Raimundo Fitero
Deconstrucción
Por fin algunos de los conceptos posmodernos han llegado al mundo de fusión entre el cemento y el fuera de juego. Florentino Pérez, ese «ser superior» según apreciación opudeísta de Emilio Butragueño, ha empezado la deconstrucción de su Obra. Mejor dicho, ha cerrado el escaparate, porque sus obras siguen. El club está mal, su imagen absolutamente destruida, pero el señor Pérez ha ido acumulando capital. El Real Madrid sí que es más que un Club, es una reunión de constructores y accionistas de empresas punteras. Es el sistema de Gil y Gil elevado al rango pepero. Aznar, según ha dicho hace poco José María García, empeñó su presidencia del gobierno español para colocar a su Florentino. El anterior alcalde de Madrid permitió el pelotazo inmobiliario más evidente del aznarismo más radical. Los favores se pagan. Y al contado, a ser posible. Pero Florentino se embebió de éxito. Sabía que el Real Madrid le abría las puertas en China, para construir. Es una de las mayores fortunas estatales, y su subida ha sido durante el mandato madridista. Una tradición de los últimos años. Ser presidente de un club de fútbol es estar bajo sospecha. La presencia social que toma todo lo relacionado con los clubes acaba devorando a sus presidentes, muchos de ellos preparados para llegar a ese puesto desde el partido, o desde la ambición personal. También a los sujetos principales: los jugadores. La dimisión de Florentino Pérez es el principio de la deconstrucción. Los galácticos deben bajar de golpe a la tierra, los socios comprueban una vez más que son la infantería no consultada. Se demuestra que es un reinado, donde se nombra al sucesor, constructor, rico, especulador de terreno, naturalmente, porque es una maquinaria de poder en donde los jugadores son cromos cambiables, caprichos, mitología de marketing. No hay equipo, porque no hay motivos. Todo consiste en crear ilusiones en la Bolsa. El resto es un asunto ordinario, insufrible. Jugar noventa minutos, correr, sudar, es algo que pueden hacer cualquiera. Ellos, los divinos, se encuentran más a gusto en las pasarelas y en el despacho del agente de bolsa. Segundo día sin Florentino. -
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