Asteko elkarrizketa
«La clave de todo es el esfuerzo, la fuerza de voluntad»
Josune Beriziartu
Sólo un puñado de personas han superado más de una vez la dificultad 9a de la escalada deportiva. Josune Bereziartu es una de ellas. Ha igualado las marcas masculinas. Es la mejor escaladora del mundo. Hablan de ella como “leyenda”, pero mencionarle la grandeza de las conquistas turba su timidez. Sin embargo, sorprende y agrada por su cercanía. Es tenaz y lucha a muerte por lo que se propone. Y disfruta haciéndolo.
Texto: Fermin MUNARRIZ • Fotografías: Jon URBE
«La mejor escaladora del mundo». ¿Qué siente cuando oye decir eso de usted?
Se me magnifica lo vergonzosa que soy, me salen los colores, miro hacia abajo, qué vergüenza... Pero a la vez también tienes un orgullo interior; te dices «qué pasada que te digan eso», y además lo eres. Durante veinte años -que se dice pronto-, has abierto un camino, un itinerario, con unas etapas intermedias que han sido y son todavía una referencia para las chicas e, incluso, para los chicos... Es una pasada, es superbonito.
Casi da tanto vértigo su palmarés como las paredes que aparecen en él...
Si se tiene potencial interno, físicamente se puede trabajar, sacarlo hacia fuera y se puede dar mucho de sí. El problema es cuando una siente vértigo mentalmente con las dudas, con sus fantasmas, con todas esas vergüenzas... Vencer ese vértigo es muy duro y más difícil.
Supongo que en la elite mundial es altísima la presión de los medios, de los patrocinadores, incluso de usted misma...
La más dura es la que yo me pongo a mí misma. En cuanto a los patrocinadores, aunque soy profesional, me lo he tomado de una manera amateur; es decir, no he sido dependiente de los patrocinadores, siempre he mantenido una independencia total porque conservaba mi trabajo, en una especie de excedencia laboral, pero tenía las espaldas cubiertas. Entonces, de alguna manera, siempre he sido libre. Yo necesito ser libre. Precisamente, tener esa libertad me hace tener mucha responsabilidad conmigo. Eso es lo que hace meterme mucha presión a mí misma. Quizás es la más fuerte, la que más me ha costado superar. Sabes que eres un personaje público y quieres hacer las cosas bien. Para algunos -no para todos-, eres una persona a la que mirar, como un ejemplo, entonces hay que hacer las cosas bien.
¿Qué disciplina de preparación se requiere para estar en ese nivel de la elite mundial?
Mucha disciplina... La clave de todo es la fuerza de voluntad, el esfuerzo, tener mucha, mucha disciplina, tener muy claro hacia dónde quieres ir y que para dirigirte ahí tienes que poner tú los medios. Te van a ayudar, pero al final tienes que hacerlo tú, y eso cuesta un esfuerzo. Estás cansada física y mentalmente porque todos los días haces esa rutina y cuando llega la noche estás doblada. Dices «mañana no lo voy a hacer», pero mañana lo tienes que hacer...
¿Y así siete días a la semana?
Físicamente, nosotros [su compañero, el también escalador Rikar Otegi, y ella misma] mantenemos unos ciclos de cinco días sí y un día no. Suelen ser unas cinco horas diarias. Pero sí son siete días a la semana mentalmente. Insisto, no puedes irte de ese camino, no puede estar tu cuerpo en ese camino y tu mente enlas Bahamas, porque entonces no hay manera. Tu mente tiene que estar con tu cuerpo. La mente es siempre la que tiene que dirigir, es la máquina del tren.
¿Entrenan también la mente?
Estando ahí, pensando en ello, visualizándote día tras día en el objetivo que te has marcado. Eso hace que no te vayas, que estés permanentemente ahí, que te haga ilusión... Es como cuando estudias: el impulso final que diferencia aprobar de sacar una buena nota es la mente, es estar ahí pensando, viéndote y entrenándote mentalmente.
De esa manera estás viendo cómo haces los movimientos, lo que estás sufriendo al hacerlos; pero merece la pena porque, cuando estés haciendo el movimiento clave, ya conoces ese sufrimiento y tu cuerpo va a reaccionar anteponiéndose al esfuerzo, superándolo y sintiendo que eres capaz de hacerlo.
Ha alcanzado el techo humano de la escalada, tanto masculino como femenino. ¿Se le ha exigido más por ser mujer?
No se exige más por ser mujer, pero es verdad que cuando una chica escala o hace algo que se presupone que no podía hacerlo físicamente, sí sorprende. A algunos les quita los miedos que tenían para afrontar esa dificultad, a otros les escuece, y otros muchos, que son la mayoría, lo toman como ejemplo y les incentiva.
A las personas nos resulta más fácil intentar cosas que ya están hechas por alguien, sea chico o chica, porque nos quita el miedo, sabemos que está hecho y que se puede hacer. Sin embargo, enfrentarse a algo que no está hecho, que no se sabe si se puede hacer, impone mucho respeto. En mi trayectoria he abierto muchas puertas de ésas que no se sabía si se podían abrir. Esa presión de la que hablábamos antes era conmigo porque mi punto de referencia era yo misma.
¿A qué ha tenido que renunciar para llegar hasta aquí?
No es renunciar. Yo lo diría de otra manera: hemos soportado muchas penas pero ha merecido la pena. ¿Renunciar? Hemos renunciado a cosas muy pequeñitas. No es que hayamos renunciado, hemos cambiado unos estímulos por otros. Quizás lo que más pena me da es no haber pasado más tiempo con mi gente, con mi familia, sobre todo con mis sobrinos...
¿Y qué ha sido lo más gratificante en ese camino?
Las muestras de cariño de la gente de alrededor, sobre todo cuando te hacen consultas y tú intentas responderles con tu experiencia, y a algunos les sirve y dicen «muchas gracias porque me dijiste estas palabras en este momento o porque me orientaste bien...» Poder ayudar a la gente es lo más grande que hay, es muy satisfactorio.
¿Cómo llegó a la escalada?
Venía de hacer deportes de equipo. Era un mundo muy competitivo, no estaba muy a gusto, y de repente mi cuñado me llevó al monte. Yo ya había visto algún programa de televisión que me dio a conocer este mundo, y nada más entrar, me quedé totalmente prendada. Tenía unos 17 años y encontré mi espacio: era en la naturaleza, encontraba paz, quietud, no había gritos, era tranquilo, las reglas no estaban escritas en ningún lado, tenías total libertad para hacerlo bien... La responsabilidad es tuya porque tú sabes cómo son esas reglas y sabes de qué manera estás haciendo lo correcto sin que nadie te lo diga.
[La escalada] es una historia muy individual. En un momento te puedes desviar del camino y convertirte un poco egocéntrica, un poco egoísta, o excesivamente individualista, pero no es mi caso. Yo me encontré conmigo misma, compartía con los de alrededor, pero con quietud, con calma, viendo la naturaleza, que para mí es lo fundamental, encontrando unos valores en ese escenario que me han hecho crecer como persona. La verdad es que me quedé totalmente prendada.
De todas las opciones que ofrece la montaña, usted eligió la escalada de dificultad...
Es la más difícil porque de esa comodidad en la que te encuentras pisando suelo pasas a romper la gravedad, a estar en desequilibrio. Sientes que no controlas tu cuerpo. Ese reto de intentar controlarte a ti misma es atractivo, es ver la fuerza que puedes llegar a desarrollar, es sentir cierto poder, decir qué manera de flotar solamente con las puntitas de los pies y de los dedos, esa sensación de ¡uufff¡ qué fuerza tengo.
Imaginemos que está metida en una de esas paredes de altísima presión. ¿Qué se siente cuando se está ahí? ¿Se piensa, se oye algo?
Se escucha una a sí misma. Si consiguiéramos hacerlo en la vida normal sería genial, porque no nos comeríamos tanto el tarro. Cuando una está ahí, la mente se vuelve muy austera. Todas las ideas que no le sirven para nada o que le desvían de ese momento, las echa fuera, quita lastre. Es como si la mente se saliera de una misma, es como un ojo que se pone en perspectiva, que te está mirando y a la vez está recibiendo informaciones y gestiona las emociones positivas y negativas, se queda con las positivas y positiviza las negativas. Y sólo piensas en eso. Y si en un momento te distraes, dejas que pase, tampoco luchas contra esa idea o esa emoción; dejas que pase, como una nube, tapa el sol un momento pero pasa. Para mí es el estado de gracia, de forma, dices «estoy en buena forma». Cuando la mente está así es cuando está en buena forma realmente, cuando uno saca el doscientos por cien.
¿Cuando bate un récord, le puede la euforia o la templanza?
¡Una es de carne y hueso! [risas] Yo soy de sangre caliente, ¡hombre! Soy muy racional y muy fría porque en esos momentos te vuelves realmente un robot, pero cuando llegas arriba dices «¡Aahhhhh! ¡Qué bien, qué genial!» Es un estado eufórico, estás sin tocar el suelo. Cuando llegas abajo, literalmente tocas suelo y es bueno que temples la situación y que los de al lado te ayuden a templarla para que puedas seguir brillando durante mucho más tiempo.
Creo que es bueno tener un punto de euforia porque es bueno disfrutar de las cosas que uno consigue y que se ha propuesto conseguir. ¡¿Por qué no?! Uno tiene que ser feliz. Si lo ha hecho con buena intención y lícitamente, estupendo, hay que reírse y felicitarse cuando uno hace las cosas bien. Sin perder perspectiva...
¿Al bajar mira para atrás?
Sí, de reojo miro para atrás. Para recordar los buenos momentos y que se queden bien grabados para que en el futuro pueda aprender de ellos y hacerlos reconocibles. Y de los malos también se aprende, por supuesto, intentando no cometerlos de nuevo.
Quienes le conocen dicen de usted que es una luchadora a muerte...
Sí, es verdad. Soy muy cabezota. Eso es como el miedo: un arma de doble filo. Es bueno ser muy tenaz, muy perseverante. Insistir mucho te enseña a tener paciencia, a caerte y volver a levantarte. Pero esa cualidad se puede dar la vuelta contra ti cuando la tenacidad se convierte en obsesión, porque no te deja ver más allá, no te deja ver a tu alrededor y, a lo mejor, te estás equivocando en la manera o en el objetivo y puedes frustrarte. Puede no dejarte desarrollar.
¿Le ha bloqueado alguna vez el miedo escalando?
Cuando el miedo se vuelve pánico, sí. Aquí nadie es perfecto. Sí hemos ido a escalar y nos hemos dado media vuelta, sí. Y hemos tenido días estresantes, de estar muy nerviosos porque vas a hacer algo y no sabes qué te vas a encontrar y tienes esos miedos. Eso está bien porque te hace mantener alerta y, por otro lado, te hace poner instrumentos para sentirte segura, para vencer ese miedo... Entrenando, apoyándote con tu gente consigues unos instrumentos para intentar superarlo. Ahora, cuando ese miedo se convierte en pánico, se acabó porque te quedas ahí como paralizada, esclava totalmente del pánico, no te mueves, no intentas cosas, te echas para atrás.
Su pareja Rikar Otegi y usted han pasado de la escalada deportiva al alpinismo, pero de nuevo a la primera línea. Dígame qué traman. ¿Están pensando en algo que no está hecho?
Tenemos algo pensado para el verano, pero está dentro de un equipo y no se ha aireado. Estamos pensando ir a Pakistán, pero sin expectativas de difundirlo a los cuatro vientos. Yo ya tengo 38 años, Rikardo, 43, y estamos ya un poco de vuelta de este tipo de cosas. Siempre ha sido una cosa interna nuestra; siempre hemos estado en esto por el disfrute. Antes teníamos independencia de los espónsores, pero ahora mucha más.
¿Por qué decidieron pasar de las vías cortas pero dificilísimas a las grandes paredes clásicas de la montaña?
Humildemente, puedo decir que he hecho casi todo dentro de la escalada deportiva, que lo he hecho todo. Durante años he abierto muchas puertas que siguen estando ahí. Una posición cómoda sería mantenerme en ese camino, haciendo 8c+ [grado de vías muy difíciles] para colocarlas comercialmente, pero yo no me sentía viva, con la ilusión necesaria para mantener la disciplina y voluntad diaria que exige estar en esa elite. Al hacer una transición al alpinismo, donde yo no había hecho nada -otra gente sí-, se me abría un cielo y una nueva ilusión para seguir diariamente dando el máximo de mí. Simplemente por eso nos pasamos al alpinismo. Y porque tiene un compromiso muy fuerte. La escalada deportiva también te compromete, tienes que estar todos los días entrenando muy fuerte.
El alpinismo, además de ello, tiene un compromiso real de peligrosidad, de ética también, porque implica una manera de subir las montañas. Y eso es un atractivo muy fuerte para mí porque, de alguna manera, la escalada deportiva derivó del alpinismo y es volver a una esencia muy pura de subir paredes en el monte. Es volver al origen. Con esa ética, con ese compromiso... Y, por supuesto, a nivel personal yo tenía, una vez más, todo por hacer. Comercialmente no es muy vendible, pero me da igual, yo soy feliz y creo que para eso estamos ahí, para intentar ser felices.
Muchos deportistas de elite han pasado a trasmitir su experiencia a la formación empresarial o de equipos. Enseñan motivación, superación, actitud.... ¿Le han hecho a usted alguna propuesta de este tipo?
He dado algunas charlas de este tipo, estuve en el Kursaal hace dos años, en septiembre pasado estuve con el presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz, dando una charla... He dado alguna. Incluso me dicen que transmito mucho, que valgo para dar este tipo de charlas, que debería escribir un libro porque es muy interesante, que debería ganarme la vida con ello, pero es que lo que yo quiero es escalar, ir al monte... Si hago eso no puedo ir al monte ni escalar. Ya llegará el momento...
¿Qué puede servir de su experiencia para quienes viven a ras de suelo?
Yo creo que lo más importante es intentar ser uno mismo, ser fiel a sí mismo, siempre con buena intención, intentando hacer el bien, no haciendo el mal alrededor. Aunque se vaya a contracorriente, hay que luchar por eso que uno quiere hacer, luchar por ello poniendo los medios, sabiendo que ese esfuerzo merece la pena. Se consiga el objetivo o no se consiga da igual porque se va a estar realmente satisfecho de haberlo intentado. Otra cosa que me ha enseñado el monte es la convivencia, el adaptarse al compañero, el escuchar, el ser tolerante, el ser austera, y no enfadarse a la primera de cambio. En una convivencia en situaciones límite saltas a la mínima, pero aprendes que así no vas a ningún lado, sino que hay que hacer piña y tirar hacia adelante.
Al leer su blog he tenido la sensación de que no le desagrada escribir. Por cierto, no lo hace nada mal; se lo dicen sus propios lectores...
Bueno... [risas] En la ikastola yo era de Ciencias. Me gusta escribir cuando tengo algo que decir; cuando no tengo nada me cuesta mucho. Sin embargo, cuando hay algo que contar es como sencillo, entre comillas. Si escribo es para intentar expresar algo, no para decir «estuve aquí e hice esto y lo otro». Intento que sea algo constructivo, intento mostrarme también íntimamente. Y cuando alguien se muestra así, cuesta.
Mirando referencias suyas en páginas internacionales sospecho que usted se presenta en el mundo como vasca. Casi siempre citan este origen...
Totalmente, yo soy euskalduna, yo soy del Cantábrico, soy montañera pero me encanta el mar; lo mismo me podía haber comprado un velero y haberme ido por el mar. Soy de aquí y me gusta ser de aquí, y me siento totalmente identificada con las raíces de Euskadi.
¿Le gustaría que los deportistas vascos pudieran competir con los colores de la selección de Euskal Herria?
Sí, por qué no. Yo creo que ese sentimiento está muy implantado entre los montañeros.
Dígame la verdad: ¿Sale alguna vez al monte sólo a pasear?
Sí. Y alguna vez me verá con unas florecillas silvestres.