Asteko elkarrizketa
«No saben cómo quitarnos de la vista»
Blanca Antepara
Forma parte de la generación de la guerra, del sufrimiento y del trabajo. En su caso se añade, además, la detención y tortura de dos de sus hijos, las dos décadas de prisión de uno de ellos, Josu, y la muerte violenta del pequeño, Iñaki. Pero no ha sucumbido. Su simpatía y coraje son legendarios en el movimiento por la amnistía. «He vivido para los demás» es su legado.
Texto: Fermin MUNARRIZ • Fotografías: Juanan RUIZ y Raúl BOGAJO
Era usted una niña cuando comenzó la guerra del 36...
Tenía 12 años. El mismo 18 de julio se presentaron aquí, en Urbina, un montón de soldados. Trajeron una gentuza de la parte de Burgos... A las semanas nos requisaron las casas y dormían allí y en las cuadras... Cerraron la escuela; ahí hicieron el hospital donde atendían a los heridos que bajaban [del frente de Bizkaia]. Cuando iban a empezar los combates en el monte Albertia, que era donde estaban los rojos, nos despacharon a todo el pueblo. Los vecinos salíamos con carros de bueyes llevando todos los trastos. Nosotros nos fuimos a Gasteiz, a donde unos que tenían un caserío, y pudimos llevar hasta el ganado, las vacas, los bueyes, las yeguas y hasta los cerdos... Allí estuvimos desde octubre [de 1936], hasta abril o mayo [de 1937].
¿Durante la dictadura su familia llegó a implicarse políticamente de alguna manera?
Durante la República, mi padre sí andaba implicado, ayudaba a la gente para ir a votar y esas cosas... Después a mi padre no le molestó nadie, pero murió pronto. Mi madre, en el 39 y mi padre, en el 41.
¿Qué fue Franco para usted?
No puedo ni oír el nombre porque hasta me pongo mal. Fue un criminal.
A los pocos meses de morir Franco, el 3 de marzo de 1976 la Policía mató a cinco trabajadores e hirió a más de cien en Gasteiz. Su hijo Josu [entonces, 18 años] resultó herido de bala. ¿Cómo recuerda aquel día?
Era un día espléndido, recuerdo que decía «qué bien para la huelga». Estaba contenta con la huelga porque me parecía que era para el bien de la gente. Mis hijos solían venir a comer a casa, pero a veces se quedaban en Gasteiz, donde una hermana que ya estaba casada. Entonces ese día me avisan de que no pueden venir a comer, que se van a quedar donde la hermana. Yo, tranquila... Pero a las 8 de la noche me viene el segundo hijo y me dice «ama, tienes que venir a Vitoria porque Josu está en el hospital». Y fui al hospital y allí estaba. Mi hijo salía de las Diocesanas [donde estudiaba] y fueron al follón. Como la Policía andaba a tiros, se metieron en un portal. Allí es donde le dieron el tiro. Gracias a que traspasó la puerta y debía ir con poca fuerza la bala, porque si no... Le entró por un lado de la nariz y se le quedó en el cuello. Le cogió una gente muy buena de Vitoria y le llevaron al hospital, sacándole de un piso a otro por los patios. Cuando lo vi fue una desolación terrible... ¡Cómo estaba...!
¿Qué le parece que nadie fuera juzgado ni condenado por aquellos hechos?
Que siempre estamos pagando los desgraciados. Cuando lo del otro hijo [Iñaki, muerto a tiros en Donostia], igual... A Josu si no le llevan enseguida aquel día habría muerto. La idea de ellos [la Policía] era matar. Yo siempre he dicho que me han matado dos hijos: uno, ese día, y el otro [Iñaki], el día que se lo llevaron detenido, porque cuando llegó después a casa... Yo le dije «mira, hijo, no te metas mucho, ya ves que no podemos hacer nada». Pero me dijo «ama, si tú vieras lo que pasa ahí [por la comisaría]...»
Creo que aquel día de la detención, el 8 de mayo de 1984, la Guardia Civil venía a buscar a Josu [entonces, 26 años], pero también se llevaron al más pequeño, Iñaki [17 años]...
Sí, se llevaron a los dos. Hacia las 2 de la mañana vinieron a detener a Josu. Subieron arriba, nos hicieron levantar a todos, registraron la casa, pusieron todo patas arriba y dijeron «a éste nos lo llevamos por la Ley Antiterrorista» -yo de esas cosas no entendía mucho todavía y pensaba que volvería pronto porque Josu ya había estado detenido una vez en Legutiano y le tomaron declaración y volvió enseguida-. Y a la media hora vuelven y dicen «a éste [Iñaki] también nos lo vamos a llevar». ¡Ay, madre mía! ¡Esto es gordo, qué va a ser! Yo les decía «pero por favor, si este txikito no ha hecho nada». Pues nada, me dieron un empujón, agarraron al txikito y se lo llevaron... Yo pensaba que me moría desde el día 8 hasta el 15 que me fui a Madrid porque ya no aguantaba más: «Si no me marcho ahora mismo, prefiero tirarme de un puente que pasar esto...»
¿Los dos fueron encarcelados?
Josu, sí. Iñaki quedó en libertad pero a los 18 días. Tenía que ir a firmar al juzgado no sé cada cuánto. Pero el pobre vino... Me decía «ay ama, no sabes cómo están aquellos». En la cárcel lo querían cambiar con los jóvenes, pero allí salieron un montón de presos de los nuestros y dijeron que no, que a ver cómo se iban a llevar al chiquillo... Y entonces lo dejaron con ellos.
¿Le contaron si les habían maltratado durante la detención?
Durante la detención, mucho. A los dos... Les dieron... Empezó a contar el pobre [Iñaki] cuando volvió a casa y yo no podía oírle que contara, no podía oírle. Le decía «cállate, por favor». No pude escucharle lo que decía... La cosa es que a Josu, cuando le hicieron el juicio, no hubo ni una sola persona que le señalara con el dedo. ¡Ni una! Y llevaron unos cuantos testigos... Nadie dijo éste ha sido. Le juzgaron con lo que había firmado cuando le hicieron aquello a Iñaki. El pobre le decía «no firmes, Josu, no firmes, que ya aguantaré». Pero al no poder aguantar lo que le estaban haciendo a su hermano, no pudo más y firmó.
Años más tarde, su hijo Iñaki pasó a la clandestinidad como militante de ETA y murió el 17 de agosto de 1991 por los disparos de la Guardia Civil en un tiroteo en Donostia. Supongo que fue un día muy duro...
[Balbuceos]... Mira, ¿tú sabes lo que es ver a tu hijo, que estaba sano como una manzana, con el disparo aquí atrás? [indica su nuca]. No sé lo que le hicieron, le destrozaron el cráneo por atrás. La cara la tenía intacta...
Hasta la noche no supimos nada. Todos los hijos decían que tenían como una corazonada, que algo pasaba. ¡Yo qué iba a pensar! A la noche llegaron unos de Vitoria y nos dijeron [que Iñaki era uno de los muertos en el tiroteo de Morlans]. Mi segundo hijo me agarró y con una prima nos fuimos aquella misma noche [a Donostia]. Desde entonces, cada vez que voy a San Sebastián ni duermo ni descanso todavía. Hasta las tres de la tarde del día siguiente no nos dejaron pasar.
¿Le permitieron reconocer el cuerpo de su hijo?
Sí. Estaba intacto, por la cara estaba intacto, pero por atrás [se señala la nuca] debía tener todo abierto... Ya les dije «habéis matado un santo, eso tenedlo por seguro». Se lo dije a los guardias. Después de la muerte de Iñaki volvieron los guardias a Urbina. No sé a qué venían. Y mi hermana y yo tuvimos una con ellos... Unos sinvergüenzas... Como no hacíamos más que chillar y decirles perrerías, un cabrón más grande que esa puerta se me viene como loco y me dice «señora, que yo he sido boxeador». Y le digo »¡so cabrón, bastante poco valor tienes cuando has sido boxeador y tienes que llevar una pistola para defenderte, cuando yo con los puños te pego una...!» No sé qué le dije, algún disparate, las perrerías que les pudimos decir. Y ellos igual a nosotros. Yo lo que quería era hablarles y hablarles para no oírles a ellos.
Antes de eso, otro día, cuando estaba Josu en la cárcel, a Iñaki y otro chico les metieron en el calabozo por poner unos carteles, y desde el calabozo se oía lo que hablaban arriba los guardias: «Hay que ir a Urbina a no sé qué...». Y otro decía: «Yo, donde aquellas putas viejas, ni hablar; prefiero con no sé cuántos hombres que con aquellas putas viejas; allí no vamos».
¿Recuerda mucho a Iñaki?
Desde que me levanto hasta que me acuesto. Y en la cama, me despierto, e igual... Todo el día, todo el día. Lo tengo en la mesilla, lo tengo aquí, lo tengo en la cocina... Me desahogo mucho con él. Me viene bien. A veces empiezo a llorar y por eso no quiero ir a ninguna casa, estoy bien aquí sola, hago lo que me da la gana. Lo mismo me da por cantarle, otras veces me da por llorarle, por hablarle...
¿Le duele no poder recordar a su hijo en actos públicos porque son prohibidos?
¿No va a doler? Ahora, nosotros vamos [a Albertia] todos los años, ¡eh! Ahí echamos las cenizas. Al principio no sabíamos qué hacer y lo enterramos. Pero en el 2003, cuando salió de la cárcel Josu dijo que Andoni Cabello, que se había marchado con Iñaki, le había contado que Iñaki había pedido que si le pasaba algo le incineraran y echaran las cenizas en Albertia. Pues así lo hicimos. Y cuando lo sacamos tuve el valor de besar su cráneo. Cada vez que me acuerdo de aquello, digo «yo no tengo ya corazón»...
¿Cómo me voy a olvidar? Doscientos años que viva, cuatrocientos o mil... ni les perdonaré ni olvidaré. Mi último aliento será, seguramente, por el pobre hijo... Muchas veces estoy sola, porque vivo sola, y muchas veces es muy malo... La cosa es que luego... hay algo dentro de mí, o encima, que me da ánimos. No sé lo qué es, si es un santo, San Pedro, Jesucristo, un demonio o quién...
Y en todos estos años [durante los 20 años de prisión] no he llorado nunca delante de Josu. Sólo el día que fuimos después de que mataron a Iñaki. El lunes lo enterramos y el jueves ya estaba allí [en la cárcel de Cartagena]. Mi hija preguntó si le permitían pasar para darle un abrazo a su hermano y contarle lo que había pasado. Y le dijeron «no no; si quiere pasar usted se desnuda, si no no le damos permiso». Y Josu dijo «ni hablar, no hacemos vis a vis». Al final estuvimos sólo Josu y yo. Él, duro, y yo, también. Pero estábamos hablando y hablando... y las lágrimas hasta el suelo. Los dos. Es el único día que me ha visto llorar en la cárcel. Ese día, sí. Y él también.
Luego me quedé hasta el lunes porque también tenía visita. Ya estaba un poco más... Pero los hijos de puta, a la siguiente semana tuvieron la mala hostia de llevarlo a Jerez. Como allí [en la cárcel de Cartagena] estaban todos juntos y tenía apoyo, pues dijeron «ahora éste...» Es la cosa de rebajarte para que digas «voy a firmar». Este pobre allí estuvo cuatro años; fue el único día que me dijo «ay, madre, si no fuera por vosotros no habría quien aguantase esto». Me lo dijo ese día. Un día. No se ha quejado jamás. Él siempre ha ido con fortaleza, y yo, lo mismo. Al ir a la visita ibas con ansia, pero volvías destruida. Ése es el único día que me vio llorar.
¿Tiene una idea de los kilómetros que ha hecho viajando a las cárceles?
Algún día voy a sacar la cuenta y vas a ver...
Carabanchel, Alcalá, Herrera de la Mancha, Daroca, Cartagena, Jerez, Tenerife, Granada... Usted, como madre, conoce bien la dispersión de los presos políticos...
Cuando cogieron a Josu yo entonces no tenía mucha idea de esto porque no había tenido ni tiempo. Me había dedicado a criar siete hijos, con el marido afectado de salud, llevando el bar familiar.... Me acostaba a las 2 de la madrugada y me levantaba a las 8 de la mañana. Llevaba todo, no tenía tiempo ni para leer un periódico o saber qué pasaba. No entendía nada. No había tenido ni tiempo.
Íbamos a visitarle todas las semanas. Tuvimos que hacer un calendario. Cada mes y medio nos tocaba a uno. Al principio sólo dejaban ir a la familia. Luego acompañaba también a otra chica que solía ir doscientos kilómetros más allá de París. Como ella me acompañaba a mí, yo solía acompañarle a ella. También iba yo sola a visitar a otros presos. He visto todas las cárceles españolas menos tres o cuatro. Me faltan por conocer Huelva, Málaga, Almería y Tarragona...
También conozco Burgos porque trajeron a Josu dos o tres veces a declarar a Donostia. Tuvieron jaleo con los guardias en Daroca porque les tiraban gases y ellos les tiraban baldes a los funcionarios. Estos les rompían las camas con barras de hierro... ¡Tuvieron un cisco! ¿Sabes por qué? Porque dicen que no había quien durmiera a las noches por las palizas que les daban a los sociales. Y ellos [los políticos] no pudieron aguantar y les denunciaron...
¿Por qué cree que actúan con tanta saña contra los familiares de los presos vascos?
Porque les fastidia que [a los presos] les acompañe la gente. Les fastidia... Yo todos los días le escribía carta a Josu, no había día que no le escribiera. Igual un día no podía escribirla, pues al otro día le escribía dos juntas. Todos, todos... En todas las cartas, siempre le decía lo mismo: «Mira hijo, la verdad es que nos ha tocado pasarlo mal, pero también hemos conocido cosas buenas por la gente que nos apoya y que está pendiente». Todos los amigos le escribían... Todos se apoyaban. Ahora no me canso de hacer rosquillas para ellos. Le mando a uno, al otro...
¿Ha sentido alguna vez la tentación de tirar la toalla?
No, no, no... Ni la tiraré. Y aunque viva doscientos años, no les perdonaré... Ya les he dicho muchas veces a ésos: «No os perdono a nadie». Ya me pueden matar antes...
¿De dónde ha sacado la fuerza para sobreponerse al sufrimiento y seguir adelante?
Yo quisiera saberlo... No lo sé. Yo no he sido capaz de hacer daño a nadie, sino todo lo contrario, como ha sido mi hijo, de dar a los demás.
Ahora no permiten enseñar las fotos de los presos en la calle. ¿Qué le parece?
No pueden quitarnos de la vista de otra manera. Ven claramente que por un lado u otro... Son malos y no pueden. Como llevan cincuenta años y no han podido, pues les da rabia. No saben cómo quitarnos de la vista. Si pudieran nos mataban a todos. Son malos. ¿Qué han hecho ahora? La trampa ésta de unirse para hacernos daño a nosotros. Y, claro, qué vamos a hacer cuatro contra cuarenta mil...
¿Qué siente al ver que sólo se reconoce el sufrimiento de algunas personas?
Se sufre. Yo te digo la verdad, no me han dado dinero, pero si a mí me dieran, ¡me quemarían las manos! Por lo menos, que reconozcan si son hijos de padre y madre y no que nos pongan como nos han puesto...
¿Qué les pediría a los gobernantes de hoy?
Como dije cuando mataron a Iñaki: yo no voy a recoger la sangre de mi hijo. Quisiera que fuera la última que se derramara. Lo único que deseo es que fuera la última. No les voy a perdonar. No voy a tener amistad con ellos, no quiero arrimarme a ellos. Al menos que tuvieran el valor... Ya que en cincuenta años no han podido ni pueden arreglarlo... que hagan el mayor esfuerzo posible unos y otros. No quisiera ver a mis nietos pasando por esto. Sería horrible.
¿Qué le parecen los jóvenes de hoy?
A los jóvenes de hoy los veo bastante más razonables que cuando yo era joven, y más comprensivos entre ellos, más compañeros... Yo lo veo por mis nietos.
Tal vez se lo han comentado alguna vez: se le ha visto a usted tantas veces en la primera línea, con tanto coraje, que mucha gente le ve como un símbolo, casi como la madre o la abuela de dos generaciones del movimiento antirrepresivo...
No sé... La gente sí me dice que me quiere... De toda la vida la gente me ha dicho que soy simpática. Desde joven me han tenido cariño; sería por mi manera de ser, no lo sé...
¿Cómo le gustaría que fuera la Euskal Herria de sus nietos?
Pues como somos los vascos....