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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-03-01
Pablo Antoñana
Fin del mundo

Lo siento, pero cuando miro a mi alrededor, lo veo con ojos velados, quién sabe si por telillas vagas que le merman visión. Cojo mi catalejo de campaña, ojeo el campo que abarca y lo encuentro desolado. Otros, y suerte tienen, cogen el mismo catalejo y en vez de poner su ojo en el óculo correspondiente lo encañonan al revés y miran por el cristal grande por lo que lo mirado les ofrece lejanías de paisaje encantado. Es que son optimistas y en cambio a mí el catalejo me da otra versión más desolada. Así me quedo con el filósofo francés, del que olvidé el nombre, quizá a intento, pues no lo guardó la caprichosa memoria, cuando dice que está próximo el fin del mundo. Es vieja la creencia en las primeras predicaciones del cristianismo cuando se creyó la pronta llegada del Mesías precedida de la mortífera cabal- gada de los siete jinetes del Apocalipsis, propagando catástrofes, volcanes, terremotos, mares que se salen de su lecho, plagas, enfermedades desconocidas y sin curación.

Cada tanto tiempo la Humanidad se siente estremecida por el vaticinio que almas ingenuas interpretan, a falta de versiones más cuerdas, como castigo de Dios para golpear al hombre en su orgullo o someterlo a dura prueba. Bien, pues ahora se nos recuerda lo dicho y redicho en los libros sagrados, o en las historias antiguas, y con datos que están al alcance de la mano, pues ahora sí, ahora sí viene el fin del mundo. Antes, pasado su anuncio y con ello los tremendos días de inquietud y miedo, se restauraba la paz, si es que el hombre la gozó alguna vez, pues de siempre un acontecimiento jamás cumplido. En lo que me atañe, mi vida, lo dije hasta el hartazgo y repito hoy, está amojonada por fechas en las que o se declaraba una guerra, se celebraba victoria militar, o se sufría derrota.

A mano tengo a Bosnia y Herzegovina en las primitivas fotos de “La Epoca”, un poco después en Sarajevo, tirotean al archiduque Francisco José de Austria y a su esposa, y sirve de pretexto para la Gran Guerra, la de los poilus en las trincheras de Verdun. Sarajevo, qué casual, regresa en nuestros días con otra copia de la vieja guerra de los Balcanes. El recuento, con fecha y nombre, de las guerras por mí conocidas, se haría aburrido, así como del progreso en los procedimientos de matar, desde el asalto a la carrera y bayoneta, el fusil Berdan de la segunda guerra carlista, y antes en la insurrección de la Comuna de París, hasta las «bombas margarita», o los misiles que buscan y matan a lo ciego desde un avión sin piloto yanqui. Así me consta lo escrito con elogio por un preclaro traidorzuelo, que primero en las filas de ETA, luego con igual fervor en las del PP, cuando dijo que la guerra es campo de experimentación beneficioso para el avance de todas las ciencias y por ende de gran provecho de la Humanidad.

Regreso al carril. Ya ganada la guerra del Golfo, el invicto emperador Bush I, libre de los amagos de la Unión Soviética, proclamó exultante la llegada de un Nuevo Orden Mundial. La vaticinada paz mesiánica estaba cerca, pero aquello no salió bien y a las pruebas me remito. El hombre está empeñado en su propia destrucción y el globo terráqueo es polvorín a punto de explotar, guerra va, guerra viene, con soldados enseñados «para matar. Sí señor, sí señor» con saña. Mientras tanto se juntan sabios, estrategas, los dueños del dinero y de las armas, en juntas y corros de discusión, Kioto es un decir, sin llegar a nada, cierran los ojos, no ven o no quieren, la deforestación del Amazonas o las selvas de Asia, las secuelas de sequías en Africa, lluvias que arrastran lodos en Filipinas, calores que, junto con los humos intoxicadores de las inmensas fábricas manchan los cielos, los agujerean, y según dicen los que de esto saben y entienden, por ello Groenlandia se derrite y predicen que las aguas de océanos y mares, de aquí a poco, subirán siete metros y se comerán costas, islas y ciudades. Quienes tienen la sartén por el mango, y los dineros a recaudo, mientras tanto, como en el hundimiento del Titanic, seguirán con sus fiestas babilónicas, acogidos al viejo dicho: «quien venga atrás que arree», o el más contundente y crudo: «a uso de tropa, cuial se jode cuando le toca». El estúpido asalto a la Naturaleza, los campos arrasados por el cemento, las ciudades, torres-de Babel, los mares convertidos en estercoleros de vaciados de barcos, y cenizas nucleares, los derrames de petróleo, tiene su arranque acabada la Segunda Guerra Mundial. A los milenaristas, a los observantes de confesiones religiosas en auge, al filósofo francés cuyo nombre olvidé, los acontecimientos les dan la razón: el fin del mundo está a la puerta, «convertíos pues pocos serán los elegidos». Hay que darse prisa para no perder el tren de la salvación. La Naturaleza salvajemente agredida responde agraviada, y el pormenor de sus respuestas está fresco en la memoria, pero por si alguna no lo retuvo, hago de relator, y a lo somero, a sabiendas de que me dejo algún desastre de contar: volcanes despertando feroces en Ecuador, el hambre, plaga bíblica, recorriendo, ángel exterminador, las tierras de Africa, y los habitantes de Somalia y Eritrea disputándose con palos y cuchillos un cántaro de agua. Añado los terremotos en Anatolia, Paquistán y la vieja Persia, Chechenia tierra arrasada, Grozni muñón de ruinas, Falluya, otro, Irak esa guerra inacabable, Afganistán idem, Africa desertizada por el hambre, el sida avanza, Nueva Orleans, la patria del jazz, azotada y olvidada, Palestina una cárcel y los protegidos de Javeh sus carceleros, silencio se rueda, bandas armadas protegen a los expoliadores de la antigua civilización asiria en el sur de Irak, Guantánamo, prisión preventiva para bien de nuestra libertad y democracia, el tsunami, rotunda venganza de la naturaleza profanada por la perforación de rocas sub- terráneas en busca del aceite mineral. Las multinacionales rastreadoras de pozos de petróleo, el dinero, en la caja fuerte de convertido en Dios verdadero, el hombre número de estadística, los animales de granja medicados, las aves del cielo portan en su plumaje la peste aviar que acabará con los pájaros, y adiós palomas de jardín, gorrioncillos humildes y un item mas de catástrofes no citadas por innecesarias y las que se avecinan.

Esto va de mal en peor y los anuncios del fin del mundo, vaticinados por el filósofo francés y los testigos de Jehová, se hacen creíbles. Y yo, al captar el alrededor con mi catalejo de campaña, creo que están en lo cierto. Permito que diga quien esto lea que ésta es mi monserga de siempre, me repito pero de la que no me apeo, no importa, tiene mi licencia. El fin del mundo está al caer. -


 
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