. Rajoy, secretario general del PP, partido de inspiración cristiana fundado por Fraga a impulsos del episcopado español para defender en España, entre otras cosas los intereses de la Iglesia, se congratulaba en público de la actitud de esos jueces. ¡Qué bien! Jamás he visto a los obispos enjuiciar desde perspectivas cristianas el ejercicio aquí de la justicia. Y hay en España juicios a porrillos de vascos al estilo del de De Juana. Y cárceles de exterminio sin que nadie diga una palabra. La sentencia bíblica «si vuestra justicia no es mejor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos» no vale para los obispos y cristianos del PP ni un pimiento. Y el reino de Dios, reino de justicia, es pura entelequia. Y así nos va.

Zapatero y su Gobierno, débil y medroso, atrapado entre las cadenas férreas del estado, jueces, obispos, PP, militares que el mismo ayudó a formar, no sabe qué hacer. El PP es el redactor y votante de las leyes más injustas. Así no avanzamos en nada, y el Gobierno se agota y desgasta en su inanición. Vendrá Rajoy, por desgracia, con su horrendo terror.

Lo más pavoroso es no ya la naturalidad con que todo esto se hace y se aguanta por la sociedad, sino la furia con que la prensa católica y el Estado arremeten contra la sociedad y el mismo Gobierno que se muestra impotente y acaso complaciente con todo esto. La mayor parte de las furias van contra el País Vasco. No se extrañen, por tanto, de que no queramos ser españoles. Queremos ser libres.

Desgraciado el Estado que ventea odios y espíritu de venganza ­aunque sea contra una pequeña parte de sus súbditos­ por sí mismo, por sus órganos oficiales, por sus partidos políticos, por los medios de co- municación. Día llegará en que esa parte se seccione por las buenas o por las malas, y corromperá enteramente a toda la sociedad. -